Autor: Oscar Tramontana
(Tomado de revista Ruedas & Tuercas Año 6 Nro. 123, diario El Comercio)
Desde que éramos bien chibolos, ya todos en Ancopata sabíamos que al 
Quispe le faltaba una tuerca, y que no era otra cosa que un gran 
soñador. Tenía sin embargo esa determinación en la mirada que hacía 
convincente todo lo que nos decía, y aunque parecía un poco loco, cuando
 entrabas en confianza notabas al toque que era buena gente, sencillo y 
trabajador. Nunca he conocido a una persona que sepa tanto de autos como
 mi amigo el Quispe...
Sus papás habían fallecido y el Quispe vino a nuestro pueblo a vivir con
 una tía que, como no sabía nada de mecánica, había vendido el 
tallercito de su papá para, con ese dinero, meter al Quispe en nuestro 
colegio.
Desde el primer día de clases se convirtió en nuestro gran amigo. Ese 
día durante el recreo, trazó en la tierra una pista de carreras con 
obstáculos y todo, y nos llamó a todos los hombres del salón para 
decirnos que nos iba a enseñar a jugar a las carreras de autos. Sin que 
nadie se atreviese a contradecirlo, empezó a sacar de su mochila, 
envueltos en paja y papel periódico, los diez carritos de juguete que su
 padre le había dejado.
Primero los puso en fila en la vereda, y luego nos dijo que escogiéramos
 el que más nos gustase. Yo escogí un rojo y blanco con forma de alacrán
 que se llamaba "Tanderbir" y mis amigos otros con nombres divertidos 
como "Porch", "Escarabajo", "Mustan", "Mini" y "Langoryini". Jugamos 
durante todo el recreo y después del colegio, estuvimos jugando mucho 
más. El Quispe sabía un montón de cosas sobre autos y no se cansaba de 
contarnos. Su papá le había transmitido un amor muy grande a los autos y
 él estaba convencido que un día iba a construir su propio auto de 
verdad. Explicaba todo con tanto entusiasmo que, poco a poco, cada uno 
se sentía más compenetrado con el autito que había escogido aunque yo, 
por ejemplo, no entendía del todo porque mi carro el "Tanderbir", que 
según el Quispe tenía uno de los motores más grandes del mundo, no podía
 ganarle a su favorito, el "Yip Guilis", que tenía un motor más chico y 
menos poderoso. Entonces el Quispe se reía y me decía alguna locura como
 que la "carreodinámica", el "pesopotencia" o la "atracción de la doble 
suspensión"  y no quedaba otra que admitir que, de autos, este pata 
sabía un montón. Al final de la tarde, mientras caía la noche en las 
chacras y solo nos provocaba ir a casa para abrigarnos y dormir, el 
Quispe nos explicó que esos carritos eran réplicas exactas de autos que 
de verdad existían, y que un día nos iba a llevar a un sitio por donde 
pasaba una carrera verdadera, a solo tres horas de camino del pueblo. 
Esa noche soñé que con mi "Tanderbir", me iba hasta Lima a traer a mi 
mamá.

 
 
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Corría el mes de setiembre y finalmente llegó el gran día. Nos habíamos 
levantado a las 3 de la mañana y nos habíamos reunido en la placita de 
Ancopata. El Quispe traía una bolsita con quesito, y el resto pusimos 
pan, habas y choclo para el camino. Agua sobraba en los manantiales, así
 que empezamos a caminar detrás del Quispe, rumbo a la carretera de 
verdad. Estuvimos andando como dos horas escuchando los sonidos de la 
noche. El Quispe se sabía el camino de memoria y cuando empezó a 
amanecer, el frío desapareció y comenzamos a disfrutar de una 
embriagante sensación de aventura. El Quispe comenzó a contarnos que era
 "Caminos del Inca". Nos dijo que era una gran carrera de autos de todo 
tipo que venían desde Lima y que, después de "nosecuantos" miles de 
kilómetros, cruzaban casi toda la sierra para, finalmente regresar a la 
capital. El Quispe nos contó que él había visto la carrera con su papá, y
 que conocía un sitio donde los autos se veían como remolinos de viento 
que se comían el polvo y la distancia.
