miércoles, 25 de agosto de 2021

El pintor de recuerdos

 (José Antoni de Cañizo / Jesús Gabán)



Gabriel era pintor de recuerdos. ¡Era el pintor más original del mundo! ¿No había ningún otro como él!

Hay pintores de muchas clases:

Pintores de retratos, que reflejan en el cuadro la cara y el espíritu de quien posa para ellos.

Pintores de paisajes, que plantan su caballete en plena naturaleza y plasman en sus lienzos toda la belleza del campo.

Pintores de bodegones, que a menudo tienen que consolarse dando vida con sus pinceles a todo aquello que jamás podrán masticar con sus dientes...

Pintores de corte, que a veces se cansan de tanto retratar reyes y reinas... y para distraerse un rato, se ponen a pintar unos cuantos servidores del palacio. ¿E incluso a un perro que pasaba por allí? Pero, al final, los reyes acabaron colocándose en el fondo del cuadro. ¡No faltaría más!

Y hay también pintores abstractos, que llenan sus lienzos de sueños fantásticos, luces que estallan, manchas encendidas y figuras misteriosas...

Si, hay muchas clases de pintores. Muchas.

Pero, a lo largo de toda la Historia, jamás había existido un pintor de recuerdos. Hasta que Gabriel pensó:

"¿Qué es lo que más le gusta a la gente"? ¡Sus recuerdos! ¿Qué hace felices a muchos? Recordar, recordar y recordar los mejores momentos de su vida...

¡Me haré pintor de recuerdos! ¿Puede haber mejor manera de hacer felices a las personas que pintarles sus más agradables recuerdos? Así podrán colgarlos en la pared y tenerlos siempre ante sus ojos."

Y clavó en su puerta un letrero que decía:


GABRIEL.

PINTOR DE RECUERDOS

(De 9 a 2 y de 5 a 7)


Nada más colocar el cartel, pasó por allí una viejecita de aspecto muy simpático. Se quedó mirándolo largo rato.

Suspiró, recordando algo. Se fue a casa andando lentamente, pensativa. Le dio vueltas a la idea toda la noche. A la mañana siguiente, vació su cartilla de ahorros y llamó a la puerta de Gabriel.

Quería que le pintase su más bello recuerdo. Había sido, casi, el único momento hermoso de su vida. Ella era entonces muy joven. Había ido a un baile. Estrenaba un vestido precioso. Un joven la sacó a bailar. Bailaron valses y valses como flotando en una nube. De madrugada, él partió hacia el frente. Y nunca volvió...

Gabriel lo fue pintando todo tal como la anciana se lo describió. Con todo detalle. Cada cinta de su vestido. Cada destello de las arañas de luz del gran salón. El brillo de los espejos. Los instrumentos de la orquesta. Y, sobre todo, el bigote. El bigote del joven.

-Lo mas importante del cuadro -recalcó la anciana- es el bigote. De lo que mejor me acuerdo, de lo que no me olvidaré mientras viva, es de su bigote. A ver si me lo pinta muy bien.

Como la anciana tenía poco dinero, Gabriel le cobró muy poco. En cambio, al día siguiente apareció un gran hombre de negocios. Un multimillonario. Hizo que le pintase su mejor recuerdo: el día en que ganó su primer millón. Gabriel lo pintó todo tal cual, y le cobró lo que correspondía más lo que le había dejado de cobrar a la anciana del día anterior.

Luego vino una pareja. Deseaban que inmortalizase en el lienzo aquel momento tan romántico cuando se conocieron en las barcas del parque.

Y un anciano reumático, asmático, encorvado, renqueante y achacoso le pidió que el pintase aquel día tan lejano en que ganó la carrera de cien metros valla.

El próximo cliente fue un señor con una cara de mar de tristona. Su mujer y sus hijos habían muerto en un accidente de automóvil, del cual solo había sobrevivido él. Quería que le pintase el mejor rato que habían pasado juntos. -¿Y cuál fue? ¿Cuál es su mejor recuerdo? -le preguntó Gabriel.

