miércoles, 1 de noviembre de 2017

Cuento


Historia de un gallo de pelea y un carrete de hilo fuerte.

Cuando nació, resolvieron que iba a ser un gallo de pelea tan peleón, tan ganador de todo el mundo, tan terrible, que lo mejor era llamarlo Terrible de una vez y asunto arreglado.

Porque en su gallinero las cosas eran exactamente así: nacían los pollitos, y ya los dueños del gallinero estaban decidiendo lo que iba a ser cada uno:

-Tú vas a poner huevos.
-Tú vas a ser cuidador de gallinas.
-Tú vas a ser gallo de pelea.
-Tú vas a la olla.

Y de nada servía que los pollitos quisieran tener un oficio distinto: los dueños decidían por ellos, y todo el mundo al cerrar el pico.

También tenía un primo llamado Alfonso. Los dos eran muy unidos, se la pasaban de charla en charla. Cuando los dueños vieron aquello, listo; los separaron. Y dijeron:

-Un gallo de pelea no puedo ser amigo de nadie. Solamente puede ser amigo de pelear,

Terrible creció, creció, se volvió grande. Los dueños lo entrenaban todos los días para pelear. Pero mientras más lo entrenaban, más iba sintiendo unas ganas locas de enamorarse.

Porque el era así: quería disfrutar la vida. El problema era que lo hacían pelear, y todo el mundo sabe que pelear es lo que menos combina con disfrutar.

Hasta que un día se enamoró de una gallinita de verdad preciosa. Y pasó lo siguiente: en plena pelea le daba por pensar en ella, y en vez de atacar al enemigo dibujaba con la espuela un corazón. Los dueños, furiosos, encerraron a Terrible en un gallinero de paredes muy altas. Ya no podía ver a su novia, ni podía ver a nadie. Después trajeron otro gallo de pelea, y lo encerraron en el mismo gallinero, a ver si viéndose juntos se ponían a pelear.

Pero a Terrible el otro gallo le cayó de lo más bien, y lo que hizo fue alzar el vuelo, robarse unas medias de mujer que estaban colgadas en el alambre de ropas, rasgar un pedazo, y hacer una pelota. Y en vez de pelear, los dos se pusieron a jugar fútbol.

Entonces los dueños dijeron:

-La solución es hacer que Terrible piense del modo que nosotros queremos que piense.
-¿Pero cómo? -le dieron vueltas al asunto, y al fin resolvieron que esa solución era coser el pensamiento de Terrible y solamente dejar libre el pedacito que pensaba: " ¡Tengo que pelear! ¡Tengo que ganarles a todos!. El resto quedaría dentro de la costura. Y dijeron:

-Vamos a coserlos con un hilo bien fuerte para que no se rompa.La tienda de los hilos era una tienda que solo vendía hilos. De todas las clases y colores. En la estantería del frente vivían dos carretes que estaban allí desde hacía mucho tiempo, uno al lado del otro, esperando que lo compraran. Uno era un carrete de hilo de pesca; el otro, de hilo fuerte. Los dos hilos se la pasaban charlando sin parar.

-¡Qué suerte que nací hilo de pesca! Voy a vivir en el mar, en el sol, pescando, va a ser estupendo. Espero que el que me compre tenga barco.

-¿Te gustaría un barco de vela, o uno de motor?
-De motor. Es más veloz. Salpica agua. Vería más el mar. 

El hilo fuerte suspiraba:

-Dichoso tu, que sabes la vida que vas a llevar. Yo no. Me paso las horas pensando en cuál será el destino que me espera.
-¿Cuál te gustaría?
-¡Ah, que me usaran para coser una tienda de campaña! ¿Te imaginas? ¡Vivir siempre al aire libre, acampando aquí y allá, viajando a todos lados, conociendo un montón de lugares diferentes, que maravilla!

Los dos querían vivir en el mar, en el campo, al aire libre, siempre al aire libre. ¡La tienda de los Hilos era tan estrecha, tan asfixiante, siempre de luz encendida!

Cuando al anochecer cerraban la tienda, y los dos veían que otro día había pasado sin que ningún comprador apareciera, comentaban abatidos:

-Vaya, vamos a terminar por ponernos mohosos de tanto estar en esta estantería.

Hasta que un día los dueños de Terrible entraron en la tienda y compraron a Hilo Fuerte. Lo compraron sin decir para qué lo estaban comprando.

