viernes, 13 de mayo de 2016

El cerro del grillo de oro


Hace más de cincuenta años, en el viejísimo pueblo de Rabinal, nació un muchachito que se llamaba Chema López, quien fue alimentado con chilate, que es el más fino de todos los atoles de maíz.

Chema creció y vivió entre la milpa, allá en Rabinal. Creció entre pájaros y ardillas. Creció el muchacho "en tiempos de Poncio Pilatos..." (o sea hace muuucho tiempo). Se hizo amigo del silencio y lo observaba todo con sus ojos negros.

En Rabinal hay un cerro encantado llamado Cakyup. En el cerro hay una cueva. A la entrada de la cueva vive una serpiente inmensa, vieja y sholca que tiene la misión de no permitir la entrada a nadie, salvo a unos cuantos muchachos escogidos, una vez cada cien años. La culebra mandó al pájaro Cuatrojos a buscar a Chema López, pues tenía que darle un mensaje muy importante. Chema llegó a la cueva. La serpiente le dijo: "no te preocupes, se que eres un muchacho muy inteligente; si además eres valiente, yo te enseñaré muchas cosas que jamás olvidarás".

Y en seguida lo condujo por una complicada red de galerías subterráneas hasta llegar debajo de un maizal sembrado en la inclinada ladera de la montaña. Chema vio con asombro que las raíces de la milpa crecían como cabelleras sobre las calaveras de los antepasados.

-Antiguamente -dijo la serpiente-, nadie sembraba milpas en la montaña, sino en las llanuras, pero vinieron hombres extraños que derrotaron a los antepasados y, poco a poco, se fueron adueñando de las mejores tierras, de los ríos y los lagos y de los nacimientos de agua.

Chema y la Sierpe emprendieron el regreso entre túneles de liebre y de taltuza, madrigueras de coyotes y otras alimañas que formaban un verdadero laberinto subterráneo. En una de los túneles la serpiente se esfumó. Chema se asustó muchísimo. Por un momento pensó que nunca podría salir de allí, pero enseguida recordó las enigmáticas palabras de la Sierpe: " y si además eres valiente, yo te enseñaré muchas cosas que nunca olvidarás". Eso significaba que había una esperanza.

Comenzó pues a tantear una salida. Iba palpando la tierra. Oyó el conocido cric cric de un grillo lejano. A pesar de ser un niño tan débil lo alegró como un concierto de marimba y se propuso buscarlo. Seguía al cric cric sonoro y escurridizo hasta que logró ubicarlo bajo una piedra. La sorpresa: el grillo era de oro y relumbraba en la oscuridad.





Te felicito muchacho -dijo el grillo- Has pasado todas las pruebas con valor e inteligencia y en premio te mostraré la salida. Pero antes debo revelarte tres grandes secretos: el primero es "que la vida rota", ¿me entiendes?, la vida es una naranja dando vueltas: todo aquel que ha venido una vez al mundo, volverá a venir en el futuro, la gente no lo sabe, así que cada vez que vuelva cometerá los mismos errores, tú, en cambio, irás haciéndote cada vez más sabio.

-El segundo gran secreto es que los señores de antes lo perdieron todo, pero se quedaron con las banderas verdes de la milpa, con las lanzas verdes del maíz, para derrotar el hambre. 

-El tercero y último secreto -dijo la Sierpe, que apareció detrás de ellos- es que la gente de este siglo tiene muchos y muy grandes conocimientos, pero no tiene sabiduría.

El grillo y la serpiente desaparecieron. Chema quedó encandilado unos instantes, pero en seguida pudo ver claramente el agujero de salida.

Chema López regresó al pueblo de Rabinal, más silencioso que nunca. No le contó a nadie su secreto, pero la gente notaba que había algo muy raro en su mirada. Sus ojos negros y penetrantes daban la impresión de que él podría traspasar las paredes, agujerear los troncos de los árboles y leer los pensamientos de los hombres, y que todo lo guardaba en su memoria.

Un día de tantos un viejecito lo encontró en la calle y lo detuvo con estas palabras: 

¿Tú eres Chema López?... ¡Yo también! Estuve hace muchos, muchísimos años, en el corazón de la montaña; sabía que algún día vendrías a quedarte en mi lugar, así es que ya me voy. Cuídate mucho...

Y Chema se quedó completamente solo a media calle, mientras el polvo de los siglos seguía cayendo sobre el pueblo sin que nadie lo notara.

FIN

Fuente: Cuentos de Lugares Encantados. Coedición Latinoamericana. No hay año de edición. Páginas 70 a 79.












miércoles, 11 de mayo de 2016

Neftalí el narrador y su caballo Sus.






Este es un cuento de origen Judío. Va de un Narrador que cuando niño quería aprender rápidamente a leer para disfrutar de las historias que los libros tenían. Luego de mayor, acompañado de su fiel caballo Sus, fue por los caminos de Polonia vendiendo libros y contando cuentos. El relato es algo largo e irá por capítulos.

