martes, 25 de noviembre de 2014

Calle Burgomaestre Simón Von Utrech






En Hamburgo hay una calle así. Muy pocos conocen que hizo para merecer que una vía lleve su nombre. Eso si, muchos saben que este hombre en el año 1400 fue responsable de la sentencia a muerte del pirata del Elba: Klaus Störtebecker, quien siendo marinero, junto a cien hombres se rebeló a fin de dar término a los abusos que imponían los mercaderes de la Liga Hanseática. Klaus se sublevó, siendo marino de uno de los barcos de la Hanseática. El barco lo hizo navegar bajo la bandera: Libertad. El formó una hermandad: Los Hermanos Vitales, y declaró sus normas y principios que decían: Todos los hombres, y todas las mujeres nacieron iguales y para ser felices.

El pirata atacaba los navíos de la Liga y aplicaba a los capitanes los castigos que estos solían dictar a su propia tripulación, y la mercancía transportada era repartida entre las poblaciones que pasaban hambre.

La Liga puso precio a su cabeza. así que daneses, suecos, germanos lo buscaron. No les fue fácil, pasaron tres años, y finalmente lograron su captura. En la primavera del 1400 Simón Von Utrech lo sentenció a muerte y condenado a ser decapitado a manos del verdugo. En plaza pública sería ejecutado, y al último, para que viera como ultimaban a todos sus hombres. Estaban allí en la plaza, las esposas, madres, hermanas e hijos de los condenados.

De pronto El Pirata del Elba dijo en voz alta al burgomaestre: ” Le planteo un pacto. Deseo morir primero y morir de pie. Y quiero que por cada paso que de, una vez que mi cabeza se haya desprendido de mi cuerpo usted libere a uno de mis hombres”

Se escuchó un grito: “Viva el pirata del Elba”

El burgomaestre aceptó. El verdugo ejecutó la orden. La cabeza rodó. El cuerpo del pirata alcanzó a dar doce pasos, salvando así a igual número de sus compañeros.

Seiscientos años después durante cada primavera, la policía de Hamburgo detiene a unos jóvenes que van armados de unas pegatinas azules similares a los carteles que se usan para nombrar a las calles de esa ciudad. Las pegatinas las ponen sobre los carteles Calle Burgomaestre Simón Von Utrech, y en sus pegatinas dice: Calle Klaus Stortbecker..

(FIN)

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lunes, 24 de noviembre de 2014

El juego del Ampay


Cuentan que el Sol, la Tierra y la Luna vivían aburridos de jugar siempre a la casarronda y que cierto día, reunidos en asamblea decidieron cambiar de juego.

-Que les parece si jugamos a la pegapega- propuso el Sol con marcado optimismo.

-Este es un juego peligroso- replicó la Tierra con cierta preocupación- porque si toco tu corona se queman mis bosques.

-¡Qué sería de mi rostro!- exclamó por su parte la Luna, con ligeros aires de vanidad- No quiero ni imaginarlo. Además, por un simple juego no estoy dispuesta a perder a mis admiradores.

El Sol, compasivo y de buen grado, les dio la razón. Y los tres amigos siguieron buscando un nuevo juego para su diversión.

-Juguemos entonces a las ganaditas- volvió a proponer al Sol- ¿Qué les parece?

Por el poco entusiasmo que mostraron sus amigos, el Sol dedujo que este nuevo juego tampoco sería aceptado. Como así ocurrió.

-Si corro demasiado rápido- dijo la Tierra- se sale el agua de los mares e inunda mis valles.

-¿Correr yo? ¿Ni pensarlo! -dijo la Luna-. La velocidad me produce mareos.

El Sol, contrariado y a regañadientes, terminó nuevamente por darles la razón. Sin embargo, la Tierra y la Luna comprendieron que el Sol ya no volverá a proponer un nuevo juego. Sabían que el éxito o fracaso de la asamblea estaba en sus manos. ¿Qué hacer, entonces? Ambas amigas mirábanse desconcertadas. Hasta que por fin...

-Ya sé - dijo la Luna-, jugaremos al ampay.

Esta vez nadie se opuso. Pues el Sol y la Tierra habían quedado hechizados con la propuesta de la Luna. La alegría iluminaba sus semblantes. Y felices y contentos, los tres amigos decidieron jugar al ampay.

