domingo, 30 de septiembre de 2018

El picapedrero






Hace muchos años que vivió en el Japón un pobre picapedrero llamado Hafiz. Diariamente Hafiz golpeaba con su pesado martillo y un cincel cortando la roca en la ladera de las montañas.

¡Zas, zas! Sonaba el afilado cincel, mientras volaban en su derredor los fragmentos de piedra.

¡Zas, zas!

Algunas veces Hafiz cortaba losas para lápidas mortuorias y otras veces se utilizaban sus piedras para grandes edificios. Por algún tiempo estuvo contento y feliz con su trabajo; pero un día llevó una lápida a la casa de un hombre rico, y al ver todas las bellas cosas de que este hombre disfrutaba, se volvió envidioso e infeliz.

-No comprendo por qué paso mis días desbastando y labrando rocas, -refunfuñó, -en tanto que este rico vive en su bella casa, sin tener otra cosa que hacer que darse gusta en todo.-

A medida que trabajaba asiduamente en la roca, se tornaba cada vez más descontento e inquieto. Por último, arrojó su martillo, gruñendo: -¡Cómo me gustaría ser un hombre rico!-

Escuchóse repentinamente un ruido semejante al de un fuerte viento, y después que todo quedó en silencio se oyó una voz que decía:

-Hafiz, escucha;
Lo que deseas lo tendrás:
¡Un hombre rico tú serás!

Ahora bien, Hafiz había oído relatar extraños cuentos de un espíritu que hacía cosas maravillosas; pero no había creído nunca en él; y cuando escuchó el sonido miró a su alrededor sin ver a nadie y creyó que había estado soñando. –No hay tal espíritu de la montaña,- pensó.

Levantó sus herramientas y regresó a su casa; pero con gran sorpresa suya advirtió que, en lugar de su vieja choza, se levantaba una mansión rodeada de un bello jardín, y todo en ella y tanto dentro como fuera, tan completo como en la casa del rico hombre al que había tendí envidia.

Hafiz fue muy feliz en su nueva casa; disfrutaba una vida de suntuosidad, sin hacer nada.

Un día que estaba mirando hacia la calle, vio al Rey paseando en su carruaje dorado, tirado por ocho briosos caballos blancos. Los guardas cabalgaban a ambos lados del carruaje. Todos ellos iban vestidos con telas de plata y terciopelo azul. Era muy cálido y los criados sostenían una amplia sombrilla dorada sobre el Rey, para protegerlo de los rayos de sol.

Cuando Hafiz vio al Rey y su séquito, se sintió envidioso e infeliz.

-Debe ser maravillosos ser un Rey y gobernar a todo el pueblo, -exclamó. -¡Cómo me gustaría ser un Rey y pasearme en un carruaje dorado, bajo una sombrilla dorada!-

Entonces escuchó el ruido impetuoso del viento, y cuando todo quedó quieto, oyó una voz que decía solemnemente:

-Hafiz, escucha;
Lo que deseas lo tendrás:
¡Un Rey serás!-

Y Hafiz se convirtió en un Rey y su casa se transformó en un palacio real.

Una mañana de verano, cuando el sol abrasaba, Hafiz, el Rey, estaba paseando en su carruaje dorado, tirado por ocho caballos. Los sirvientes sostenían sobre su cabeza la sombrilla dorada, pero no obstante él sentía el calor del sol. Miró al pasto, marchito y tostado por los ardientes rayos del sol. Las florecillas estaban marchitándose al lado del camino y comprendió que el sol estaba quemando su rostro y oscureciéndolo más cada día.

Exclamó colérico: -¡El sol es más poderosos que yo! Yo me siento acalorado y cansado cuando recibo los ardientes rayos del sol; así que el sol es más poderoso que un Rey. ¡Cómo me gustaría ser el sol!

Cuando dijo eso se escuchó un sonido rugiente, semejante al de un poderoso viento bajando de las montañas, y en un tono profundo dijo una voz solemne:

-Hafiz, escucha;
Lo que deseas lo tendrás:
¡El Sol serás!-

Y Hafiz se convirtió en Sol Dorado

Estaba orgulloso de su poder y enviaba sus brillantes rayos a los céspedes y a los campos, quemando las cosechas. El quemaba los rostros tanto de los ricos como de los pobres.

Pero un día cubrió su rostro una gran nube oscura ocultándole la tierra. Hafiz se enojó mucho y prorrumpió:

-¿Es la Nube más poderosa que el Sol? La Nube detiene mis brillantes rayos y no los deja llegar a la tierra. ¿Será más fuerte que yo? ¡Cuánto desearía ser la Nube!-

Una vez más se alzó un viento poderoso, y cuando todo estuvo quieto se oyó la solemne voz que decía:

-Hafiz, escucha;
Lo que deseas lo tendrás:
¡Nube serás!-

Entonces Hafiz se transformó en una Nube y mandó su lluvia a la tierra seca. Detuvo los rayos del Sol y toda la tierra reverdeció otra vez. Pero eso no fue bastante, porque regocijándose con su nuevo poder envió tanta lluvia a la tierra que los ríos se salieron de madre, los arrozales se arruinaron y las crecientes barrieron pueblos y ciudades. Había una gran roca sobre la ladera de la montaña, la cual no fue dañada por estos torrentes; y como Hafiz, la Nube, miró a la roca, se encolerizó.