1

El padre, Zelig, y la madre, Bryna, se lamentaban porque su hijo Neftalí era demasiado aficionado a los cuentos. Nunca se quedaba dormido antes de que su madre le contara un cuento. Había ocasiones en que había que contarle dos o tres antes de que cerrara los ojos. Siempre pedía:

-Mamá, más, más...

Afortunadamente, Bryna había escuchado muchas historias que le habían contado su madre y su abuela. El propio Zelig, de oficio cochero, tenía muchas cosas que contar sobre espíritus que pretendían ser pasajeros y duendes que se introducían por la noche en los establos, trenzaban la cola de los caballos y les rizaban las crines. La mayor historia se refería a los tiempos en que Zelig era todavía un joven cochero.

Una noche de verano Zelig regresaba a casa desde Lublin con su coche vacío. No había recogido un solo pasajero en todo el trayecto que iba desde Lublin a su pueblo, Janow. Recorría un camino que atravesaba un bosque. Era noche de luna llena. Derramaba redes de plata sobre las ramas de los pinos y collares de perlas en la corteza de los troncos. Ululaban los pájaros nocturnos. De cuando en cuando se escuchaba el aullido de un lobo. Por aquel entonces los bosques todavía estaban repletos de osos, lobos, zorros, martas y muchos otros animales salvajes. Esa noche Zelig estaba desanimado. Cuando no había pasajeros en su coche, tampoco había dinero en su monedero, y Bryna no tendría lo suficiente para hacer los preparativos para el Sabbat.

De pronto Zelig vio, tirado en el camino, un saco que parecía estar lleno de harina o azúcar molido. Detuvo su caballo y bajó a echar un vistazo. Un saco de harina o azúcar sería bienvenido en casa.

Zelig desató el saco, lo abrió, probó con la lengua el contenido y llegó a la conclusión de que debía tratarse de azúcar. Levantó el saco, que resultó inusitadamente pesado. Zelig estaba acostumbrado a llevar el equipaje de sus pasajeros y se preguntaba por qué un saco de azúcar era tan pesado.

"Parece que no comí lo suficiente en la posada -pensó Zelig- Y cuando no se come bastante se pierde fuerza"


Cargó el saco en el coche. Pesaba tanto que casi no pudo con él. Se sentó en el pescante y tomó las riendas, pero no consiguió que el caballo se moviera.

Zelig tiró con más fuerza gritando <<¡Wyszta!>>, que en polaco significa: ¡Arre!

Pero aunque el caballo tiraba con todas sus fuerzas, el coche seguía sin avanzar.

"¿Qué está pasando? -se preguntaba Zelig. ¿Será posible que el saco sea tan pesado que el caballo no puede con él?"

Esto era absurdo, pues el caballo tiraba a menudo de un coche lleno de pasajeros con su equipaje.

<<Aquí está pasando algo bastante extraño>>, se dijo Zelig.

Volvió a bajar, desató el saco y volvió a probar su contenido. ¡Dios del Cielo, el saco estaba lleno de sal y no de azúcar!

Zelig quedó completamente perplejo. ¡Cómo pudo equivocarse de ese modo? Probó una y otra vez, y era sal.

-¡Vaya! Esta es una de esas noches -murmuró Zelig para sí. 

Decidió bajar el saco del coche, pues estaba claro que unos duendes malignos estaban jugando con él. Pero ahora el saco se había vuelto tan pesado como si estuviese lleno de plomo. El caballo volvió la cabeza hacia él y miraba, como si tuviera curiosidad de saber lo que estaba ocurriendo.

De pronto Zelig escuchó una risa procedente del interior del saco. Un momento después el saco se desintegró y apareció una criatura con ojos de ternero, cuernos de cabra y alas de murciélago. La criatura le dijo, con voz humana:

-No probaste ni sal ni azúcar, sino la cola de un diablillo. Y con estas palabras el diablillo estalló en incontenibles carcajadas y se alejó volando.

Docenas de veces, Zelig, el cochero, había contado la misma historia a Neftalí, pero éste nunca se cansaba de oírla. Podía imaginarse todo: el bosque, la noche, la luna de plata, los ojos curiosos del caballo y del diablillo. Neftalí hacía toda clase de preguntas: ¿Tenía barba? ¿Tenía pies? ¿Cómo era la cola? ¿Hacia dónde voló?

Zelig no podía responder a todas las preguntas. En esos momentos había estado demasiado asustado como para fijarse en detalles, pero a la última pregunta contestaba:

-Probablemente voló más allá de las Regiones Oscuras, allá donde la gente no va, ni el ganado se adentra, donde el cielo es de cobre, la tierra de hierro y donde las fuerzas malignas viven bajo techos de setas y en los túneles que los topos abandonan.