El juego ha empezado ya,
a la Tierra le toca contar
uno, dos, tres... ¡ya?
Escondidos el Sol y la Luna
en coro responder: ¡Yá!
Y la Tierra buscando va por cielo, montaña y mar
hasta que por fin
a sus amigos vuelve hallar
¿Ampay, Sol! ¡Ampay, Luna!
Ahora al Sol le toca contar
y el juego vuelve a empezar...

Y cuentan que desde entonces surgieron los llamados eclipses; pero la verdad es que cada vez que se oscurece el cielo, es porque el Sol, la Tierra y la Luna están jugando al ampay.





El Cuento: "El juego del Ampay" es del autor Carlos Sánchez Vega, del libro: Entre duendes y luciérnagas. Editorial San Marcos, año 2007.

La imagen es de la página: dreamatico.com


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domingo, 23 de noviembre de 2014

La línea





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Tiempo


Stephen Hawking afirma que el Tiempo es unidireccional. Que el tiempo no puede retroceder. Por eso físicamente no son posibles los viajes al pasado.

Del tiempo es difícil llegar a una definición. Sabemos de el, conocemos de el, pero cuando queremos explicarlo, allí nos faltan las palabras.

Hace poco más de un año me enseñaron un conocimiento que yo diría tiene características de astro-física, de cromodinámica, de trisección del ángulo recto usando escuadra y compás, de cuadratura del círculo, en fin, digamos de Teoría de Campos Electromagnéticos.

Me enseñaron que: "Cuando el tiempo no me alcanza, pues me lo invento"

Allí donde no pueden llegan las matemáticas o la física, hace su aparición la poesía.







(FIN)

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jueves, 20 de noviembre de 2014

Nada


Yo en una esquina de transitada avenida, esperaba a un amigo para ir juntos de visita a una fábrica de baterías. Estaba sentado bajo un cobertizo, que era el paradero para los buses. El cielo anunciaba un fuerte sol.

Avanzaban los minutos. Avanzaban los buses.

Una combi dio un frenazo. Alguien bajó. Arrancó la máquina, y al mismo tiempo caía del vehículo una gruesa camisa color acero, un cuaderno y un lapicero.

Pasó un perro, olisqueó la camisa. Alzó la pata y dejó su marca. Una motocicleta en rápida carrera cruzó la vía y pisó el cuaderno. Un camión con lento caminar y rengo motor provocó un torbellino, las hojas del cuaderno se abrieron y dejaron volar unas pequeños recortes de papel, estos se mantuvieron flotando y luego cayeron junto a la camisa.

Un triciclero se acercó. Cogió la camisa, la observó, hizo ademán de probársela y la lanzó a una cesta. Luego levantó el lapicero y partió.

Pasaban los autos, pasaban los buses. Pasaban los minutos. Los recortes de papel volaban y se esparcían, cada vez eran menos, el viento se los llevaba. Pasó un cartonero, se apoderó del cuaderno. Solo restaban sobre el pavimento unos tres pequeños recortes. Otra combi dio cuenta de ellos. Paró, luego escuché: ¡llevan!, partió y los papelitos recorte partieron, flotaron y el viento se los llevó.

Ya no quedaba nada sobre el pavimento. Solo hubo un testigo: Yo.






(Fin)

Autor: Carlos Torres

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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Jugando a la Paz


Tuve la oportunidad de ver en una presentación de teatro de calle donde dos actores plantean un juego: Quien dice del otro las palabras mas hirientes. Entonces comienza el juego.
Uno dice: "Amigo", y el otro se queda sin respuesta. No estaba preparado para una expresión así. El otro vuelve a plantear las reglas del juego y nuevamente a empezar.

-Bondadoso.
-Eso no. Así no es el juego. Otra vez.
-Compañero

Se acabó el juego.

Ensayaron otro entretenimiento. Consistió en poner un pedacito de pan en el piso. Quien actuaba de segundo personaje dice: Nos alejamos y a la carrera partimos hacia el pan. El que llega primero se lo come todo.

Arranca el juego. El que no sabía decir palabras hirientes llega primero, recoge el pancito, lo parte en dos e invita la porción al compañero. Este le dice: Así no, el juego es de competencia.

Yo miraba el teatro callejero y me recordaba de Camucha a quien conocí en la Parroquia del Agustino. Una tarde nos habían citado a las 4, estando allí nos dijeron que la actividad comenzaría a las 5. ¿Qué hacer en una hora?. Camucha dijo: jugar.