-¿Es más fuerte que yo esa roca que está allá abajo? ¡Cómo quisiera ser una roca!

Y se volvió a levantar un fuerte viento, escuchándose sobre la tempestad una fuerte voz que decía:

-Hafiz, escúchame;
tu deseo concederé:
¡en roca te convertiré!-

Entonces Hafiz se convirtió en la Roca y se regocijó de su poder. –Que la lluvia se precipite sobre mí,- dijo con soberbia: -La lluvia no me puede mover. Que el sol lance sobre mí sus más ardientes rayos. ¡No podrá quemarme mi tostarme, porque soy una Roca, más fuerte que todo el mundo!-

Pero un día oyó un ruido: ¡zas, zas, zas!, al mismo tiempo que su pesado martillo hundía un cincel en sus flancos. ¡Zas! ¡zas! ¡zas! Cada golpe del martillo hacía una profunda grieta en los flancos de la Roca.

Hafiz miró hacia abajo y vio a un pequeño cantero trabajando sobre la superficie lisa de la roca.

-¿Será posible que un simple hombre sea más fuerte que una enorme roca? ¡Cómo desearía ser ese hombre!- gimió Hafiz.

Entonces el viento se precipitó hacia debajo de la montaña y una voz muy alta se dejó oír repetida varias voces por el eco:

-Hafiz, escúchame;
tu deseo yo cumpliré:
¡Sé tú, tú mismo!-

Y he ahí Hafiz, un pobre picapedrero martillando la roca para conseguir el pan de cada día. Su casa era una pobre choza, su alimento pobre y escaso, su cama dura; pero mientras golpeaba la roca con su martillo: ¡zas! ¡zas! Pudo oír que la roca decía: El Rey era más poderoso que el hombre rico; el Sol, más fuerte que el Rey; la Nube era más poderosa que el Sol; la Roca, más fuerte que la Nube; pero Hafiz, el cantero, es más poderoso que todos.-

FIN
Tomado de: Duraznito y otros cuentos del Viejo Japón, de: Georgina Faulkner.





martes, 11 de septiembre de 2018

El músico y la serpiente






Había una vez un músico que tocaba el pandero. Hacía más de seis meses que no ganaba dinero. Se le ensombreció el semblante, cogió el pandero y se fue al campo. Caminó cosa de dos horas; era verano y el sol le daba fuerte en la cabeza. A lo lejos vio un árbol y una fuente. Se acercó al árbol, bebió agua de la fuente, se sentó y descansó debajo del árbol. Sacó pan de la faltriquera y comió. Se animó un poco, cogió el pandero y empezó a tocar.

Mientras estaba tocando, la tierra empezó a temblar. De repente, se abrió un agujero y salió una serpiente que empezó a bailar. El músico se asustó mucho y empezó a tocar más fuerte, y la serpiente estuvo bailando media hora. Después, la serpiente dejó de bailar, abrió la boca, le escupió dos monedas de oro y regresó a su agujero. El músico cogió las monedas, compró muchas cosas y se fue a su casa.

Al día siguiente volvió al mismo lugar, empezó a tocar y otra vez salió la serpiente y se puso a bailar. Después le escupió otras dos monedas. El músico hizo cada día lo mismo durante diez años, hasta que se hizo muy rico. Un día cayo gravemente enfermo, y cuando ya estaba a punto de morirse, llamó a su hijo y le dijo:

-Te voy a contar un secreto; pero no se lo digas a nadie. Tienes que coger este pandero e irte muy lejos al campo, a dos horas de aquí. Verás un árbol y una fuente. Tienes que sentarte allí y ponerte a tocar. Saldrá una serpiente; pero no te asustes: al cabo de media hora te va a echar dos monedas de oro.

El hijo cogió el pandero y se fue al campo, al lugar que le había dicho su padre. Sacó el pandero y empezó a tocar. Mientras estaba tocando, salió una serpiente bailando. Bailó durante media hora, después paró, abrió la boca, le escupió dos monedas y se fue al agujero. El músico cogió el dinero y se fue a su casa. Al día siguiente regresó. Cogió un cuchillo grande, se lo escondió en la espalda y se puso a tocar. Se dijo el músico:
-Esta serpiente está llena de dinero, en vez de cogerle dos monedas al día, la mataré y lo cogeré todo de una vez.

Se sentó y empezó a tocar. La serpiente salió a bailar, y él cogió el cuchillo, le dio un golpe en la cola y se la cortó. La serpiente, al ver que le había cortado la cola, le miró a la cara y le dijo:
-Yo ahora te mataría; pero por consideración a tu padre no te mataré. No vuelvas más por aquí.

La escupió y le volvió la cara del revés. El muchacho se fue a su casa y se quedó con la cabeza de lado para toda la vida.

Ellos tengan bien y nosotros también.

FIN

(Contado por Nissim Baruh de Haskoy, de 45 años)

Tomado de: Cuentos ladinos, relatos Sefardí. Año 2001