2

Como todos los niños del pueblo, Neftalí se levantaba pronto para ir al cheder (escuela). Estudiaba con más diligencia que los demás niños. ¿Por qué? Porque Neftalí estaba ansioso por aprender a leer. Había visto a los niños mayores leyendo libros de cuentos y había sentido envidia de ellos. ¡Qué feliz era quien podía leer un cuento en un libro!

A los seis años, Neftalí ya era capaz de leer un libro en yiddish, y desde entonces leyó todo libro de cuentos que caía al alcance de sus manos. Dos veces al año un vendedor de libros, llamado Reb Zebulun, visitaba Janow, y en el saco que cargaba al hombro llevaba entre otras cosas algunos libros de cuentos. Cada uno costaba dos groschen y, aunque la paga que su padre le daba a Neftalí era de dos groschen semanales, conseguía ahorrar suficiente dinero para comprar varios libros de cuentos cada temporada. También leía las historias del Pentateuco de su madre, escritas en yiddish, y las de sus libros de moral.

Cuando Neftalí se hizo mayor, su padre comenzó a enseñarle a manejar los caballos. Por entonces era habitual que un hijo continuara en el oficio de su padre. A Neftalí le gustaban mucho los caballos, pero no sentía entusiasmo por hacerse cochero y llevar pasajeros de Janów a Lublin y de Lublin a Janów. Quería ser vendedor de libros y llevar un morral lleno de cuentos.

Su madre le decía:

-¡Qué hay de bueno en ser vendedor de libros? De cargar el morral día tras día se te encorvará la espalda y se te hincharán las piernas de tanto andar.

Neftali sabía que su madre tenía razón y pensó mucho en lo que haría. De improviso se le ocurrió un plan que le pareció tan sencillo como inteligente. Conseguiría un caballo y un coche, y en vez de llevar los libros a la espalda, los llevaría en el coche.

Su padre Zelig, dijo:

-Un vendedor de libros no gana lo suficiente para mantenerse así mismo, a su familia y, además, a su caballo.
-Será suficiente para mí.

Una vez cuando Reb Zebulun fue al pueblo, el librero, fue al pueblo, Neftalí tuvo una conversación con él. Le preguntó de dónde conseguía los libros de cuentos y quien los escribía. El librero le contó que había un impresor en Lublin que editaba libros, y que en Varsovia y Wilna había escritores que los escribían. Reb Zebulun dijo que podía vender muchos más libros de cuentos, pero que ya no tenía fuerzas para ir a pie por todos los pueblos y aldeas y que hacerlo así no le proporcionaba suficientes beneficios.

Reb Zebulun dijo:

-Es posible que llegue a un pueblo donde sólo haya dos o tres niños que quieran leer cuentos. No me es rentable andar hasta allí por los pocos groschen que pueda ganar, ni me compensa mantener un caballo o alquilar un coche.
-¿Qué hacen esos niños sin libros de cuentos? -preguntó Neftalí

Y Reb Zebulun replicó:

-Tienen que apañarse. Los cuentos no son como el pan. Se puede vivir sin ellos.
-Yo no podría vivir sin ellos -dijo Neftalí.

Durante esa conversación Neftalí preguntó también de donde sacaban los escritores todas sus historias y Reb Zebulun dijo:

-Ante todo en el mundo ocurren muchas cosas extraordinarias. No pasa un día sin que suceda algo insólito. Además hay escritores que inventan esas historias.
-¿Las inventan? -preguntó Neftalí asombrado-. Si es así, son unos mentirosos.
-No son mentirosos -replicó Reb Zebulun-. La mente humana no puede inventar nada en realidad. A veces leo un cuento que me parece absolutamente increíble, pero llego a un lugar y oigo que esas cosas ocurrieron efectivamente. La mente es creación de Dios, y los pensamientos y las fantasías humanas también son obra de Dios. Si algo no sucede hoy, fácilmente puede suceder mañana. Sino en un país, entonces en otro. Existen mundos infinitos y lo que no pasa en la Tierra puede pasar en otro mundo. Todo el que tenga ojos para ver y oídos para escuchar absorbe suficientes historias para el resto de su vida y para contar a sus hijos y a sus nietos.

Esto fue lo que el viejo Reb Zebulun dijo, y Neftalí escuchó sus palabras con la boca abierta.

Finalmente Neftalí dijo:

-Cuando crezca, viajaré por todas las ciudades y venderé libros de cuentos en todas partes, tanto si me resulta rentable como si no.