Al ver que su amigo se iba, Hilo de Pesca casi muere de tristeza. No murió porque era más fuerte la curiosidad de saber para qué lo usarían. Y para saberlo siguió a los hombres cuando salieron. Dejó que entraran en casa y se acercó a espiar por el ojo de la cerradura. Vio que hicieron un tajo en la cabeza de Terrible, le sacaron el pensamiento y lo cosieron muy bien con Hilo Fuerte, dejando por fuera el pedazo que pensaba "¡Tengo que pelear! ¡Tengo que ganarles a todos!. Después vio que volvían a poner en la cabeza el pensamiento y cosían el tajo con el trocito de Hilo Fuerte que había sobrado. Hilo de Pesca sintió una pena enorme por Hilo Fuerte: "¡Pobre! Él que tanto quería viajar, vivir al sol y al viento, siempre acampando, y acabar así, encerrado para siempre en el pensamiento de este gallo". Volvió a la tienda tristísimo. Se acomodó en la estantería y siguió esperando un comprador.

Pasó el tiempo. Terrible solamente pensaba con su pedazo descosido de pensamiento. Y entonces empezó a ganar peleas. Todo el mundo le apostaba. Los dueños se aferraban en dinero, y en vez de dárselo a Terrible, decían:

-Tonterías. ¿Para qué necesita un gallo dinero? -y se guardaban los billetes en el bolsillo.

Terrible ni se daba cuenta, porque su parte de pensamiento que pensaba "diablos, yo hago el trabajo duro y ellos se quedan con el dinero" también estaba cosido.

¡Y fue así como Terrible ganó ciento treinta peleas!

Durante todo ese tiempo la vida de Hilo Fuerte fue muy difícil: como vivía en el pensamiento de Terrible, y como este pensaba siempre la misma cosa su vida era aburridísima, no variaba nunca. A cada rato se dormía para matar el tiempo. Dormía hasta el cansancio. Y a veces pensaba: necesito encontrar una solución para mejorar mi vida. Pero al final no hacía nada: si quería encontrar una solución necesitaba espacio para buscarla, y allí adentro su vida era demasiado estrecha.

El cuerpo de Terrible se fue cansando. Un día luchó con un gallo más joven y más fuerte llamado Cresta de Hierro, y perdió. Luchó otra vez. Y perdió de nuevo. Los dueños de Terrible se pusieron furiosos, pero no dejaron que Cresta de Hierro acabara con él. Marcaron una tercera pelea entre los dos. En la playa. Muy a escondidas: iba a ser una lucha brava de verdad. Y dijeron:

-Mira, Terrible, las cosas están así: o ganas esta pelea o dejamos que Cresta de Hierro te haga picadillo.

Terrible se puso nerviosísimo, pero como su pensamiento nunca cambiaba, ni siquiera pensó en huir. Fue entonces cuando se encontró con su primo Alfonso, tan amigo suyo en otro época.

Alfonso se había escapado del gallinero porque querían que fuera cuidador de gallinas y él odiaba esa vida. Ahora andaba escondido en la bolsa de una niña llamada Raquel.

Cuando Alfonso y Raquel oyeron su historia vieron  enseguida que Cresta de Hierro iba a acabar con Terrible, y lo encerraron en la bolsa. Pero la noche de la pelea Terrible logró escaparse y corrió a la playa. Hilo Fuerte estaba retorciéndose de preocupación: sabía muy bien que Terrible podía morir en la pelea; y muerto Terrible, moría él también. Era un hilo dormilón, le encantaba echarse un buen sueño, pero no por eso quería dormir para toda la vida. Trató con todas sus fuerzas de tener una idea, a ver si con ella salvaba la situación.

-¡Entra en el círculo! ¡Entra en el círculo! Ése fue el grito con que recibieron todos a Terrible cuando llegó a la playa.

Los apostadores estaban sentados en la arena, haciendo rueda, y Cresta de Hierro en el centro esperando.

¡Mientras tanto Hilo Fuerte seguía haciendo fuerza para encontrar la idea que pudiera salvarlos!

Terrible saltó al redondel. La lucha comenzó.

Cresta de Hierro peleaba mucho mejor, y además le encantaba pelear (seguro que también a él le habían cosideo el pensamiento).

Terrible empezó a ceder. Perdió sangre, perdió dos plumas, se fue cansando poco a poco.

Hilo Fuerte hacía cada vez más fuerza para dar con una solución. Mientras más golpes recibía Terrible, más fuerza hacía él. Más fuerza. Más fuerza.

Hasta que de repente -¡¡pla!!- de tanto hacer fuerza se reventó. Y en ese mismo segundo el pensamiento de Terrible se descosió, se abrió del todo, y el empezó a pensar mil cosas, quedo medio mareado con tantos pensamientos juntos. Enseguida se dio cuenta de lo que estaba pensando, y como no era tonto pensó: "Qué estupidez morir en esta playa sólo porque ellos se empeñan en que tengo que luchar con Cresta de Hierro". ¡Y no esperó más, saltó del ruedo y echó a correr hacia el mar!

Todo el mundo salió detrás; Cresta de Hierro también. Cuando Terrible sintió que lo alcanzaban se metió dentro del agua. De pronto vio un barco. En el barco había un hombre que pescaba, tan entretenido con la pesca que no había visto nada. Solamente tenía ojos para el mar.

