miércoles, 11 de enero de 2017

El sastre y el zapatero




Érase que se era un sastre que debía dinero a todos los vecinos de su pueblo, y como ganaba tan poco porque el pueblo era muy pobre y apenas se hacían trajes allí, no lo podía pagar por más ahorros que hacía. Entonces un día, cansado ya de cavilar, dijo:

-Como nunca podré pagar todas mis deudas, mejor es morir; así me lo perdonarán todo.

Se hizo el muerto y mandó a su mujer a que saliera a la puerta a llorar a grandes gritos. Acudieron todos los vecinos y, creyendo el caso de verdad, consolaban a la mujer diciéndole que le perdonaban todas las deudas de su marido.

Pero un zapatero, muy pobre y con una pata de palo, empezó a decir:

-A mí me debe un real, y no se lo perdono.

Por la noche llevaron al mentiroso sastre debajo de los porches de la plaza, según era costumbre hacerlo, para esperar que llegara la hora de la sepultura. Iba el sastre metido en la caja sin moverse, riéndose por lo bien que le había salido la trampa y porque pensaban en el susto que se iban a llevar los vecinos del pueblo cuando en el momento de ir a enterrarle saliera de la caja como que había resucitado.

Dejaron la caja en la plaza y al poco tiempo se presentó el zapatero que era medio tonto, a pedir su dinero al sastre. Levantó la tapa de la caja y empezó a decir a grandes voces:
-Dame el real, sastre de los demonios, dame el real.

En eso llegaron unos ladrones, y el zapatero muerto de miedo, se escondió en el zaguán de una casa. Comenzaron ellos a repartirse el dinero que habían robado por todos los pueblos del contorno. Lo dividieron entre siete montones, aunque ellos no eran más que seis, y dijo el capitán:

-El montón de más lo dejaremos en esta caja para viático del alma de este pobre diablo de sastre.

Pero no se decidían a hacerlo, hasta que el más pequeño dijo:

-Dame el montón y yo le pondré pues veo que todos tenéis miedo.

Llegóse a la caja y levantó la mano para cumplir lo prometido, pero el sastre se incorporó de un salto diciendo:
-Ayudadme aquí, todos los sastres.

Y dijo el zapatero desde el zaguán:

-Allí vamos todos juntos.





Los ladrones echaron a correr horrorizados y dejaron allí el dinero, que se repartieron equitativamente el zapatero y el sastre. Ya iban a macharse, cuando el zapatero se acordó del real que le debía al sastre, y empezó a decir:

-Dame el real, dame el real.

Los ladrones mientas tanto, habían dejado de correr y el capitán dijo:

-Parece mentira que hayamos querido ser generosos, nosotros a los que tanto nos gusta el dinero. Será menester que vaya uno donde está el sastre para que sepamos en que quedó aquello.

Fue uno y cuando llegó a la puerta oyó decir al zapatero:
-Dame el real, dame el real.

El ladrón dio la vuelta a todo correr y temblando de pies a cabeza, dijo a sus compañeros:

-Vámonos, que aquello está lleno de pedigüeños. Son tantos que en el reparto del dinero tocan a real.

Y echaron todos a correr como galgo tras la liebre y sin atreverse a volver la cabeza atrás.

El zapatero y el sastre quedaron ricos para toda la vida y el segundo pudo pagar sus deudas a los vecinos del pueblo.

FIN

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