Neftalí también había decidido algo más: hacerse escritor de cuentos. Sabía muy bien que para ello había que estudiar, y con todo su corazón se dispuso a aprender. También comenzó a escuchar más atentamente lo que la gente decía, los cuentos que contaba, y su forma de relatarlos. Cada persona tenía, ya fuera hombre o mujer, su propia manera de expresarse. Red Zebulun le dijo a Neftalí:

-Cuando pase un día, ¿qué queda de él? Nada más que una historia. Si no se contaran cuentos ni se escribieran libros, los hombres vivirían como los animales, al día. Hoy vivimos, pero, mañana, hoy será historia. Todo el mundo, toda la vida humana, no es más que una larga historia.

3

Transcurrieron diez años. Neftalí era ya un joven. Era alto, delgado, de ´piel blanca, y tenía pelo negro y los ojos azules. Había aprendido mucho en la casa de estudio y en la yeshiva (Academia) y era además un experto jinete. La yegua de Zelig había tenido un potrillo juguetón. En verano le gustaba trotar por el pasto y lo cuidaba. Lo llamó Sus. Sus era un potrillo juguetón. En verano le gustaba trotar por el pasto. Relinchaba como el tintineo de una campanilla. Algunas veces cuando Neftalí lo lavaba y cepillaba y le hacía cosquillas en el cuello, Sus estallaba en unos sonidos que parecían risa. Neftalí lo montaba a pelo, como un cosaco. Cuando Neftalí pasaba por el mercado montado en Sus, las muchachas del pueblo corrían a las ventanas para verlo.

Transcurrido algún tiempo, Neftalí se construyó un carro. Encargó las ruedas a Leib, el herrero. Cargó su carro con todos los libros de cuentos que había recolectado a lo largo de los años y echó a rodar con su caballo y sus mercancías a los pueblos vecinos. Se compró un látigo, pero se hizo el firme juramento de no usarlo jamás. No hacía falta castigar a Sus, ni siquiera hacerle restallar el látigo. Llevaba con facilidad y prudencia el liviano coche y su carga de libros. Neftalí raras veces se sentaba en el pescante, ya que prefería ir andando junto a su caballo y contarle cuentos. Sus levantaba las orejas cuando le hablaba y Neftalí estaba seguro que Sus le entendía. A veces, cuando Neftalí preguntaba a Sus si le gustaba una historia, Sus relinchaba, golpeando el suelo con sus cascos, o lamía la oreja de Neftalí, como si quisiera decirle: “Sí, entiendo…”

Reb Zebulun le había dicho que los animales vivían al día, pero Neftalí estaba convencido de que los animales también tenían memoria. Generalmente, Sus recordaba los caminos mejor que él. Neftalí había escuchado el relato de un perro que se había perdido de sus amos en un viaje por tierras lejanas y que reapareció meses después de que éstos volvieran a casa sin su querido compañero. El perro había atravesado la mitad de Polonia para regresar con sus amos. También había escuchado una historia parecida acerca de un gato. El hecho de que las palomas regresen a su palomar desde grandes distancias era bien conocido en todas partes. En aquellos tiempos, a menudo se las utilizaba para llevar cartas. Algunos decían que era memoria, otros lo llamaban instinto. ¿Pero qué podía importar cómo se llamara? Los animales no viven únicamente al día.
Neftalí iba de pueblo en pueblo; a menudo se detenía en las aldeas y vendía sus libros. En todas partes los niños querían a Neftali y a su caballo Sus. Ofrecían a Sus lo mejor que encontraban en sus casas –cáscaras de patata, nabos y terrones de azúcar- y cada vez que Sus recibía algo de comer, movía la cabeza y la cola, lo cual quería decir: “Gracias”

No todos los niños podían estudiar y aprender a leer, así que Neftalí tenía la costumbre de reunir un grupo, sentarlo en el coche y contarles un cuento, que algunas veces era real y otras inventado.

Dondequiera que fuese, Neftalí oía toda clase de cuentos –de demonios, de diablillos, molinos de viento, gigantes, enanos, reyes, príncipes y princesas-. Los relataba amenamente, con todo tipo de detalles, y los niños nunca se cansaban de escuchar. Hasta los mayores acudían a oírlo. A menudo, los mayores invitaban a Neftalí a compartir su comida, o un lugar donde dormir. También les gustaba dar de comer a Sus.

Cuando una persona hace su trabajo no solo por dinero, sino por amor, atrae el amor de los demás. Cuando un niño no podía pagar un libro, Neftalí se lo regalaba. No tardó en ser conocido en toda la región. Finalmente llegó a Lublin.