Terrible se fue acercando al barco. Hilo Fuerte se asustó otra vez: Terrible no sabía nadar con seguridad se ahogaría y ahogándose Terrible se ahogaría él también. ¡Era demasiada mala suerte! Salía de una para caer en otra.

La gente estaba muy cerca. Terrible empezó a tragar agua y a hundirse.

Y fue en ese momento -justo en ese momento- cuando el hilo del anzuelo del pescador reconoció a Terrible. Entendió lo que estaba pasando, se acordó de su amigo, que cosía el pensamiento del gallo, y -¡zuque!- dio un viraje y tiró el anzuelo a la cresta de Terrible. El anzuelo pescó la cresta, y el dueño del barco -creyendo que aquel peso era de un pez- alzó la caña y empezó a enrollar a Hilo de Pesca. Enrolló, enrolló, Terrible fue llegando al barco, llegando ¡llegó! Solamente entonces vio el hombre que no había pescado un pez, sino un gallo. Pero no se molestó: lo que de verdad quería era tener compañía. Y entonces prendió el motor y se fue.

El barco navegó, navegó, y el que más disfrutó fue Hilo Fuerte: le encantaba viajar, y se dio gusto viendo islas, puertos, peces, viendo tantas cosas que nunca había visto.

Por fin, un día, el barco llegó a un lugar muy lejano y Terrible desembarcó. Allí quería vivir. En paz. Sin tener que ganarles a todos. Allí podría encontrar amigos y dibujar corazones. Y nunca más tendría un dueño que le cosiera el pensamiento.

Los que vieron en la playa las dos plumas de Terrible tal vez pensaron que había muerto. Bobadas. Ahora mismo está gozando de la vida en ese lugar muy lejano. Él y también Hilo Fuerte. Los dos.

FIN

Relato extraído del libro: la bolsa amarilla, de: Lygia Bojunga. Ediciones Norma. Año 2005. Páginas del 1o7 al 116.








jueves, 17 de agosto de 2017

El sapo que quería ser estrella





-He visto pasar una víbora con el cuerpo lleno de luces. Parecía una cadena de estrellas y era porque se tragó a las luciérnagas del huerto.
Así decía el sapo escondido, bajo el rosal, que aquella noche estaba cubierto de bichitos de luz.
-Pensar que si yo me tragara a las luciérnagas de este rosal brillaría igual que la víbora. Y me convertiría en estrella. Y todos los que me desprecian por mi fealdad se morirían de envidia al verme tan hermoso. Sí, me voy a comer todas estas luciérnagas doradas.
En ese instante sopló el viento y sacudió el rosal, derramando una lluvia de luces. El sapo abrió la boca y la primera luciérnaga le pintó de oro la garganta y siguió como una chispa, hasta el fondo de su panza.
-¡Bravo...! ¡Ya empiezo a brillar!
Siguió lamiendo, una tras otra, las manchitas de luz que salpicaban el césped, hasta que no quedó ninguna.
-¡Es maravilloso! Ya nadie brilla en el huerto. ¡El único que brilla soy yo!
Y realmente, parecía un sapo de cristal, un hermoso sapo verde, relleno de fuego. Loco de orgullo y alegría, se miró en el espejo de agua.
-¡Soy lo más hermoso de la naturaleza!, -dijo y se tiró en el estanque.
Los peces se alborotaron y dijeron:
-¡Qué milagro! ¡Cayó una estrella al agua!
-¡Soy una estrella!... ¡Soy una estrella!... -repetía el sapo, echando chorros de luz por la boca y por los ojos. Una guirnalda de peces multicolores lo observaba, girando a su alrededor.
-¡Qué extraño!... ¡La estrella tiene la forma de un sapo!...
-Pero es una estrella. -Y continuaba la ronda de peces asombrados.
-Sigan girando, sigan girando, que soy una estrella y ustedes mis satélites -decía el sapo, loco de felicidad. La noche empezó a desteñirse y el sapo temió que sus reflejos se apagaran con el día, descubriendo su verdadera identidad. Por eso, se fue nadando hacia arriba, seguido por los peces que le pedían a coro:
-Estrella hermosa, quédate en el agua.
-Ilumina la oscuridad en que vivimos.
-Serás la reina de este mundo submarino. Pero el sapo llegó a la superficie y dijo:
-Tengo que volver al cielo antes que salga el Sol.
Dio un gran salto y dejó a sus amiguitos con el agua al cuello y la boca abierta de admiración.
Un gallo viejo y pensativo, que aquella noche no podía dormir, vio salir al extraño sapo del estanque. Abrió y cerró los ojos varias veces, lleno de asombro y, por fin, despertó a las gallinas que dormían en el mismo árbol.
-¡Miren: la estrella del amanecer se cayó al lado del estanque y está rebotando en el suelo! ¡Mírenla!
Todos despertaron de golpe y gritaron:
-¡Vamos a verla de cerca!
Y fueron volando hasta donde estaba el sapo luminoso.
-Tonterías, no es una estrella sino un sapo.
-¿Y por qué brilla tanto?
-Es un sapo que se escapó del infierno.
.-No sean supersticiosas. Brilla porque se tragó a las luciérnagas del huerto.
-¡Qué horror!... ¡Es un sapo muy malo!
-Mató a esos pobres bichitos para robarles su luz.
-Merece un castigo.
-Sí. ¡Merece un castigo!