Todos estuvimos de acuerdo: Camucha, propón tu el juego
Ella dijo: Juguemos a la Paz.

Todos nos quedamos mirando. No sabíamos ese juego. Conocíamos "a la guerra", pero "no a la Paz". Claro como nadie juega a la Paz, pues no se sabe como jugarlo.

Yo, ya muy mayor, mirando el teatro callejero había aprendido dos maneras de jugar a la PAZ, y la verdad les puedo asegurar que es muy entretenido.






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(FIN)

martes, 18 de noviembre de 2014

Oceanografía


“Y se procede a detectar los bancos de peces y verificar por el tamaño de la especie si están aptos para la pesca. Para esto contamos con la ayuda de un sistema satelital el cual va rastreando…”

Era la voz de una señorita quien me daba orientaciones sobre el trabajo de pesca satelital.

Yo la escuchaba y en ese momento se apagaron todos los sonidos. Las voces callaron. Los parlantes se silenciaron. Los visitantes interrumpieron su conversa. El aleteo de el abanico de un ventilador dejó de zumbar.

“…los cardúmenes de población marina. Así se logra una pesca racional”

Yo escuchaba y mirando a sus ojos, me imaginaba el azul del mar. El celeste de las nubes. El amarillo del sol. La frescura del oleaje.

Hace tres años por primera vez vi el universo en la Feria de las Ciencias. Mirándole a los ojos, entendí: la Teoría de las Supercuerdas, los postulados de la Mecánica Cuántica y la expresión matemática de los Agujeros Gusano del Cosmos.





(FIN)

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viernes, 14 de noviembre de 2014

Eternidad


Era junio. Todavía lo tengo en la memoria. 
Era un domingo. Yo lo recuerdo.
No hacía frío, pero tampoco calor.
Eran las 9 de la mañana. Lo vi en el reloj de la catedral.
Algunos vehículos transitaban por las calles.
Mucha gente en la plaza.
En eso, sonó un pitazo.
Todo se volvió silencio.
Los carros detuvieron su andar.
Las personas pararon su hablar.
Un hombre por la plaza pasaba.
Llevaba un sombrero en la mano, y
cientos de palomas le seguían
dio la vuelta a la plaza
las palomas tras él.
Se fue por el jirón Carabaya, las palomas con él.
La plaza quedó vacía de palomas,
quedó vacía del hombre también.
Los autos andaron de nuevo.
Las personas renovaron su hablar.
Nuevamente el ruido ganó la calle.
Yo parado en una esquina,
seguía en mi instante de eternidad.







(FIN)

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jueves, 13 de noviembre de 2014

Sapo feliz


Tengo un sapo que está feliz. Es el sapo soñador del relato de Javier Villafañe y ahora luce más contento ya que le cayó de regalo un plantoncito. 
He visto que se ha pasado toda la tarde haciéndole compañía al ser vegetal. El sapo me ha dicho que muy pronto crecerá y será un gran matorral de rojos y verdes. 
Me guiñó un ojo mi amigo el batracio y me encargó que no me olvidara de echarle aguita de riego a su nuevo vecino. Me recomienda que lo haga interdiario para que la plantita luzca lozana y saludable. 

Que buen sapo es mi sapo.








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miércoles, 12 de noviembre de 2014

MIL GRULLAS




(Cuento de: Elsa Bonerman)

Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo, como todos los chicos. Porque también ellos eran nuevos en el mundo como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien que era lo que estaba pasando.

Desde que ambos recordaban sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y compartiendo también el miedo que cada anochecer inundaba las reuniones familiares que ocurrían en torno a lo que emitía la radio. Noticias que hablaban de luchas y muerte por todas partes. Sin embargo Naomi y Toshiro, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.¡Ah…y también se estaban descubriendo uno al otro!

Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela. Suponían que sus miradas trazaban un camino y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos. Apenas intercambiaban algunas frases, ya que el afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban acostumbrados al silencio…

Naomi sabía que quería a ese delgado muchacho, que más de una vez se quedaba sin almorzar para darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa. 

-No tengo hambre-le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía. 

-Te dejo mi vianda - y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.

Naomi poblaba el corazón de Toshiro. Ella se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. El tenía ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella, pero ese futuro aun quedaba lejos.