En Lublin, Neftalí oyó muchas historias sorprendentes. Se encontró con un gigante de dos metros que viajaba con un circo y con un conjunto de enanos. En el circo, Neftalí vio caballos que bailaban al son de la música, así como también osos bailarines. Un ilusionista se tragaba un cuchillo que escupía después, un funámbulo daba un salto mortal en una alta cuerda, un tercer artista volaba por los aires de un trapecio a otro. Una muchacha galopaba de pie sobre un caballo que daba vueltas y vueltas a la pista. Neftalí entabló amistad fácilmente con la gente del circo y escuchó de ellos muchas historias interesantes. Le hablaron de faquires de la India capaces de caminar descalzos sobre carbones ardientes. Otros se hacían enterrar vivos y, cuando se los desenterraba, varios días más tarde, se encontraban bien y saludables. Neftalí oyó asombrosos relatos acerca de hechiceros y milagreros capaces de leer en la mente y predecir el futuro. Se encontró con un anciano que había ido a pie desde Lublin a la Tierra de Israel, regresando de la misma manera. El anciano le habló de los cabalistas que viven en cuevas más allá de Jerusalén, ayunaban de un Sabbat a otro y aprendían los secretos de Dios, los ángeles, los serafines, los querubines y los animales sagrados.

El mundo estaba lleno de maravillas y Neftalí sentía el impulso de escribirlas y propagarlas a lo largo y ancho de las ciudades, los pueblos y las aldeas.

En Lublin fue a las librerías y compró libros de cuentos, pero no tardó en darse cuenta de que no había suficientes. Los libreros se dijeron que no valía la pena pagar a los impresores, porque dejaban muy pocos beneficios. Pero ¿es que todo se tenía que medir en dinero? En todas partes había niños, e incluso adultos ansiosos de oír cuentos y Neftalí decidió contarles todo lo que había escuchado. El mismo vivía ávido de historias y nunca quedaba satisfecho.

4

Transcurrieron más años. Los padres de Neftalí ya no vivían. Muchas jóvenes se habían enamorado de Neftalí y querían casarse con él, pero él sabía que vendiendo libros y contando cuentos no podría mantener a una familia. Además se había acostumbrado a ir de un lado a otro. ¿Cuántos cuentos podría oír o contar viviendo en un pueblo? Y así, decidió continuar con su vida errante. Normalmente los caballos viven algo más de veinte años, pero sus era uno de los escasos caballos que viven mucho tiempo. No obstante, nadie vive eternamente. A los cuarenta años, Sus comenzó a mostrar signos de vejez. Ya no galopaba casi nunca, ni sus ojos estaban tan bien como habían estado en el pasado. El mismo Neftalí había encanecido y los niños lo llamaban abuelo.En cierta ocasión, le dijeron que, en el camino que va de Lublin a Varsovia, había una hacienda a la cual acudían todos los vendedores de libros, puesto que al dueño le gustaba mucho la lectura y oír cuentos. Neftalí preguntó donde estaba el camino, y le dieron indicaciones para llegar hasta allí. Un día de Primavera llegó a la hacienda, Reb Falik le dio una cálida bienvenida y le compró muchos libros. Los niños del pueblo vecino ya habían oído hablar de Neftalí, el narrador, y le arrebataron todos los libros que taría consigo. Reb Falik tenía muchos caballos pastando, y cuando vieron a Sus lo aceptaron como si formara parte del grupo. Sus no tardó en empezar a comer el pasto, en el que crecían muchas flores amarillas, y Neftalí contó a Reb Falik una historia tras aotra. El cima era cálido, los pájaros cantaban, piaban y gorjeaban, cada uno con su propia voz y estilo.

La hacienda tenía una zona de bosque donde crecían viejos robles. Algunos de ellos eran tan gruesos que debían tener cientos de años. Neftalí se sintió particularmente atraído por un roble que se elevaba en el centro de una pradera. Nunca en su vida había visto un roble tan grueso. Sus raíces se extendían por un amplio terreno y se podía ver que eran muy profundas. La copa del roble era crecida y derramaba na gran sombra. Cuando Neftalí vio el roble gigante, que tenía que ser más viejo que cualquier otro de la región, le vino a la mente esta observación:

-¡Qué lástima que un roble no tenga boca para contar cuentos!






El roble había vivido muchas generaciones. Podía remontarse a los tiempos en que en Polonia todavía vivían los idólatras. Seguramente había conocido los días en que los judíos habían llegado a Polonia desde los estados alemanes donde se les había perseguido, y el rey polaco Casimiro I les había abierto las puertas del país. Neftalí sintió súbitamente que estaba cansado de su vida errante. Ahora sentía envidia del roble que había estado tantos años en el mismo lugar, profundamente arraigado en la tierra de Dios. Por primera vez en la vida, Neftalí sintió la necesidad de quedarse en un lugar. También pensó en su caballo. Sin duda Sus estaba cansado de andar por los caminos. Sería bueno para él disfrutar de algún reposo en los pocos años que le quedaban.
En el mismo momento en que Neftalí meditaba estas ideas, el dueño de las tierras, Reb Falik, llegaba en su coche. Se detuvo cerca de Neftalí y dijo:

-Veo que estás sumido completamente en tus pensamientos. Dime que piensas.