Y decidieron atacarlo a picotazos. Pero apenas recibió los primeros golpes, el sapo dejó asombrado a todo el mundo: empezó a volar.
-¡Era una estrella verdadera y nosotros nos atrevimos a picotearla...! -dijeron las gallinas deslumbradas.
-¡Yo todavía tengo su luz en mi pico! -dijo el gallo, dándose importancia.

El sapo no salía de su asombro al verse en el aire. Lo cierto es que las luciérnagas que estaban dentro de el, al sentir los picotazos resolvieron volar para salvarse, pero solo consiguieron levantar al sapo.
-¿Ahora quien dudará que soy una estrella?... ¡Si ya estoy en el cielo!
Y se puso a cantar, queriendo llamar la atención. Pero abrió tanto la boca que las luciérnagas empezaron a escaparse de su panza. Y el seguía cantando, sin darse cuenta de nada. Pero de repente, sintió que se caía. Todas las luciérnagas lo habían abandonado.
-¡Me voy a estrellar...! -gritó el pobre-. Seré un vulgar sapo aplastado, yo que subí como una estrella... ¡Qué pobre final para tan glorioso vuelo!

FIN
Autor: Oscar Alfaro.

martes, 9 de mayo de 2017

De cómo la Vida se fue por el mundo





Un día la vida se fue por el mundo. Caminó, caminó y caminó hasta que encontró a un hombre con el cuerpo tan hinchado que apenas podía moverse.

-¿Quién eres? -preguntó el hombre.
-Soy la Vida.
-Si eres la Vida, quizás puedas devolverme la salud...
-Te devolveré la salud -dijo la Vida-, pero sé que me olvidarás tan completamente como a tu enfermedad.
-¿Cómo podría olvidar? -exclamo el hombre.
-Bueno. Volveré dentro de siete años y ya veremos -dijo la Vida.

Luego echó un poco de polvo del camino en la cabeza del hombre y le curó.

La Vida prosiguió su camino y encontró a un leproso.

-¿Quién eres? -preguntó el hombre.
-Soy la Vida.
-¿La Vida? -se extrañó el hombre-. ¡Entonces puedes devolverme la salud!
-Si, puedo -dijo la Vida-. Pero sé que, si lo hago, me olvidarás tan completamente como a tu enfermedad.
-¡No, no lo olvidaré! -prometió el leproso.
-Volveré dentro de siete años y ya veremos -dijo la Vida.

Luego echó polvo del camino en la cabeza del hombre y el leproso quedó curado.

La Vida prosiguió su camino y encontró a un ciego.

-¿Quién eres? -preguntó el ciego.
-Soy la Vida.
-¡Ah la Vida! -exclamó el hombre-. Te lo suplico, devuélveme la vista.
-Te devolveré la vista, pero se que me olvidarás tan completamente como a tu ceguera -dijo la Vida.

Luego echó polvo del camino en la cabeza del hombre y éste pudo ver.

Pasaron siete años y la Vida se fue otra vez por el mundo. Se hizo pasara por ciego y se dirigió al hombre al que había devuelto la vista.

-¿Puedo pasar la noche contigo? -preguntó.
-¡No! -gritó el hombre-. Sigue tu camino. No quiero saber nada de enfermos como tú.
-¡Lo predije! -exclamó la Vida- Hace siete años eras ciego y te devolví la vista. En esa época me dijiste que no me olvidarías jamás ni tampoco tu ceguera.

Luego cogió polvo del camino, lo echó en las huellas de los pasos del miserable ingrato y el hombre quedó ciego de nuevo.

La Vida prosiguió su ruta y fue a ver al leproso que había curado siete años antes. Se transformó en leproso, se acercó a él y le preguntó si podía pasar la noche bajo su techo.

-Sigue tu camino -gritó el hombre-, ¡o me contagiarás!
-Lo predije -dijo la Vida-. Hace siete años te curé y me prometiste no olvidarlo jamás.

Cogió polvo del camino y lo echó en las huellas de los pasos del hombre, que volvió a ser leproso.

La Vida prosiguió su camino, infló su cuerpo hasta el punto de no poder ni moverse y fue al encuentro del último de los tres hombres que había curado siete años antes.