Cuando amaneció llegamos a la carretera y nos pusimos a bailar. Ese gran
 camino nos hacía pensar en viajes, en camiones cargados de verduras y 
en preciosos pueblecitos con comida rica, cariño y amistad. Seguimos el 
camino, trepamos un cerrito y nos pusimos a esperar.
El sol ya estaba bien arriba cuando aparecieron los primeros 
paisanos-tuerca. Así se les decía con cariño a los cholos que, como el 
Quispe y su papá, iban todos los años a ver Caminos del Inca. Algunos 
llevaban radio, y todos comentaban que en la etapa anterior, entre 
Huancayo y Ayacucho, un "Toita" se había caído al río, pero que el 
piloto seguía en carrera. El Quispe discutía sobre los autos favoritos 
para ganar, y al ver su entusiasmo, varios le dijeron que había salido 
igualito a su papá. De pronto uno de los paisanos gritó una frase que 
nos incendió la sangre: ¡Cooooche a la vista!
Todos nos pusimos de pie. Al principio no se veía nada, pero allí en 
medio del cerro, al fondo de la quebrada, se distinguía un puntito que 
levantaba una fina cortina de polvo. Era el primero de los autos, y 
venía bordeando los precipicios a una velocidad increíble. El Quispe fue
 el primero en reconocer al "Mustan", su favorito de este año. Julián 
que era el "dueño" del "Mustan" en nuestros juegos de recreo, se 
encendió de alegría y se puso a vitorear el paso rasante del animal 
rodante, las curvas impecables que trazaba en la tierra y el poderoso 
rugido de su motor envuelto en llamas. Durante casi dos horas, 
contemplamos extasiados la violenta arremetida de los 50 autos que 
pasaron junto a nosotros. Algunas veces los copilotos nos saludaban e 
incluso llegó un momento en que ya todo daba igual, en el que todos eran
 favoritos: el "Mustan" era hermano del "Escarabajo", el "Toita" y el 
Datsun eran hermanos del "For", y los pilotos de Caminos del Inca eran 
los seres más valientes y extraordinarios que habíamos visto en nuestras
 vidas. Cuando al caer la tarde, pasó el auto de cierre y todos nos 
disponíamos a regresar, en los ojos del Quispe percibimos un fuego que 
nuca antes le habíamos visto en la mirada. "Algún día -nos dijo 
solemnemente-, construiré mi propio auto de carreras".
Antes de partir, un paisano llamó al Quispe y le dijo que le había 
traído un regalo que le iba a gustar mucho. Se trataba de una de esas 
revistas que vienen con El Comercio, y al Quispe casi se le salían los 
ojos cuando vio la portada. Nadie leía tan bien como el Quispe y mucho 
menos yo, pero claramente alcancé a distinguir que la palabra "Ruedas" y
 la palabra "Tuercas" estaban impresas en la portada.
