viernes, 17 de abril de 2015

Oliverio









Era la tarde de un sábado de enero. En una galería de venta de libros, una chica de cabellos dorados y con falda floreada, iba preguntando en todos los puestos por un libro de poesía de Oliverio Girondo. Jesús, un vende libros usados de la calle Quilca, tiene su negocio al final de la galería. Hasta allí llega ella, y ante la pregunta, el librero dice: No tengo nada de ese autor.

Yo tercié en el diálogo y le dije a la de cabellos dorados:

“No sé, me importa un pito que las mujeres 
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; 
un cutis de durazno o de papel de lija. 
Le doy una importancia igual a cero, 
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco 
o con un aliento insecticida. 
Soy perfectamente capaz de soportarles 
una nariz que sacaría el primer premio 
en una exposición de zanahorias; 
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, 
bajo ningún pretexto, que no sepan volar”.

Ella me preguntó: “¿Te gusta la poesía de Girondo?”. Le dije: sí.

En el acto, la del floreado vestido me señaló su cuello, al tiempo que decía: Aquí me he tatuado “No les perdono bajo ningún pretexto que no sepan volar”.

Quedé sorprendido. No me acerqué a leer todo el largo del verso en ese papel piel. Alcancé sí, a ver las palabras: “No les perdono”. El resto del texto, se adentraba bajo la blusa de ella.

Mi hemisferio izquierdo, le preguntaba a mi hemisferio derecho: ¿Por dónde estará escrita la palabra: “volar”?

Conversamos sobre la película: El Lado Oscuro del Corazón. Me contó que la vio varias veces, y que le gustaba el pasar de la vida a la muerte con la alegoría del “Cruzar un puente”. Yo no la oía, la escuchaba. Yo no veía sus ojos color café, los miraba. Mientras conversábamos, recordaba lo que mi amigo bibliotecario Orlando me había advertido:

“Cuidado Carlos, ha aparecido en Lima, una asesina en serie, que se ha propuesto acabar con todos los que han visto “El lado oscuro del corazón” y que reciten de memoria el dichoso poema para levantar a féminas inocentes y encandiladas. Dicen que su trauma empezó con un poeta maldito que la llevo a la cama con promesas de hacerla volar luego de recitar los versos aprendidos de la película, y que luego la abandonara sin cumplir su promesa matrimonial. El tatuaje es un cebo y aseguran que quienes han leído la última línea, ha sido lo último que han leído en su vida”.

Jesús informó a la lectora sobre un local, donde podían tener el libro. Me ofrecí a acompañarla pese a la advertencia de Orlando decidí avanzar. Total, estoy convencido que hay lecturas por las que vale la pena dar la vida, y ella, una amante de la poesía en búsqueda de un poeta, es un alma buscando compañía. La invitación a leer en su piel, significó para mí la invitación a escribir nuevas historias sobre ese papel.

Buscamos en las diversas galerías de Quilca y Camaná. No encontramos el libro. Le conté que yo era titiritero. Ella sonrió y me dio su dirección de correo, para que le avise sobre mis presentaciones. Juntos, volvimos al local de Jesús, ya que se había interesado por un ejemplar de una revista de literatura que de pasada descubrió. Nos despedimos y partió. En ese momento, el sol alumbró con fuerza y se coló en el local una llamarada de luz. Era el guiño que Oliverio me hacía en una tarde de sábado de enero.

(FIN)
Autor: Carlos Torres

Soy Narrador y Cuentacuentos. Para funciones y presentaciones, contactarme al fono 996583864, o escribir a: ctorres1000@yahoo.es

martes, 14 de abril de 2015

Fotogénico


"Que resulta bien en fotografía", dice la definición del diccionario de la RAE.