-¡Puedo pasar la noche aquí? -preguntó.
-Naturalmente -dijo el hombre-. Entra, entra. Siéntate y te daré de comer. Se lo mal que debes sentirte porque yo también estuve así. Pero hace siete años, la Vida pasó por aquí y me curó. Me dijo que volvería siete años más tarde. ¿Por qué no la esperas aquí? Quizá te devuelva la salud...

-Yo soy la Vida y tu eres el único que he curado y que todavía se acuerda de mi y de su enfermedad. Por ello estarás curado para siempre.

Luego añadió:

-La Vida es un perpetuo cambio. La buena suerte se transforma de repente en mala suerte, la pobreza en prosperidad, el amor en odio. ¡Pobre del que lo olvida y no actúa en consecuencia!

FIN

Tomado de: El círculo de la choza, Cuentos populares africanos. Ediciones Gaviota. Páginas: 232, 233, 234, 235.



lunes, 13 de febrero de 2017

Un mayordomo






1
Hace poco tiempo en mi pueblo un hombre recibió el cargo de mayordomo y reunió a toda su familia para que lo ayudara.

-Ya no faltan sino pocas semanas y todavía no tengo nada -dijo triste el mayordomo.

Entonces la familia se reunió una mañana muy temprano antes de amanecer y empezaron a conversar sin darse cuenta que el gato de la casa les estaba escuchando.

2
Esta familia tenía cuatro animales: una oveja, un chancho, un gallo y un gato.

-Tenemos que vender nuestros animalitos -dijeron.

-Vamos a matar a la ovejita para el convite -dijo uno de ellos.

-También el chanchito venderemos para comprar ropas y el gallito para comprar aguardiente.

3
El gato escuchaba nomás y haciéndose el dormido hasta roncaba. Pero cuando la familia salió a trabajar al campo, el gato se fue rápido donde sus amigos los animales.

Entonces los animalitos muy asustados, decidieron salir de la casa junto con el gato.

Esperaron la noche y despacito se escaparon. Como el gato veía en la oscuridad, iba delante de todos enseñando el camino.

4
Al día siguiente, los dueños fueron a buscar a los animalitos, para llevarlos a matar y vender, pero no encontraron a ninguno.

Entre tanto, los animalitos rápido, rápiso, estaban corriendo en el campo. La oveja, el chancho y el gallo, no tenían hambre porque comían hierbas, pero el gato estaba sin comer desde la noche anterior.

-Espérense ustedes aquí -dijo el gato -yo voy a buscar mi alimento, no se muevan, no se vayan a otro sitio.

Así caminando se fue el gato, olfateando, olfateando, sintió el olor de la carne. Despacito, muy callado siguió el olor a ver donde lo llevaba. -Voy a comer rico -decía.

5
Y así llegó a una cueva y encontró un pedazo de carne, cogió la carne y buscó un escondite para que nadie lo vea. Encontró una pequeña ventana muy oscura y se puso a comer tranquilo. Mientras estaba comiendo sintió un ruido y vio como entraban a la cueva dos pishtacos. Estos pishtacos habían asaltado dos viajeros muy ricos, les habían cortado sus cabezas y traían amarrados los cuerpos en sus mulas. Los pishtacos también habían llegado con dos bolsas llenas de monedas de plata que llevaban los viajeros.

6
Así con todo, con mucho ruido entraron en la cueva. Los pishtacos habían amarrado las mulas a sus pies, mientras iban contando el dinero.

Todo esto miraba el gato muy asustado.

Cuando de repente tropezó con una cabeza y la hizo caer a donde estaban los pishtacos y las mulas.

Las mulas se asustaron y salieron corriendo y como estaban amarradas a los pies de los pishtacos, arrastraron a los dos pishtacos fuera de la cueva.

Los pishtacos fueron gritando de dolor; mientras las mulas corrían y los arrastraban hasta que murieron.

7
Así quedó la cueva sin dueño. La cueva con todo el dinero que habían asaltado los pishtacos. El gato salió en busca de sus compañeros. Los encontró en el mismo sitio muy asustados, porque hacía rato que el gato se había ido.

-Vengan a esta cueva de los pishtacos, que ya están muertos. Allí hay un tesoro para nosotros.

-¿Para qué queremos nosotros el oro? -dijo la ovejita.

-No seas sonsa -respondió el gato -Llevaremos todo ese oro a nuestros amos y con eso podrían hacer la fiesta de su cargo y no tendrán que matarnos ni vendernos.

8
Volvieron entonces muy rápido a la casa; donde encontraron a sus amos que estaban llorando por sus animalitos.

-Nosotros mismos tenemos la culpa -decían los amos- Ellos han huido porque queríamos matarlos y venderlos.