El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llego puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares. Otras veces siempre esperaban las soleadas mañanas del verano, pero ese año su llegada los ensombreció a los dos. Ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba dejar de verse durante un inacabable mes y medio.

A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían, entonces ni siquiera tenían la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.

Acabó junio y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque. Se fue julio y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque, y ¡por fin llegó agosto!, pensaron los dos al mismo tiempo.

Fue justamente el primero de agosto cuando Toshiro viajó, junto con sus padres hacia la aldea de Miyashima, iban a pasar allí una semana visitando a los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local. Es que ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas. –Para cuando termine la guerra -decía el abuelo.-

Todo acaba algún día –comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro se sentía que la paz debería ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se refería al fin de la guerra, tal como a el se le aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi.

¿Y Naomi?

El primer día de agosto despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba, sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor, solo un desierto helado y ella atravesándolo. Abandonó el tatami, se deslizo de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. 

¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozo las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.

El dos y tres de agosto escribió trabajosamente sus dos primeros haikus.

Lento se apaga
El verano.
Enciendo lámparas y sonrisas.

Pronto
Florecerán los crisantemos.
Espera,
Corazón.


Después, convirtió en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros y los libraba de la curiosidad de sus hermanos.

El cuatro y cinco de agosto se los pasó ayudando a su madre y a las tías. ¡Era tanta la ropa para remendar! Sin embargo esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburrido para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que este se cumpliese. La aguja iba y venía, laboriosa. Así terminó el pantalón de su hermano menor, con el deseo de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y arreglando los puños de la camisa de papá, pidió que Toshiro no la olvidara nunca. Y los dos deseos se cumplieron. Pero el mundo tenía sus propios planes. 

Ocho de la mañana del seis de agosto. Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?

“Ahora”, Toshiro pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?

En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima. En el avión hombres blancos pulsan botones y una bomba atómica surca por primera vez el cielo, el cielo de Hiroshima.

Un repentino resplandor extrañamente ilumina la cuidad. En ella, una mamá amanta a su hijo por última vez. Dos viejos trenzan bambúes por última vez. Una docena de chicos canturrea: “Donguri Koro Koro- Donguri Ko…” por última vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez. Miles de hombres piensan por última vez. Naomi sale para hacer unos mandados.

Silenciosa explota la bomba. Hierven de repente las aguas del río, y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegraron en esa mañana. Con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales.

Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse en el mismo espejo ni abrir nuevamente la puerta de su casa ni tomar ningún camino requerido. Nadie será ya quien era. Hiroshima arrasada por un hongo atómico. Hiroshima es el sol ese seis de agosto de 1945, un sol estallando.

Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi, y ¡aún estaba viva!

Ella y su familia al igual que otros miles de sobrevivientes fueron internados en el hospital ubicado en la localidad próxima a Hiroshima. Habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre. Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana. El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabia si era el frío exterior o sus pensamientos lo que le hacia tiritar.

Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Con los ojos abiertos y la mirada inmóvil. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura. Sobre la mesita de luz, se veían unas cuantas grullas de papel desparramadas.

-Voy a morirme, Toshiro. -susurró, no bien sus amigo se paró en silencio al lado de su cama. –Nunca llegaré a plegar las mil grullas que hacen falta. Mil grullas, o Semba-Tsuru, como se dice en japonés. 

Con el corazón encogido Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte. Después las juntó cuidadosamente en un bolsillo de su chaqueta.

-Te vas a curar, Naomi- le dijo entonces, pero su amiga no lo oía ya, se había quedado dormida. El muchacho salió del hospital bebiéndose sus lágrimas. Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa estaban temporalmente alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que hasta ese día, había habido allí. Hojas de diarios, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era de noche para preguntar. Todos los mayores se durmieron sorprendidos.

En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas. Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho.

Llevaba la tijera oculta entre sus ropas. En el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno, hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía. El muchacho se encontraba pasando hilos a través de la silueta de papel. Separó grupos de diez frágiles grullas y las aprestó para que imitaran el vuelo suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra. Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de su primo. No había tiempo perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.

-Prohibidas las visitas a esta hora- le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga. Toshiro insistió -sólo quiero colgar estas grullas sobre sus lecho. Por favor.

Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma impasibilidad con que momentos antes le había cerrado el paso se hizo a un lado y le permitió que entrara -pero cinco minutos, ¿eh?