El oso de la figura, me parece abundantemente fotogénico. Es una foto de hace doce años. La logré con una cámara de rollo de veinticuatro tomas. El amigo plantígrado vive en el Parque de las Leyendas. El terreno de su estancia es extenso. Hay abundante follaje, agua limpia árboles y hasta una cueva para que quizás si le apetece pueda hibernar, aunque en nuestra Lima, nunca cae nieve.

Yo llegué hasta la casa del oso, e hice un rugido como de grizzli. Apareció el amigo. Vino a la carrera hacia mi, y tomó asiento. Fijamente me miraba. Yo saqué la cámara y apunté.
El oso diestro en fotogenia estaba bien cuidado. No era como el del zoológico de Barranco que vi en mis años de niñez: un oso triste, ya que estaba como preso en una jaula maloliente y estrecha, y que había decidido con coraje y valentía viajar en círculos infinitos al mundo del nunca jamás para ya no soportar las impasibles miradas de los visitantes.
Mi amigo fotogénico estaba inmutable en su posición. Me moví a un costado y el me siguió con la mirada. Ah me dije, este oso no solo es hábil para posar, es también un narrador, ya que busca estar conectado con su público. Decidí olvidarme de todo y me concentré en escucharle:

"Hace unos cincuenta años, llegó a esta tierra un oso de pelaje marrón como el mio. Ese oso vivía en un país de nombre Tailandia, y durante una acción de cacería defendió la madriguera donde además de él vivía su pequeñín nieto. El oso se dejó cazar para así defender la vida del osito. Le sujetaron con gruesas sogas y lo metieron dentro de una jaula de barrotes que estaba sobre la plataforma de un camión. Arrancó el vehículo y el viejo oso fue llevado. El nieto alcanzó a escuchar que los hombres decían que lo venderían a un zoológico en Sudamérica.

El osito se hizo joven y fuerte y un día habló con el sabio Buho:

-Buen día don Buho. Tu que sabes muchas cosas, dime, ¿dónde queda Sudamérica?.
-Al sur de un continente llamado América. Está muy lejos de aquí. 
-¿Y cómo hago para llegar allí?
-Pues debes atravesar todo el Océano Pacífico y eso es imposible para ti.
-¿Hay otro camino?
-Si, pero es muy dificil. Tienes que seguir por un sitio de nieve llamado Behring. Por allí transitaron los humanos hace miles de años. Tu tendrás que nadar un corto tramo y luego ir descendiendo hasta el sur. Pasarás por muchos países. Hay riesgo de que te den caza.
-No importa partiré hoy mismo.

Y el joven oso partió. Nado por aguas heladas. Caminó por senderos de nieve. Trepó montañas. Soportó desiertos. Anduvo por selvas Mayas, hasta que finalmente alcanzó los bosques húmedos del sur del Ecuador. Una vez allí preguntaba por el oso capturado. Los otorongos y venados le decían que escucharon de un oso llevado a un zoológico de Perú.

Ya en Perú, mientras iba por el costado del mar, fue capturado, luego amarrado y llevado en un camión. Llegó a Lima y le hicieron una casa muy parecida a la que tenía en Tailandia. En el día muchas personas le miraban, le aplaudían y le hacían gestos. El durante las noches rugía preguntando por su abuelo. Nadie le respondía. Pero un día un loro se le acercó y le dijo: <<Tu abuelo, ya no está aquí. El se fue al mundo del nunca jamás. Tu puedes verlo algunas noches en la que el cielo está despejado. El mora allá entre las estrellas, y se ha hecho amigo de la osa mayor>>".

El narrador hizo un alto y después agregó: "El oso joven, soy yo"

Gracias amigo fotogénico. Tu con tu acción haz reivindicado a tu congénere. Eres un oso feliz, porque eres tratado con humanidad, y de paso me haz hecho feliz a mi también.
(FIN)

Autor: Carlos Torres


Soy Narrador y Cuentacuentos. Para funciones y presentaciones, contactarme al fono 996583864, o escribir a: ctorres1000@yahoo.es