Cuando de repente el gallo empezó a cantar y el cerdo y la ovejita hacían oír su voz. Salieron corriendo los dueños y abrazaron a sus animalitos.

Los animalitos los jalaban y jalaban -¿Qué quieren? -preguntaba el señor a su mujer.

-No sé, mejor vamos a seguirlos -respondió la mujer. Así toda la familia fue con los animalitos, hasta la cueva donde encontraron el tesoro de los pishtacos.

9
El señor que lo habían nombrado mayordomo, se puso muy contento junto con su mujer y sus hijos.

-Ya no tengo que matar ni vender a mis animalitos -decía.

-Con lo que ellos han encontrado, compraré todas las cosas para la fiesta -dijeron.

10
Dicen también, que en ese pueblo que yo conozco pasó algo muy extraño el día de la fiesta; porque de repente los animales del señor mayordomo, se convirtieron en personas y empezaron a bailar con los hijos del señor mayordomo.

FIN

Tomado de: Relatos Andinos. Octubre 2002. Páginas 21 a 30.



viernes, 3 de febrero de 2017

La Luna y su esposa.









1
Antiguamente la Luna era un hombre que vivía en la tierra. La Luna-Hombre tenía su esposa y dos hijos. A su esposa le gustaba comer zapallo. La Luna y su esposa se pusieron de acuerdo para hacer una chacra de zapallo y poder alimentarse bien. La Luna-hombre estaba contento porque ya habían hecho una chacra grande y pensaba: -Vamos a cosechar en abundancia.

2
La Luna le encargó a su esposa que mantuviese limpia la chacra. Su esposa también estaba contenta y pensaba: -Que grande van a ser los zapallos. Pero ella no le iba a contar a su esposo sobre estos zapallos tan grandes. Ella quería engañar a su esposo y comerse sola los zapallos.

3
Un día la Luna-hombre le preguntó a su mujer: -¿Cómo están los zapallos?. Y ella le respondió: -Todavía están verdes. Su esposo le creyó. Otro día la Luna volvió a preguntar sobre el zapallo y su esposa de nuevo le negó siempre diciendo que el zapallo seguía verde. –Cuando estén buenos yo te voy a avisar –le dijo a su esposo y él le creyó, aunque ya con alguna duda porque la cosecha demoraba y llevaba mucho tiempo.

4
Otro día la Luna se dio cuenta que su mujer al irse a la chacra se llevaba su ichinik (tinaja), y regresaba tarde y muy contenta, siempre sin traer nada. Por eso su esposo molesto le dijo: -¿Por qué demoras tanto sino traes nada? Es tiempo ya que los zapallos estén grandes y los comamos. Así, desconfiado el esposo Luna siguió a escondidas a su mujer y vio lo que ella hacía, porque en verdad la mujer engañaba al Hombre-Luna. Al llegar a la chacra primero prendía su candela y luego empezaba a cocinar zapallo y ella solita se ponía a chapear (Moler y mezclar frutos o vegetales), por eso regresaba muy tarde.

5
El esposo Luna al ver a su mujer solita se ponía a comer, se puso molesto, regresó a su casa y le dijo a su hijo mayor:
-No quiero seguir viviendo en la Tierra. Yo me voy arriba porque tu madre me engaña. Cuando venga le dices que estoy arriba.

En ese momento mientras hablaba una escalera de soga cayó a la tierra y por allí empezó el Hombre-Luna a subir junto con su hijo menor.

6
Cuando el Hombre-Luna y su hijo estaban subiendo gritaban unas aves diciendo: -¡digshap, digshap!.

La Luna le dijo a su hijo: -No mires eso hijo- pero el miró y se convirtió en gavilán. Entonces La Luna dijo: -Cuando el sol esté en medio del cielo siempre gritarás- y por eso siempre grita ese gavilán.

7
Cuando regresó la mujer de la chacra preguntó por su esposo Luna y su hijo mayor le contó diciendo: -Mi papá se fue arriba. Entonces la mujer desesperada también empezó a subir por la misma soga. Pero sus esposo Luna estaba arriba mirando molesto y esperó que su mujer avanzara y cuando estaba muy arriba, le cortó la escalera de soga. La mujer se vino abajo, cayó y se reventó su barriga y también el zapallo que ella había comido. El Hombre-Luna dijo entonces: -Ese zapallo que has derramado se convertirá en ave. Por eso ahora cuando la Luna sale siempre grita el ave llamada auju (Ayaimama, ave nocturna).

FIN

Tomado de: Relatos Amazónicos Ikamia Augmatbau. Año 2004

miércoles, 1 de febrero de 2017

Ayahuasca







Antiguamente el pueblo Awajun tomaba ayahuasca para visionar el futuro. Así sabían cómo enfrentar a sus enemigos. Quienes querían tener visiones debían antes dietarse –controlar el consumo de ciertas comidas y bebidas, así como mantener abstinencia sexual- y tomar la ayahuasca varias veces.