Esperaba oír un relato de una fiesta familiar, un fin de curso con muchos sobresalientes, un viaje inolvidable al extranjero u otro acontecimiento importante. Pero el señor tristón le contó lo siguiente:

-Un día fuimos de excursión al bosque. No había nadie más. Solo los árboles, las flores, nosotros y un arroyo. ¡Y un pájaro que empezó a cantar! Y luego otro. Y otro. Jugamos a ir contando cuántos pájaros distintos oíamos cantar alrededor. Al principio no nos habíamos fijado casi en sus cantos. Luego, poco a poco, fuimos descubriendo más y más. Inmóviles, callados, íbamos señalando con el dedo el lugar de donde venía el canto de cada nuevo pájaro. Oímos veintisiete cantos distintos. Aquella excursión es mi mejor recuerdo.

Gabriel pintó el bosque y copió los personajes de unas fotos que el señor sacó de su cartera.

Otro día vino un político. Le mandó pintar el acto solemne de cuando tomó posesión de un alto cargo. Un cargo tan alto, tan alto.

Y también vinieron los padres de una chica que se había marchado de casa y no volvía. Le encargaron un cuadro en que apareciesen los tres, precisamente el día en que ella aprendió a dar sus primeros pasos.

Y así, el pintor de recuerdos fue llenando de ilusión a muchas personas.

Hasta que, un día se llevó una sorpresa. ¡Aquello sí que no se lo esperaba!

Llamaron al timbre y abrió. Era un niño pequeño. Tenía el pelo revuelto, los cordones de los zapatos desabrochados y el pantalón vaquero más sucio de toda la ciudad.

Gabriel preguntó extrañado:

-¿Qué quieres?

El niño alzó la mano y le dio una moneda. La única que tenía. Y dijo:

-¡Hola! Quiero que me pintes un recuerdo. Toma.

Gabriel, por seguirle la corriente, cogió la moneda y se echó a reír:

-¡Un recuerdo? ¡Pero si tú no has tenido tiempo ni de tener recuerdos!

-Sí. Tengo uno. Uno solo.

-Aunque tengas uno, será tan reciente que no hará falta que yo te lo pinte -contestó Gabriel, que se estaba divirtiendo, pero al mismo tiempo estaba muy intrigado.

-Es que ya no lo tengo -explicó el niño.

¿Cómo? -exclamó Gabriel, desconcertado-. Anda, dime, ¿qué recuerdo es ese?

-Pinto -contestó el niño.

-¿Cómo que pintas? Aquí el que pinta soy yo. -Y le revolvió el pelo cariñosamente.

-No. Digo por mi recuerdo se llama PInto. Se me perdió. Era mi mejor amigo y se me perdió.

Gabriel comprendió. Sonriendo, cogió un lienzo y preguntó:

-¿Tu crees que Pinto cabrá aquí?

-Sí. Era pequeño.

Y Gabriel comenzó a pintar al perro tal como el niño lo iba describiendo. Tenía ya el cuadro abocetado cuando el niño dijo:

-Y aquí, en el lomo, tiene unas pintas negras. Por eso lo llamé Pinto.

Gabriel dejó caer la paleta y se llevó las manos a la cabeza. Los pinceles salieron volando. Soltó una exclamación de asombro y echó a correr. Abrió la puerta del estudio. Se metió dos dedos en la boca y lanzó un silbido.

-¡Trompo ven acá! -gritó.

Un perrillo muy juguetón entró dando brincos. Al ver al niño se abalanzó sobre el ladrando alegremente y empezó a darle lametones. El niño lo abrazó fuerte.

Gabriel los miraba. Suspiró resignado. Su cara se nubló de tristeza. Sintió un nudo en la garganta cuando el niño se marchó corriendo. Sin dejar de abrazar a su perro.

