lunes, 23 de noviembre de 2015

Juan salió de viaje






Dicen que un pueblo de Armenia muy cerca de la frontera con Turquía, vivía un joven que gustaba de compartir un cuento, Era un Narrador. La gente se reunía para escucharle. Las palabras que pronunciaba el narrador eran seducción pura. Oídos y ojos estaban atentos a los más mínimos detalles. Cuando el relato llegaba a su fin, los aplausos eran la sonora manifestación de todos los escuchas. Una niña se acercó al joven y le preguntó:

-¿De dónde sacaste esa historia? ¿Hay más en ese lugar de dónde le sacaste? Yo quiero escuchar otras historias.
-Esa historia, ese cuento, me lo relataba mi madre. Yo siempre le decía: cuéntamelo otra vez.

Y así día tras día el narrador compartía su cuento. Siempre el mismo. Es que no conocía otro. El numeroso público que antes lo escuchaba de a pocos fue disminuyendo. Ya se sabían todo el relato, ya no había expectativa. Querían más. Pero el narrador no conocía más historias.

Un poco con tristeza. Un poco con esperanza, el narrador partió de su pueblo. Es que se fue a buscar historias. Anduvo por quebradas. Trepó montañas. Cruzó ríos. Recorrió llanuras. Después de varios días de caminata divisó una villa poblada. Apuró el paso y entró en la localidad. Preguntó el nombre del pueblo y le dijeron: Ararat. Los vecinos le miraban con desconfianza, es que no solían recibir visitas de forasteros.

Él joven se ubicó en la plaza. Tendió un manto sobre el piso. Se descalzó. Se paró sobre el manto y dio comienzo a su narración. Salvo dos mujeres y un niño, nadie más se acercó. Terminó la historia, dobló el manto y se fue a buscar una posada y algo de comer. Ya instalado en un local, cenó. Mientras pensaba en la experiencia de su fallida narración vio que una chica le observaba. Ella también estaba cenando. El narrador se acercó. Le saludó con una sonrisa. Ella correspondió.

Ambos se embarcaron en un ameno hablar. No se conocían, pero había algo que despertó entre ellos una mutua confianza. Soy Narrador dijo él. Soy la guardiana de la memoria de este pueblo, dijo ella.

-¿Memoria?
-Sí. La memoria de Ararat. La historia. Lo que ocurrió.
-¿Y dónde está esa memoria?
-En la Casa del Recuerdo.
-¿Me llevas?
-Vamos

Y ambos se fueron. Cruzaron una plaza, se metieron por una estrecha calle y llegaron a una construcción de piedra. Ella abrió la puerta, encendió una lámpara y la llama con su fulgor iluminó un salón. Había una mesa y un estante. Ella se dirigió al estante, abrió una puerta y aparecieron una serie de objetos, idénticos y bien alineados. Ella le dijo: estos objetos se llaman libros. Cogió uno, lo llevó a la mesa y lo abrió. Invitó al Narrador a que mirara. El vio unas marcas sobre el papel. Con sus dedos pasaba las hojas y todas tenían esas marcas, signos y figuras.

-¿Qué es?
-Escritura que cuenta de donde vinieron los pobladores de Ararat. Veo que nunca antes habías visto un libro.
-No. Nunca.

Ella comenzó a leer:

Hace mucho tiempo, en la región de Anatolia, existió un pueblo muy activo y trabajador. Los vecinos año a año lograban mucho progreso. La cosecha en el campo era abundante y el ganado se multiplicaba con generosidad. Les gustaba cantar y danzar. Narraban historias y pintaban. Realizaban portentosas esculturas, gustaban también de la poesía. Era un pueblo culto. Ocurrió que un poderoso imperio conquistó toda la Anatolia y entonces, la vida para los antiguos residentes se volvió muy dura e imposible de sostenerse. No les quedó otra opción que emigrar y buscar nuevas tierras. Se prepararon para la partida. Cada familia iba escogiendo que llevaba. No había posibilidad de trasladar muchos enseres. Algo de ropa, algún mueble y comida para el viaje.

Ese pueblo tenía un tesoro: libros. A lo largo de los años, habían juntado muchos libros comprandolos de los comerciantes y viajeros que se allegaban a visitarlos. Además en el pueblo se alentaba el escribir.