2
El Waimaku –Hombre de alto mando- cantando y tocando el Tuntui –tambor Awajun también conocido como manguare-, preparaba ayahusca y luego hacía que su gente la bebiese. Todos entonces se ponían borrachos y el cuerpo les temblaba porque el brebaje los ponía débiles. Luego apoyados en un bastón se dirigían hasta una catarata y dormían al pie de ella buscando alcanzar su Ajutap – Poder-.

3
Cuando amanecía el Waimaku les preguntaba si habían adquirido el Ajutap. Todos tenían que decir la verdad, y los que no habían logrado conseguirlo estaban obligados a seguir intentándolo para convertirse en buenos luchadores. Los que poseían el Ajutap confesaban, uno a uno al Waimaku, sus visiones y como habían sentido el poder del temblor, el de hacer caer el sol y la luna, el de la candela, de la lluvia, del frío, del tigre o el poder del sueño.

4
Cada visión de un guerrero tenía su significado y frase invocatoria. El hombre que tenía el poder del temblor decía: ¡Chuu, chuu wiya nugka pegag, pegag wajaun winmag tau! -¡Yo he visto que la tierra tiembla!- Cuando decía eso la tierra temblaba y las casas se destruían. Los enemigos entonces huían corriendo, y el guerrero con el poder del temblor mataba a todos los hombres, menos a las mujeres y los niños porque así lo mandan las normas Awajun.

5
El guerrero que tenía el poder del sueño, atacaba de noche haciendo dormir profundamente al enemigo, y luego empezaba a matarlos sin que nadie lo supiera.

6
Estos son los poderes de la ayahuasca, por eso los Awajun hasta hoy la tomamos. Ella nos ayuda a predecir el futuro, encontrar nuestras familias perdidas en el bosque, curar a los enfermos y luchar contra los enemigos.

FIN

Tomado de: Relatos Amazónicos Ikamia Augmatbau. Año 2004. Páginas 27 a 34

miércoles, 25 de enero de 2017

Las primeras flores de la primavera,






Un día, Gugece encontró siete kopeks. Se guardó las monedas en el más hondo de sus bolsillos y se estuvo tres días sin tocarlas.

Se acercaba ese día que se da una vez al año, en el que todos los hombres hacen regalos a todas las mujeres, la fiesta del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Guguce fue el primero de los hombres de su pueblo en aparecer en la tienda. Por el camino se le había ocurrido comprar a su mamá un automóvil. Y en el automóvil él, Guguce, llevaría a su mamá al mercado. El chico entró en la tienda frotándose las manos. Pero no halló allí lo que buscaba. En los automóviles que allí vendían no cabía ni siquiera él, Gugece, y tanto menos su mamá.

Con este motivo Gugece se compró un botón. Ahora le quedaban tres kopeks. Ya que tenía un botón, había que comprar un vestido. Y no cualquier vestido, sino precisamente azul. Pero no había a la venta vestidos azules. ¿Tal vez se llevara aquellos zapatos de tacón alto? Gugece estuvo a punto de pedirlos a la dependienta, pero no sabía que número precisaba.

Se fue a su casa, esperó a la noche, a que su madre se acostase a dormir. Y para que se durmiera antes, Gugese se puso a contarle el cuento de la princesa. La mamá se durmió a la mitad del cuento, y la otra mitad se quedó en la cabeza de Gugece. Bueno, que espere la princesa a su príncipe hasta la próxima vez. A Gugece le preocupaba otra cosa.
Salió de puntillas del dormitorio y volvió con un hilo en la mano. Pero cuando aplicaba el hilo al pie de su mamá, esta movió una mano. Tomó Gugece la mano de su madre en la suya y se puso a mecerla:

La noche es tranquila y la camita blanda, Duérmete, mano, duérmete.

Y, al son de la canción, la mano se durmió enseguida. Le midió Gugece a su mamá la planta del pie, se acostó en la cama y puso el hilo bajo la almohada.

A la mañana siguiente, lo primero que hizo Gugece fue ir a la tienda. Probó con el hilo todos los zapatos y eligió los mejores. Pero cuando supo lo que costaban, se rascó tras la oreja derecha, sacó los tres kopeks, los volvió a contar, se rascó ahora tras la oreja izquierda, dejó los zapatos en el mostrador y salió de la tienda.

De haber estado ustedes allí, hubieseis visto cómo salió Gugece del pueblo, como anduvo por el camino, como se ocultó tras la colina su gorro de aguda punta, sin aparecer durante mucho rato. Y luego, hubieseis visto como bajaba de la colina con una brazada de campanillas de las nieves. Sus zapatos se habían puesto perezosos y molestaban a las piernas al andar, y el gorro estaba tan cansado que se bamboleaba sobre la cabeza. Pero Gugece era muchos más fuerte que los desdichados zapatos y el gorro. Trajo las flores derecho a la tienda. El mayor de los ramos lo regaló a la dependienta, los demás, a todos cuantos había en ella.