Pasaron los días

Gabriel pintó cuadros y cuadros con los recuerdos que la gente quería tener ante los ojos.

Se encontraba muy solo.

Un día en que se sentía especialmente melancólico, buscó por los rincones aquel cuadro a medio hacer. Lo desempolvó. Lo puso en el caballete. Y acabó de pintar el retrato de aquel perrito que había encontrado en la calle y con el que se había encariñado tanto. Cogió un martillo y una alcayata y lo colgó de la pared.

Así, de cuando en cuando, podría contemplar uno de sus mejores recuerdos.

FIN

(Tomado de: Literatura ABREMUNDOS, Silver Burdett Ginn. Año 1997, páginas 214 a 233) 

HISTORIA DE UNA ANCIANA





¿Qué hubo antes del comienzo? ¿Qué viene después del final?

Nunca tendremos todas las respuestas, pero nunca dejaremos de hacer preguntas y contar historias.

Hace mucho, mucho, mucho tiempo, había una mujer tan mayor, tan mayor, pero tan mayor que algunos decían que tenía unos 150 años. Y debido a que era tan mayor, ya no quería vivir en el pueblo, así que se fue al bosque alto y allí encontró una choza donde descansar.

Una noche, esta anciana estaba acostada y tuvo un sueño. Soñó que era nueva de nuevo. En su sueño, tenía muchos adornos esparcidos alrededor de su cuerpo, collares, pulseras, aretes. Su cuerpo estaba perfectamente pintado. Cuando se despertó, estaba segura de que se trataba de un mensaje del mundo de los espíritus y de que podría volver a ser joven. Pero, ¿Cómo se las arreglaría para hacer esos adornos si era tan mayor? Ya no era posible ir al bosque a recolectar semillas, raíces, plumas, hojas.

Fue entonces cuando un joven apareció allí y pidió un lugar para dormir, solo por una noche. La anciana aceptó, pero con una condición, que él se fuera al bosque y le llevara todo lo que necesitaba: semillas, raíces, plumas, flores ...

El joven aceptó. Se fue al bosque, se pasó el día recogiendo todo lo que le habían pedido y regresó con una canasta llena. Una canasta llena de cosas coloridas y muy perfumadas.

Cuando la mujer vio esa canasta, saltó de alegría. ¿Es posible? ¡Una mujer de ciento cincuenta años, saltando de felicidad!

Entonces la anciana esparció las semillas, las raíces, las hojas y comenzó a hacer todo lo que necesitaba. Y ella tejía y trenzaba, trenzaba y tejía y adornaba todo su cuerpo, con brazaletes, collares y se pintaba con los colores del bosque y así, hermosa, se fue al río a bañarse.

Cuando salió del agua, se dio cuenta de que le estaba pasando algo muy extraño. Se le estaba pelando la piel, y debajo de la piel vieja, había piel nueva.

Entonces la anciana se quitó esa piel, como si fuera ropa. Se la quitó y la colgó en una rama. Se fue de allí sintiéndose joven, como si tuviera 20 años. Y se marchó. No se dio cuenta que unos chicos llegaron corriendo al río y vieron esa piel colgada. Para ellos, esa piel era un ser maligno del bosque, un animal desconocido, y con miedo empezaron a arrojar piedras a la piel de la anciana.

Y la joven, que antes era anciana, y que estaba muy lejos, sintió un escalofrío y corrió de regreso al río.

Cuando vio su piel perforada, sintió extraños escalofríos y se dio cuenta de que ya no podía seguir siendo joven. Así que tomó la piel, aunque estaba perforada y se la puso, y murió.

Debido a esta extraña experiencia con esta anciana, ninguno de los suyos quería ir allí a enterrar su cuerpo y allí se quedó.

Pero aparecieron algunos seres. Fueron las serpientes. Las serpientes comienzan a envolver el cuerpo de esa anciana. Se envuelven y atraviesan su cuerpo, y comienzan a traer hojas, y más hojas, y continúan cubriendo su cuerpo. Pasando por sus piernas, brazos, torso, cabeza. Y cubrieron a la anciana con hojas.