En un primer momento Neftalí quiso responderle a Reb Falik esas múltiples formas de ideas absurdas que se deslizan en la mente humana y que resulta imposible describir en su totalidad, pero luego se dijo:

"¿Por qué no decirle la verdad?" 

Reb Falik parecía ser un hombre de buen corazón. Tenía la barba plateada y unos ojos que expresaban la bondad y la sabiduría que a veces trae consigo la edad. Neftalí dijo:

-Si tiene paciencia, se lo contaré.
-Sí, tengo paciencia. Toma asiento en el coche. Voy a dar un paseo y deseo saber lo que piensa un hombre que es famoso por sus narraciones.

Neftalí tomó asiento. Los caballos de tiro caminaban lentamente y Neftalí le contó a Reb Falik la historia de su vida, así como sus reflexiones al ver al roble gigante. Le contó todo sin dejarse nada dentro.

Cuando terminó, Reb Falik dijo:

-Mi querido Neftalí, puedo satisfacer fácilmente todos tus deseos y fantasías. Soy, como puede verse, un hombre de edad. Mi mujer murió hace algún tiempo. Mis hijos viven en las grandes ciudades. Me gusta escuchar cuentos, y también tengo muchísimos cuentos que contar. Si quieres, te dejo construir una casa a la sombra del roble y podrás quedarte aquí tanto como dure tu vida y tanto como dure la mía. Haré que junto a la casa se construya un establo para tu caballo, de modo que ambos podáis vivir vuestras vidas en paz. Sí, tienes razón. No se puede vagabundear eternamente. Llega el momento en que todos quieren arraigar en un lugar y absorber todo el encanto que ese lugar pueda ofrecer.

Cuando Neftalí oyó estas palabras, se apoderó de él una gran alegría. Le dio las gracias a Reb Falik una y otra vez, pero este dijo:


-No hace falta que me lo agradezcas tanto. Aquí tengo muchos campesinos y sirvientes, pero no tengo a nadie con quien conversar. Seremos amigos y nos contaremos muchas historias. ¿Qué es la vida después de todo?. El futuro no ha llegado todavía y no se puede prever lo que nos traerá, el presente es solo un instante y el pasado es un largo cuento. Quienes no cuentan cuentos, ni los escuchan, solo viven el momento, y no es suficiente.





La promesa de Reb Falik no quedó en meras palabras. Al mismo día siguiente, ordenó a su gente que construyera una casa para Neftalí, el narrador. En la hacienda no escaseaban ni la madera ni los buenos constructores. Cuando Neftalí vio los planos de la casa se sintió abrumado. Solamente necesitaba una casa pequeña para él y un establo para Sus. Pero los planos mostraban una gran casa con muchas habitaciones. Neftalí preguntó a Reb Falik cuál era la razón para hacer una casa tan grande, y Reb Falik replicó:

- La necesitarás.
-¿Para qué? -preguntó Neftalí.

Gradualmente se fue develando el secreto. A lo largo de su vida, Reb Falik, Neftalí había dicho que tenía escritos muchos de sus cuentos y los cuentos que le habían contado otros y que ya había reunido un arcón de manuscritos, pero que no había podido imprimirlos porque los impresores de Lublin y de las demás grandes ciudades pedían mucho dinero por hacerlo, y porque los que compraban cuentos en Polonia no eran tantos como para cubrir el gasto.

Contiguo a la casa de Neftalí, Reb Falik mandó a construir un taller de imprenta. En cargó cajas de tipo a Lublin (en aquella época no existía nada parecido a una máquina de composición) y también una prensa manual. Desde ese momento en adelante, Neftalí tendría la oportunidad de componer e imprimir sus propios libros. Cuando se enteró de lo que Reb Falik estaba haciendo por él, Neftalí no podía dar crédito a sus oídos. Dijo:

-De todas las historias que he oído o contado, ésta es, con mucho, la más grata para mí.

Ese mismo verano todo estuvo a punto: la casa, la biblioteca, la imprenta. El invierno se anticipó. Las lluvias comenzaron justo después de Succoth (es la fiesta judía de Los Tabernáculos., que conmemora los cuarenta años de peregrinación por el desierto y la protección divina que les ofreció el maná.), y siguieron las nieves. En invierno hay muy poco que hacer en una hacienda. Los campesinos se sentaban en sus cabañas cerca del fuego, e iban a la taberna. Reb Falik y Neftalí pasaban mucho tiempo juntos. El propio Reb Falik era un tesoro de historias. Había conocido a muchos señores famosos. En su día había visitado las ferias de Danzing, Leipzig y Amsterdam. Había llegado a viajar a Tierra Santa y había visto el Muro de las Lamentaciones, la Gruta de Makpelá y la tumba de Raquel. Reb Falik le contó muchos cuentos que Neftalí escribió.