Todos se dijeron: Nos llevamos los libros así no podamos transportar otra cosa. Así que construyeron un gran carretón para el que usaron gruesa madera, y allí acomodaron los libros. Las familias partieron…

Ella detuvo la lectura. El pidió que siguiera y le dijo: yo quiero aprender esos signos. Ana, que así se llamaba la guardiana de la memoria le dijo: ven mañana y comenzaré a enseñarte.
Y así día tras día, el joven narrador ponía todo su empeño para aprender esos signos. Un día logró leer una frase: Juan salió de viaje.

-Eso me gusta.
-¿Qué te gusta?
-Juan salió de viaje.
-¿Por qué?

-Es que me pongo a imaginar, adonde se fue. Por cuanto tiempo. ¿Va a regresar? Esa es una historia. Yo la quiero contar. Le voy a ir aumentando adonde se fue, si pasó frío. Si tuvo miedo. Si conoció a alguien.

Viendo el entusiasmo del Narrador, Ana decidió contarle cómo fue que se convirtió en guardiana. Dijo: fue por mi padre, quien también fue guardián gracias a su propio padre. Van ya tres generaciones de custodios. La gente del pueblo de a pocos se va olvidando de su memoria y son muy escasos los que vienen a la Casa del Recuerdo.

El joven narrador leía libro tas libro. Conoció de los orígenes del pueblo de Ararat. De las técnicas que los antepasados usaban para obtener mejores cosechas. De cómo afrontaban las tormentas y la forma de buscar remedio para las épocas de sequía.

Una tarde, a eso de las 5, el Narrador nuevamente se paró en la plaza. Llevaba un tambor. Se puso a tocarlo. La gente acudió. En poco tiempo el público fue numeroso, y comenzó así:

“He aprendido de su historia. Su pasado es de gloria. Sus padres antiguos fueron unos seres grandiosos. Ellos para llegar hasta aquí a Ararat tuvieron que atravesar nevados y cruzar llanuras. Fueron días de dificultad, pero no se detuvieron. Sabían que no debían volver la vista atrás, que el objetivo era avanzar y llegar a una región que los pueda acoger y lo lograron…”

Le gente escuchaba. El sol se ocultó, pero el narrador continuaba con su historia. Los escuchas seguían con total atención el relato. Las horas pasaban, el cielo se estaba volviendo azul, señal de un pronto amanecer. El sol comenzó a despuntar.

“… si lo lograron, porque por más duras que fueron las jornadas ellos no se rindieron. Así como las tinieblas ceden a la luz del día, ellos hicieron ceder a la adversidad y victoriosos se posesionaron de Ararat y aquí construyeron sus vidas”

El Narrador se detuvo y miró a los vecinos. Ellos hicieron vivas, saltaron y abrazaban al Narrador. Habían escuchado su historia.

Por la tarde, el Narrador se acercó a la Casa del Recuerdo. Había mucha gente preguntando por la memoria, por la historia, por los libros. Ana la guardiana, la bibliotecaria, atendía el entusiasmo de sus vecinos.

El Narrador la visitó para anunciarle que partía. Que seguiría en su empeño de buscar historias. Ella le preguntó cómo se llamaba. Él le dijo: Juan.

(FIN)

Autor: Carlos Torres

Soy Narrador y Cuentacuentos. Para funciones y presentaciones, contactarme al fono 996583864, o escribir a: ctorres1000@yahoo.es

jueves, 5 de noviembre de 2015

Las Columnas de la Iglesia de La Merced


Por los años de 1550 el conquistador Francisco de Herrera solicitó a que de Europa le remitieran columnas de granito para adornar con ellas el patio de su casa en la calle de la Encarnación.

Llegado el buque al Callao, se procede a desembarcar las pesadas columnas. No hubo pericia en la operación y varias de las columnas cayeron al mar, y el dueño se resignó a perderlas, hacinando las que le eran inútiles en el traspatio de su casa.

Comendador de la Merced era por entonces el padre Juan de Vargas, quien, acercándose al acaudalado conquistador, que era además uno de los benefactores del convento, le dijo:

-Vengo a pretender de vuesa merced, cuya religiosidad y desprendimiento conozco, que me haga donación de las columnas para adornar con ellas el frontis de mi iglesia.
-Cuente con las columnas su reverencia: mas si espera sacar las que faltan del fondo del mar, dígole que habrá hecho pan de hostias.
-De eso no se le dé cuidado a vuesa merced -replicó el comendador,- que lo esencial para mí es contar con su aquiescencia. Lo demás lo encomiendo a mi santo patrón Pedro Nolasco, y fío en él que hará un milagrito en pro de su casa de Lima.