Por este acto de compasión, se les dio un regalo a las serpientes. El poder de cambiar de piel cada vez que cambia la estación.

Se debe a ella, a la historia de la anciana.

(Narrativa de Tradición Oral, adaptada por Maria Cândida) 

viernes, 20 de agosto de 2021

La leyenda del primer chamán andino





En una aldea de los andes peruanos, vivía una familia campesina con muchos hijos. Trabajaban duro cultivando las papas y criando las llamas y alpacas, sin queja alguna de su destino penoso. El mayor de los hijos se llamaba Vicente, era un chico alegre y ágil, a quien todos conocían como Puriq Wayra (Viento Andante), ya que en su tiempo libre lo aprovechaba para correr por los senderos montañosos, siguiendo los pájaros salvajes.

Un día, como siempre, Vicente fue a pastorear animales en las laderas del monte Huayrorumi, cuando el sol comenzó a ponerse, emprendió la marcha de regreso a casa. Caminando a lo largo de la ruta de pronto vio un Chaquisapa, un ave con patas largas que no puede volar alto. Comenzó a correr detrás del ave. Escapándose de su perseguidor, el pájaro entró a una cueva oscura y húmeda en la que solo el eco saludaba a los visitantes perdidos. Vicente sin pensar en el peligro, entró detrás del Chaquisapa con la alegría y la esperanza de atrapar al pájaro salvaje.

De repente, en la penumbra de la cueva el joven vio a una roca abriéndose, de esto se aprovechó el pájaro entrando rápido por el misterioso portal. El joven no se quedó atrás. Gracias a sus rápidos reflejos se deslizó justo detrás de él. El joven permaneció asombrado un rato y cuando se dio vuelta, la entrada secreta desapareció. Decidió seguir al pájaro por el cual se quedó atrapado en esta tierra desconocida. Corría y corría pero no pudo alcanzar al ave. Pensó que era un sueño, porque a pesar de las muchas horas de haber corrido no se sentía cansado. Se acostó en un barranco donde crecía hierba suave y fresca. Se quedó dormido rápidamente, y cuando despertó se estaba en una choza vieja. De repente una mujer mayor entró a la habitación y dijo:

“Hola hijito, tuviste suerte de venir aquí. De lo contrario te hubieran comido.”

Vicente no respondió a su saludo porque pensó que estaba soñando. Poco después la mujer le dio de comer y le dijo:

“Vivo aquí sola. Mi esposo y mi hijo están en un largo viaje. ¿Me ayudarás con los animales?, después puedes elegir un caballo.”

Vicente era un chico fuerte y ágil, así que le iba bien en el pastoreo de animales. Todos los días corría mucho, hasta que aprendió a correr tan rápido como el viento, y así pasaban los días y las semanas.

Un día cuidando las ovejas, Vicente se encontró con Chaquisapa. El pájaro le dijo:

-Escucha, no te das cuenta que estamos atrapados en otro mundo.

-Creo estar soñando, pero he estado así demasiado tiempo. Quiero despertar. –Dijo Vicente.

-No estás soñando. Si quieres averiguarlo entra en el agua. Si esto es real, entonces comenzarás a ahogarte. Si es solo un sueño, no morirás.

Vicente, seguro de sí mismo entró en el agua. Cuando comenzó a ahogarse, se dio cuenta de que el pájaro estaba diciendo la verdad. El joven no sabía cuánto tiempo había pasado en el otro mundo. Durante su ausencia sus padres estaban muy preocupados. Lo buscaron durante mucho tiempo, pero así pasaron los años, sin noticia alguna.

Cuando Vicente entendió que estaba atrapado en el mundo desconocido, junto con Chaquisapa comenzó a planear un escape.