El establo de Sus era muy grande para un solo caballo. Reb Falik tenía algunos caballos viejos que ya no podían trabajar en el campo, de modo que Sus no estaba solo. A veces cuando Neftalí iba al establo a visitar a su entrañable Sus, lo veía inclinando su cabeza hacia el caballo de su izquierda o de su derecha, y le parecía que Sus escuchaba los cuentos que los otros caballos le contaban, o que silenciosamente contaba su propia historia de caballo. E cierto que los caballos no pueden hablar, pero las criaturas de Dios se pueden hacer entender sin necesidad de palabras. 


Ese invierno Neftalí escribió muchos cuentos, los suyos y los que contó Reb Falik. Compuso los tipos y los imprimió con su prensa manual. A veces cuando brillaba el sol sobre la nieve plateada, Neftalí uncía a Sus y otro caballo a un trineo y viajaba a los pueblos vecinos a vender libros, o a regalarlos a quienes no los podían pagar. En ocasiones, Reb Falik lo acompañaba. Dormían en posadas y pasaban el tiempo con mercaderes, terratenientes, y hasidim (miembros de un movimiento místico judío fundado por el rabino Baal Shem) en camino a visitar a su rabino. Cada uno teía una historia que contar y Neftalí o bien la escribía, o la grababa en su memoria.







Transcurrió el invierno sin que Neftalí pudiera recordar cómo. En Pesaj (fiesta del calendario judío), los hijos y nietos de Reb Falik acudieron a la hacienda a celebrar las fiestas y, una vez más, Neftalí escuchó cuentos maravillosos de Varsovia, Cracovia, e incluso de Berlín, París y Londres. Los reyes emprendían guerras, pero los científicos hacían toda clase de descubrimientos e inventos. Los astrónomos descubrían estrellas, planetas, cometas. Los arqueólogos desenterraban ruinas de antiguas ciudades. Los químicos encontraban nuevos elementos. En todos los países se construían vías férreas para los trenes. Se levantaban museos, bibliotecas y teatros. Los historiadores descubrían escritos de las generaciones pasadas. Los escritores de cada país describían la vida y la tierra en que vivían. La humanidad no podía olvidar, ni olvidaría, su pasado. La historia del mundo se hizo cada vez más rica en detalles.


Esa primavera sucedió algo que Neftalí había estado esperando y, por tanto temiendo. Sus enfermó y dejó de pastar. Fuera brillaba el sol y Neftalí llevó a Sus a pastar allí donde brotaban pasto verde y muchas flores. Sus se sentó al sol mirando el pasto y las flores, pero ya no pastó. En sus ojos brillaba algo sosegado. La tranquilidad de una criatura que ha consumido su vida y está a punto de finalizar su historia sobre la tierra.

Una tarde, cuando Neftalí fue a ver a su querido Sus, encontró que estaba muerto. Neftalí no pudo contener las lágrimas. Sus había sido parte de su vida.

Cavó una tumba para Sus, no lejos del viejo roble junto al cual había muerto y allí lo enterró. Para señalar la tumba hundió en la tierra el látigo que jamás había usado. La empuñadura era de roble.

Sorprendentemente, varias semanas después Neftalí advirtió que el látigo se había convertido en un esqueje . La empuñadura había arraigado en la tierra donde reposaba Sus y comenzó a echar brotes. Sobre Sus creció un árbol, un nuevo roble que sacó su alimento del cuerpo de Sus. Al mismo tiempo, al árbol le crecieron ramas, donde los pájaros cantaban y construyeron sus nidos. Neftalí apenas si podía creer que la vara reseca hubiera conservado tanta vida como para crecer y florecer. Neftalí lo consideraba un milagro. Cuando el árbol se hizo más fuerte, Neftalí talló el nombre de Sus en la corteza junto con la fecha de su nacimiento y de su muerte.

Sí, cada criatura muere, pero no termina ahí la historia del mundo. Toda la tierra, todas las estrellas, todos los planetas, todos los cometas, representan en si una historia divina, una fuente de vida, una historia maravillosa e interminable que solo Dios conoce en su totalidad.

Pocos años más tarde murió Reb Falik, y años después Neftalí, el narrador. Por entonces era famoso por sus libros, no solo en Polonia, sino también en otros países. Antes de morir, Neftalí pidió que se le enterrara bajo el roble joven que había crecido sobre la tumba de Sus y cuyas ramas tocaban las del viejo roble. En la tumba de Neftalí se inscribieron estas palabras tomadas de las Escrituras:

DULCES Y AMABLES EN LA VIDA,
LA MUERTE NO PUDO SEPARARLOS

Fin del cuento: Neftalí el narrador y su caballo Sus.






Fuente: CUENTOS JUDÍOS, de: I. Bashevis Singer. Ilustraciones de Eusebio Sanblanco y M.a Teresa Sarto. Ediciones ANAYA 1989

jueves, 5 de mayo de 2016

El samurái y el pescador





Un Samurái que le había prestado dinero a un pescador, hizo un viaje para cobrarse a la provincia llamada Itomán, que era donde vivía el pescador.