No recuerdo exactamente cómo y cuando empezaron los experimentos del 
Quispe, pero recuerdo exactamente la tarde en que irrumpió en la placita
 de Ancopata, a 35 kilómetros por hora, a bordo del prototipo "Quispe 
One". Era domingo y todos salíamos de la capilla, cuando sentimos un 
ruido infernal. Detrás de una bandada de gallinas que salían 
despavoridas el Quispe apareció por la esquina del Estanco de la Sal con
 su primer carro. El timón era de bicicleta, los pedales eran un par de 
fierros soldados y los frenos -"sutilezas", diría mi amigo- simplemente 
no existían. El Quispe había ideado un sistema de refrigeración que le 
permitió vagar por la aldea como cinco o seis minutos sin quemar el 
motor, antes de empotrarse adrede contra el montón de chala que mi padre
 le daba a sus reses. El Quispe no salía de su asombro. Para él mas allá
 de las evidentes deficiencias del "Quispe One" -bautizado así en honor a
 uno de sus autos favoritos-, el experimento le había reportado la 
inmensa satisfacción de comprobar que era capaz de hacer funcionar un 
auto con sus propios recursos. El resto eran "sutilezas". No sé dónde 
sacó esa palabra el Quispe, supongo que de tanto leer Ruedas & 
Tuercas, aprendió algo de lenguaje técnico. Lo cierto es que, una vez 
terminado el experimento, el Quispe decidió que había llegado el momento
 de emprender su proyecto más ambicioso. El Quispe nos dijo que ya iba 
siendo hora de que algún peruano se decidiera a fabricar un automóvil 
hecho a la medida de nuestros caminos, de nuestras necesidades, y en 
esas estábamos cuando llegó el cura a corretearnos. A penas tuvimos 
tiempo de rescatar lo que quedaba del "Quispe One". Corrimos hasta la 
quebrada y nos bañamos en el río. Cuando atardeció, encendimos una 
fogata y nos quedamos hablando de autos hasta tarde. Al día siguiente, 
ya en el colegio, el Quispe nos enseñó sus revistas de autos. Las tenía 
todas porque cada dos miércoles caminaba hasta el pueblo -tres horas de 
ida y tres horas de vuelta-, para conseguir la última edición. Estaba 
orgulloso de su colección completa, y nos enseñaba fotos de nuestros 
autos favoritos. Se notaba que el Quispe las había estudiado mucho, ya 
que todas tenían varias partes subrayadas. 
El día que el Quispe se despidió de nosotros, nos dijo que se iba a 
Huancayo, y que planeaba trabajar un montón para poder estudiar 
ingeniería mecánica en la Universidad Nacional. Nos dijo que era la 
única manera de realizar su sueño, que sabía perfectamente que le 
costaría muchísimo hacerlo realidad pero que sabía que tarde o temprano 
llegaría a construir su propio auto, que lo patentaría y que sería tan 
bueno que se vendería en todo el Perú. Luego abrió su mochila y empezó a
 repartir, uno a uno, sus adorados autitos de carreras, entregándonos a 
cada uno el auto de nuestra predilección. "Quiero que los guarden para 
que me recuerden, -nos dijo-. Un día, cuando mi sueño se cumpla, 
regresaré a Ancopata, y a cada uno de ustedes les regalaré uno de mis 
carros de verdad". Nos abrazó uno por uno y desapareció por el camino, 
silbando, envuelto en la bruma de sus propias ilusiones. 
Han pasado cinco años de esto y no tenemos muchas noticias del Quispe 
supimos eso sí, que se había graduado con honores y en tiempo récord 
tras presentar un brillante proyecto de motor que le valió un traslado a
 una universidad limeña. Seguro que no nos escribe porque está demasiado
 ocupado, en esa ciudad no debe haber tiempo para nada, pero de todos 
modos cada dos miércoles cuando alguno de nosotros trae del pueblo la 
última Ruedas & Tuercas, lo primero que hacemos es chequear las 
Notiruedas, para ver si por ahí nos enteramos cómo le va al Quispe. 
Hasta ahora no ha salido nada pero tenemos fe en nuestro amigo. Estamos 
seguros que, por ejemplo, el día que el Quispe sea famoso, la historia 
de su vida aparecerá en un número especial de su revista favorita, la 
única que es gratis y llega a lugares tan remotos como nuestra querida 
Ancopata. Es posible que salga un artículo en que se nos mencione a 
nosotros. Es posible que mencione el pequeño "Tánderbir" que hasta ahora
 tengo guardado, mientras espero que el Quispe venga y me lo cambie por 
uno de sus autos de verdad.

 
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He sentido el olor a gasolina en el aire y he salido corriendo al 
camino. Brillante, pintado con los colores de mi "Tánderbir" pero más 
parecido al famoso "Yip Guilis", el auto, el auto que me ha traído mi 
amigo el Quispe es absolutamente especial, y Ruedas & Tuercas, 
siempre cumplidora, ha publicado la historia de mi amigo en su edición 
de aniversario.
FIN