Al día siguiente, el joven fue a pastorear a los animales. Este día a espaldas de la mujer se reunió con Chaquisapa para buscar la salida. Cuando encontraron aquel pasaje en la roca por el cual habían entrado, el Chaquisapa logró huir, pero Vicente fue detenido por el hijo de la mujer, que acababa de regresar a casa.

Fue en aquel momento cuando Vicente se dio cuenta que la gente que habitaba en el otro mundo eran Saqras, espíritus malignos que devoran a los humanos.

Cuando el Saqra regresó a casa con el fugitivo, la mujer estaba mirando a por la ventana, con una cara triste y preocupada:

“Me alegro de que mi hijo te haya atrapado, es tu tío. Si te hubiera atrapado mi marido ya no estarías aquí.”

Dijo la mujer y le dio tres piedras negras y susurró:

“Estas piedras te traerán suerte. Yo te ayudaré.”

El Chaquisapa que logró escaparse, informó al Cóndor, Serpiente y Puma, que el joven Vicente había quedado atrapado en el otro mundo y que necesitaba ayuda. El Cóndor voló a la casa de los padres para darles la noticia de su hijo desaparecido. En aquellos días los Saqras secuestraban y devoraban a la gente que no sabía defenderse de ellos.

El Cóndor, ayudante de los apus, convocó a una reunión de animales en la que acordó volar al otro mundo y salvar a Vicente. El Puma, gato andino, se comprometió a usar sus fuertes garras para romper la entrada en la roca, y el Amaru, serpiente de la selva, aceptó comer a los espíritus malos.

De acuerdo con el plan, el Puma fue a las lomas de la montaña Huayroruni y arrancó la entrada en la roca por la cual el Cóndor ingresó a la tierra de los Saqras, y la Serpiente se quedó en la salida, esperando pacientemente su misión.

Vicente que deambulaba en el barranco preocupado por su destino, vio un Cóndor acercándose hacia él:

-Te estaba buscando. Vine a salvarte, pero tienes que pagarme. –Le explicó el pájaro.

-Te puedo dar mi poncho, mis zapatos. No tengo nada más. –Respondió Vicente desesperado.

Lamentablemente el Cóndor no quiso aceptar su oferta. Pero Vicente recordó el regalo que le había hecho la mujer, tres piedras negras que tenía en su bolsillo:

-Esto es lo único que tengo, por favor, llévame a mi casa.

El Cóndor aceptó. Agarró con sus garras a Vicente y juntos volaron por las altas montañas.

Los animales entregaron al hijo a sus padres, pero él no los reconoció. El tiempo en el otro mundo, corre más lento. Mientras Vicente apenas había envejecido, sus padres se acercaban al final de sus días.

Cuando vieron a su hijo, empezaron a llorar, pero Vicente no podía escucharlos. Al ver sus lágrimas, el joven dijo:

-¿Por qué lloran?, yo estoy aquí sano y salvo.

Los padres no escucharon. No supieron entender el habla del hijo. Resultó que mientras Vicente estuvo en el otro mundo, se olvidó el Runa Simi, el lenguaje de los humanos.

Vicente se sentía ajeno a su gente. Al no poder comunicarse con su familia intentó escapar, pero los padres no quisieron perder a su hijo de nuevo, por eso lo ataron y encerraron en la casa.

Vicente estaba tan triste, alienado, incapaz de comunicarse con su familia, que empezó a lamentarse el regreso a casa. Un día vio a una hormiga y dijo:

-Ojalá pudiera hablar con esta hormiga.

-Yo siempre te escucho hablar. –Dijo la hormiga.

A partir de este momento todo cambió. Vicente se dio cuenta de que a pesar de haber olvidado el lenguaje humano todavía podía hablar con los animales. Sus nuevos compañeros le ayudaron a aprender el lenguaje humano sin perder la habilidad de comunicarse con el reino animal.