Era la primera vez que la gente veía las campanillas aquel año. Todos hicieron grandes elogios de Gugece, y la dependienta hasta le acarició el gorro, si bien éste nada tenía que ver. Entonces, Gugece, ante los ojos de la dependienta, sacó los tres kopeks, los volvió a contar tres veces, miró a los zapatos y exhaló un suspiro. Pero la dependienta no se dio cuenta de nada.

El sol ya declinaba, se hacinaban unas nubes blancas, y Gugece aún estaba sin regalo para su mamá. "No le hace -se calmaba el mismo-. Mañana me levantaré en cuanto amanezca e iré en busca de campanillas de las nieves."

Pero al atardecer, empezaron a girar tras las ventanas copos de nieve tan grandes cual Gugece jamás los viera. El cielo se oscureció, las colinas se pusieron blancas, y el muchacho se durmió. Su mamá lo halló dormido junto a la ventana. En una mano tenía los tres kopeks y al botón. Un botón maravilloso. Precisamente el que a la mamá le hacía tanta falta.

FIN

Las primeras flores de la primavera,
(Spiridón Vangueli)

Tomado de MOSAICO, de relatos de los escritores de la URSS. Año 1983. Páginas 41 a 44.

miércoles, 11 de enero de 2017

El sastre y el zapatero




Érase que se era un sastre que debía dinero a todos los vecinos de su pueblo, y como ganaba tan poco porque el pueblo era muy pobre y apenas se hacían trajes allí, no lo podía pagar por más ahorros que hacía. Entonces un día, cansado ya de cavilar, dijo:

-Como nunca podré pagar todas mis deudas, mejor es morir; así me lo perdonarán todo.

Se hizo el muerto y mandó a su mujer a que saliera a la puerta a llorar a grandes gritos. Acudieron todos los vecinos y, creyendo el caso de verdad, consolaban a la mujer diciéndole que le perdonaban todas las deudas de su marido.

Pero un zapatero, muy pobre y con una pata de palo, empezó a decir:

-A mí me debe un real, y no se lo perdono.

Por la noche llevaron al mentiroso sastre debajo de los porches de la plaza, según era costumbre hacerlo, para esperar que llegara la hora de la sepultura. Iba el sastre metido en la caja sin moverse, riéndose por lo bien que le había salido la trampa y porque pensaban en el susto que se iban a llevar los vecinos del pueblo cuando en el momento de ir a enterrarle saliera de la caja como que había resucitado.

Dejaron la caja en la plaza y al poco tiempo se presentó el zapatero que era medio tonto, a pedir su dinero al sastre. Levantó la tapa de la caja y empezó a decir a grandes voces:
-Dame el real, sastre de los demonios, dame el real.

En eso llegaron unos ladrones, y el zapatero muerto de miedo, se escondió en el zaguán de una casa. Comenzaron ellos a repartirse el dinero que habían robado por todos los pueblos del contorno. Lo dividieron entre siete montones, aunque ellos no eran más que seis, y dijo el capitán:

-El montón de más lo dejaremos en esta caja para viático del alma de este pobre diablo de sastre.

Pero no se decidían a hacerlo, hasta que el más pequeño dijo:

-Dame el montón y yo le pondré pues veo que todos tenéis miedo.

Llegóse a la caja y levantó la mano para cumplir lo prometido, pero el sastre se incorporó de un salto diciendo:
-Ayudadme aquí, todos los sastres.

Y dijo el zapatero desde el zaguán:

-Allí vamos todos juntos.





Los ladrones echaron a correr horrorizados y dejaron allí el dinero, que se repartieron equitativamente el zapatero y el sastre. Ya iban a macharse, cuando el zapatero se acordó del real que le debía al sastre, y empezó a decir:

-Dame el real, dame el real.

Los ladrones mientas tanto, habían dejado de correr y el capitán dijo:

-Parece mentira que hayamos querido ser generosos, nosotros a los que tanto nos gusta el dinero. Será menester que vaya uno donde está el sastre para que sepamos en que quedó aquello.

Fue uno y cuando llegó a la puerta oyó decir al zapatero:
-Dame el real, dame el real.

El ladrón dio la vuelta a todo correr y temblando de pies a cabeza, dijo a sus compañeros:

-Vámonos, que aquello está lleno de pedigüeños. Son tantos que en el reparto del dinero tocan a real.

Y echaron todos a correr como galgo tras la liebre y sin atreverse a volver la cabeza atrás.

El zapatero y el sastre quedaron ricos para toda la vida y el segundo pudo pagar sus deudas a los vecinos del pueblo.

FIN