Naomi dormía. Tratando de no hacer el mínimo ruido Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz, luego subió. Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielo raso, y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo, los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.

Fue al bajarse de su improvisada escalera que advirtió que Naomi los estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.

-Son hermosas, Toshi-Chan gracias 

-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas -y el muchacho abandonó la sala sin darse cuenta.

En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera dejó colar al entreabrir por unos instantes la ventana. Los ojos de Naomi seguían sonriendo.

La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?

Febrero de 1976. Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de la sucursal de un banco establecido en Londres. Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar. Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo. Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de la máquina de calcular. Grullas surgidas de servilletitas con impresos de los más sofisticados restaurantes.

Grullas y más grullas.

Y los empleados comentan divertidos, que el gerente debe creer en aquella superstición japonesa.

-Algún día completara las mil -cuchicheaban entre risas-. ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?

Ninguno sospecha siquiera la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez, con su perdido amor primero.

(FIN)

Extraído de: No somos irrompibles, doce cuentos de chicos enamorados.

La imagen de los crisantemos es del BLOG: carolinagarden.wordpress.com


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martes, 11 de noviembre de 2014

Violeta



Caperucita Roja, se casó con su Príncipe Azul. Tuvieron una hija a la que pusieron por nombre Violeta. 





(Este relato se lo escuché al narrador Alekos)


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lunes, 10 de noviembre de 2014

Imaginación


-Mamá, ya van a ser las cinco.
-Todavía faltan mas de viente minutos.
-Mejor dame ya para ir a ver la televisión donde la vecina. No vaya a ser que se pase el programa.

Partí a la carrera y me ubiqué frente a la pantalla. Doña María era la única que en el barrio tenía televisor. Lo había logrado comprar a golpe de las puntadas que día a día le daba a su máquina Singer con la que confeccionaba faldas y camisas las que vendía a los vecinos. Doña María me dio un vasito de chicha la que bebí de a poquitos para que me durara hasta que sea la hora de comienzo del programa. Más niños llegaban y la emoción crecía. A las cinco se encendió el televisor. Allí estaba ya la cancioncita que anunciaba el programa: Cuentos con títeres. En la sala se escuchó: ¡yeee!

Que bonitos los muñecos. Eran de madera y cuerpo redondeado. Movían su cabecita y agitaban sus brazitos. Corrían por el campo y trepaban las montañas. Ese día la historia iba de un valiente que partía a tierras lejanas buscando una pócima que salvara la vida de la princesa. Cruzaba el valiente un río de aguas torrentosas y atravesaba un desierto. Fuerte viento en los caminos: fiuuuuuu. El avanzaba ya que debía apurarse, sino la princesa podía morirse.

Que valiente el valiente. No tenía miedo ante nada. Consiguió la pócima que estaba en un vaso de oro dentro de una cueva cuya entrada era guardada por un dragón que echaba mucho fuego.

Terminado el programa regresaba a casa. Que feliz era yo, volviendo a mirar la historia en mi imaginación.

Ya de mayor, he asistido a muchas funciones de títeres. He visto muñecos de guante, de boca prestada, de los que el titiritero se pone sobre la cabeza. Títeres de hilo, y también los de sombra que son los que yo se hacer. He visto títeres planos y gigantes como los muñecones. He disfrutado los hechos en papel maché, los confeccionados en goma espuma y los elaborados en tela, pero nunca logré toparme con unos similares a los del programa de: títeres y cuentos.

Hoy es un sábado de abril. Han pasado mas de cuarenta años, y no se porque en este sábado con especial intensidad recuerdo ese programa de televisión. Sí hoy, que es el día de mi cumpleaños. He recibido llamadas y gratos textos en mi cuenta de mail. También he recibido mensajes a mi face, los cuales leo y releo mientras estoy sentado, en casa, escuchando radio. Tocan la puerta, Mingo se agita y ladra. Me acerco a la ventana. Es mi amigo el colombiano Granito. Hágole pasar y el que me entrega un regalo. Le abro, y era un muñeco, igualito como a los que yo veía en ese programa de televisión. 






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domingo, 9 de noviembre de 2014

Amigo


Tengo un sapo en mi jardín. Es un sapo encantado. Hoy me miró y me dijo: Soy un sapo feliz. Soy feliz, porque tengo un amigo como tu. 
Corrijo: tengo un sapo en mi jardín, es un sapo encantador...
(FIN)






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