Cuando ya pudo conversar con sus padres, Vicente se enteró que su abuela, la madre de su padre, también había sido secuestrada por los Saqras. Después de unos años, volvió al otro mundo y con la ayuda de sus compañeros: El Cóndor, El Puma y la Serpiente, logró salvar a su abuela. Fue la misma mujer que lo hospedó en su casa en el otro mundo.

Esta es la historia de Vicente, el primer chamán andino que fue capaz de comunicarse con los espíritus de los animales salvajes. A partir de este momento, Vicente viajaba y ayudaba a la gente.

Cuando ya era viejo, un día se sentó en la cima de una gran montaña apreciando el atardecer. De repente se le acercó el Cóndor, el mismo que le ayudó a escaparse del otro mundo. Le devolvió las piedras y le dijo:

-A partir de este momento pasarás estas piedras a tus hijos y nietos. Les enseñarás todo lo que la gente común no sabe y no puede.

Y así las piedras de poder chamánico, en quechua llamadas Illas o Khuyas, designan las generaciones sucesivas de chamanes andinos.


FIN


La leyenda de la bella durmiente


Nunash era una hermosa princesa, alegre y vivaz. Adornaba sus cabellos con flores. Jugaba en el campo, corría y reía. También cantaba, también bailaba.

Un día llegó al pueblo: Cunyac, un joven forastero. Cuando Cunyac vio a Nunash, tan hermosa, tan alegre, se enamoró de ella y quiso quedarse a vivir a su lado. 

Cada día se acercaba un poco más a ella y cuando un día estuvo muy cerca, le habló con el corazón, y con su boca le pronunció palabras tiernas y bonitas: 

"Prometo quererte siempre. Prometo construir una casa sencilla y bonita. Prometo cuidarte a ti y a nuestros hijos."

Los ojos de Cunyac hablaban con cariño y con verdad. Nunash aceptó. Nunash estaba muy feliz. 

El padre de Nunash estaba muy, pero muy molesto: ¡¿Queeee?! ¿Mi hija se quiere casarse con un forastero? ¿Cómo tan noble princesa podrá vivir con un simple hombre? ¿Por qué ese forastero ambicioso pretende a mi hija?

Era tan grande la cólera del padre que fue a despertar a la serpiente alada del lago y le habló así:

"Serpiente alada, tu que proteges a mi pueblo. Tu que eres dios de estas tierras. Castiga a Cunyac, el forastero, por su osadía."

Cuando Nunash y Cunyac escucharon que las aguas del lago se agitaban, supieron que sus vidas estaban en peligro. Corriendo se fueron a las montañas a pedir ayuda a Kamachi, el hechicero.

"Por favor Kamachi, nos amamos. Queremos vivir juntos. Por favor, ayúdanos"..., así le dijeron.

El hechicero, transformó a Nunash en mariposa. Y Nunash como linda mariposa salió volando hacia los bosques a buscar ayuda y así combatir a la serpiente. 

Nunash recobró su forma humana y volvió con guerreros fuertes y valientes. Los guerreros combatieron y vencieron a la serpiente alada. La serpiente cansada y vencida se escondió en el lago. 

Entonces Nunash buscó a Cunyac y gritaba:

"Cunyac, Cunyac."

Pero Cunyac no respondía.

"Cunyac, Cunyac."

Cunyac no estaba.

Cansada de buscarlo se recostó en una roca y se quedó dormida. Cuando dormía escuchó la voz de Cunyac que le decía:

"Nunash, soy la roca en donde tu cuerpo descansa. Soy tu amado Cunyac. Kamachi el hechicero me transformó en piedra para salvarme de la serpiente alada. No volveré a tener forma humana. He pedido a los dioses, si tu aceptas, que te conviertan en una hermosa montaña para contemplarte y estar siempre juntos ¿Aceptas?"

Nunash, aceptó.