No siéndole posible pagar, el pobre pescador huyó y trató de esconderse del Samurái, que era famoso por su mal genio.

El Samurái fue a su hogar y al no encontrarlo ahí, lo buscó por todo el pueblo. A medida que se daba cuenta de que se estaba escondiendo se iba enfureciendo.

Finalmente, al atardecer, lo encontró bajo un barranco que lo protegía de la vista.

En su enojo, desenvainó sus espada y le gritó:

-¿Qué tienes para decirme?
-Antes de que me mate, me gustaría decir algo. Humildemente le pido esa posibilidad.
-¡Ingrato!. Te presto dinero cuando lo necesitas, te doy un año para pagarme, y me retribuyes de esta manera. Habla antes de que cambie de parecer.
-Lo que quería decir era esto: Acabo de comenzar el aprendizaje del arte de la mano vacía y la primera cosa que he aprendido es el precepto: "Si alzas tu mano, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza, restringe tu mano"

El Samurái quedó anonadado al escuchar esto de los labios de un simple pescador. Envainó su espada y dijo: Bueno, tienes razón. Pero acuérdate de esto, volveré en un año a partir de hoy, y será mejor que tengas el dinero... y se marchó.

Era ya de noche cuando el Samurái llegó a su casa y, como era costumbre, estaba a punto de anunciar su regreso, cuando se vio sorprendido por un haz de luz que provenía de su habitación, a través de la puerta entreabierta.

Agudizó su vista y pudo ver a su esposa tendida durmiendo y el contorno impreciso de alguien que dormía a su lado. Muy sorprendido y explotando de ira se dio cuenta de que era un Samurái...

Sacó su espada y sigilosamente se acercó a la puerta de la habitación. Levantó su espada preparándose para atacar a través de la puerta, cuando se acordó de las palabras del pescador: ""Si alzas tu mano, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza, restringe tu mano"

Volvió a la entrada y dijo en voz alta: "He vuelto". Su esposa se levantó, abriendo la puerta salió junto con la madre del Samurái para saludarlo. La madre vestida con ropas de él. Se había puesto ropas de Samurái para ahuyentar a los intrusos durante su ausencia

El año pasó rápidamente, y el día del cobro llegó. El Samurái hizo nuevamente el largo viaje. El pescador lo estaba esperando. Apenas vio al Samurái, este salió corriendo y le dijo: "He tenido un buen año. Aquí está lo que le debo y además los intereses. ¡No sé cómo darle las gracias!"

El Samurái puso su mano sobre el hombro del pescador y dijo: "Quédate con tu dinero. No me debes nada. Soy yo el endeudado."

FIN

Tomado de: Leyendas y narraciones japonesas. Por: Richard Kim. Setiembre 2012. Editado por Perú Shimpo SA

miércoles, 4 de mayo de 2016

La Casa Voladora





No supieron cuál fue el motivo, total a ninguno de los dos les interesaba averiguar cuál fue la causa. Lo que sucedió es que separaron sus manos y la sonrisa de sus labios desapareció. Andaban como dos desconocidos, y no como los enamorados que se habían jurado estar en las buenas y en las otras no tan buenas.

Caminaban en la misma dirección porque no tenían otra opción. No es que se sintieran en compañía el uno con el otro, era lo que había como rutina. Caminar juntos, pero sentirse totalmente distanciados el uno del otro.

Eran ya las 9 de la noche. Estaban entrando a la Plaza San Martín. Enrumbaron a la calle Belén. Mientras se acercaban a Quilca, algo los detuvo. Una pareja vestida de negro convoca a que el público se acerque. Él llamador era alto, ella su compañera tenía una gran sonrisa. Unas lucecitas de colores alumbraban un marco de madera que semejaba una gran ventana.

Dos muñecos, de trapo, o de papel, estaban sentaditos. Eran dos títeres. El uno no miraba al otro. Era como si los títeres estuvieran peleados. Los enamorados que caminaban juntos pero distanciados se identificaron con esos muñecos. Uno era un él, el otro, era una ella. Comenzó una melodía. Los muñecos cobraron vida. Hacían gestos, hacían mohines. De pronto el títere Él, abraza a la títere Ella. Ambos se dan un beso y vuelan hacia las estrellas. Aplausos de los espectadores.

La vida te quita, pero también te da. Esos dos que llegaron separados el uno del otro, vivieron la escena de los muñecos como un motivante para volver a caminar juntos y unidos. El la abrazó. Ella inclinó su cabeza sobre el hombro del compañero. Ellos se dieron un beso y partieron tomados de la mano, y también caminando con rumbo a las estrellas.

Autor: Carlos Torres