Un año después, y en los meses en que se efectúa la braveza de mar que los náuticos llaman el cordonazo de San Francisco, las olas del Callao se alborotaron furiosamente y arrojaron a la playa las columnas. Sólo una de ellas había sufrido pequeña lesión.

Estas columnas son las que hoy puede contemplar el lector en la primorosa fachada del templo de la Merced.

Fuente, tradición de Ricardo Palma: Historia de unas columnas.




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miércoles, 4 de noviembre de 2015

Pintadita







Una mañana Pituka observa cómo unos tipos a caballo persiguen a una vicuña, esta por defender a su crío es alcanzada por el fuego de un mauser. La niñacha Pituka coge a la vicuña bebé y la lleva a su vivienda. La adopta y se encarga de crianza.

Tiempo después a la choza de Pituka llega un guardia civil y se produce el siguiente diálogo:

-¿Cómo se llama tu Vicuñita?
-Se llama Pintadita, taita.
-¿Cómo la cogiste Pituka?. ¿No sabes acaso que las vicuñas son del gobierno?
-Mi abuela dice que las Vicuñas son los ganaditos de los Aukis, taita, que son sus animalitos. Yo no robé a Pintadita. Si tu wiraqocha autoridad, dices que son del Gobierno, ¿por qué el no las protege y agarra a los hombres que las persiguen para matarlas?....

Vendo: Pintadita
Cuento sobre la Vicuña.
Autor: Alfonsina Barrionuevo.
Editorial Arica
64 páginas
Con ilustraciones a cargo de Kukuli Velarde Barrionuevo (9 años de edad)
Año de edición: No hay registro. Estimo es de 1978
El libro tiene hojas de las llamadas bulki. Posee ilustraciones a color.

No se si ayude a la venta este comentario, pero confieso que el cuento me produce emotividad y hasta cierta impotencia. Anotar si, que en medio de todo la situación de la vicuña ha mejorado. Hay una mayor conciencia sobre el respeto a su vida.

Precio: 15 soles






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martes, 3 de noviembre de 2015

Gran caminata ecológica








Hace unos años, de pura casualidad vi un aviso en la televisión. Se anunciaba un programa de celebración de turismo ecológico: Ruraltour. Se iba a celebrar en un pueblecito a unas dos horas de camino de Tarma.

No necesité de más. Compré mi boleto y me fui a Tarma un viernes por la noche. Llegado a la ciudad preguntaba y preguntaba sobre el Ruraltour. No había noticias. Yo recordaba el nombre del poblado y busqué movilidad para dirigirme hacia allí.

Llegué. La plaza estaba vacía. Me dije: la información no era certera. Pregunté a un vecino y me respondió: Sí, aquí es el Ruraltour. Esperé. Fueron llegando otros visitantes, y en unas dos horas éramos ya un buen número. Pocos pero suficientes.

Hubo danzas, visitas guiadas, comida regional, fogata de camaradería y fiesta de clausura. Pero lo que más me impactó fue la ejecución de una canción hecha por una anciana maestra de la localidad. Ella vestía de fiesta con su pollera multicolor, y llevaba un tamborcito. Iba diciendo las coplas y el compás del tambor le hacía de voz segunda. De pronto una delegación de una lejana comunidad hizo su aparición. Traían una vicuñita que era parte del ganado comunal. La maestra comenzó a entonar nuevamente su canción, ahora ofrendando su actuación a la hermosa vicuña. Fue un momento espectacular. Todo sonido cesó. Hasta el viento detuvo su hablar. Solo se escuchaba la voz de la cantante. Yo miraba a la maestra, miraba la vicuñita, miraba las montañas, miraba el cielo.

La actividad del Ruraltour se ha repetido año a año. Yo fui a su primera versión. Tiempo después acudí a la séptima temporada. Había más actividad y la organización involucraba ya a muchas personas, pero no fue igual a la que viví en la sierra de Junín, cerca de Tarma.

(FIN)
Autor. Carlos Torres

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