Al día siguiente, frente a la roca que antes fue Cunyac, apareció un cerro con el perfil de una mujer dormida. Esa montaña es Nunash, la: Bella Durmiente. Nunash ahora está allí para siempre. Ya no canta, ya no baila, ya no juega, pero siempre está allí hermosa, y siempre se viste de árboles, pájaros y flores. Ella es parte de nuestra Amazonía y está en Tingo María.


FIN


sábado, 7 de agosto de 2021

La historia de Francisco




El único hijo varón de unos padres se llamaba Francisco. Este hijo, solo pasteaba ovejas. Un día, cuando iba pasteando, encontró un pichón de paloma, era una palomita hembra, solitaria, y la sacó de su nido. Entonces, muy contento, la llevó ante su madre y su padre.

–A esta palomita me la encontré les dijo.

Y ellos le respondieron:

–La vamos a criar, pues.

Y así el joven, con mucha estimación, crió a la palomita que se encontró. No la dejaba sola, hasta cuando iba a pastear las ovejas la llevaba con él.

A la vista de sus padres, en su casa, era una palomita, pero al salir del pueblo se convertía en una joven mujer. Así los dos jóvenes pasteaban por los cerros. Al caer la tarde, cuando llegaban al pueblo arreando las ovejas, la muchacha se convertía nuevamente en paloma. Pero los padres, no se daban cuenta de este cambio de la joven en paloma.

Así, Siskucha vivía cuidando con mucha estimación a su palomita. A cada momento la criaba sin atender bien los mandados de sus padres, por no soltarla ni siquiera un rato. Cargándola nomás iba, todo el tiempo, hora tras hora.

Una mañana, al sacar sus ovejas del corral, se olvidó de su palomita… pero cuando ya estaba en el cerro, se acordó de ella: “Ay, cómo pude haberme olvidado”, decía. Encargó sus ovejas a otros pastores y regresó como loco a su casa. Y cuando llegó, sus padres ya se la habían comido. Siskucha les preguntó:

–¿Dónde está mi palomita?

La madre le respondió:

–Oh, muchacho ocioso, todos los días te los pasabas jugando con ella, por eso tu padre le arrancó el cuello y yo le pelé, y la comimos asada.

–¿De verdad, se la han comido?

Reclamó Siskucha, llorando a mares:

–¿Dónde están siquiera sus plumas? Muéstrenme aunque sea sus huesitos.

–Muchacho ocioso, dijo su mamá, las plumas y los huesitos están en la puerta del corral.

Siskucha se acercó a la puerta del corral, y tomando solo el hueso de la patita de su paloma, regresó donde estaban sus ovejas y se preguntó:

–“¿Qué voy a hacer con este huesito de mi palomita? Aunque sea me haré un pinkullo”.

Y con mucha curiosidad construyó su flautita. Cuando lo tocó, el pinkullito sonaba muy tristemente:

–Ay, Siskucha, Siskucha mío, tu propio padre me mató, tu propia madre me peló.

La flautita sonaba tiernamente, así, Siskucha quedó muy contento con el dulce canto de su flauta y la tocaba hasta en la punta de los cerros, sin descanso.

Este bonito sonido llegó a oídos de un zorro, que lo escuchaba con mucha atención.

–¿Quién está tocando así tan bonito?, -se preguntó el tío.

Entonces se acercó donde estaba Siskucha, y le dijo:

–Oye Siskucha, ¿de qué has hecho esa flautita para que llore tan bonito y con mucha ternura?

Y Siskucha le respondió:

–Crié a una palomita muy querida. Solo en mi casa y dentro del pueblo era paloma, pero al salir del pueblo se transformaba en muchacha. Un día me olvidé de llevarla conmigo, ya en el cerro me acordé de ella. Cuando volví, mi padre la había matado, mi madre la había desplumado. La habían asado y ya se la habían comido. Y así, del huesito de su pie que encontré, me hice este pinkullito para distraerme siquiera de esta manera.

Y el zorro le preguntó:

–Oye, ¿y no me harías tocar solo por un rato este tu pinkullito?

Siskucha le respondió:

–¿Tú, “hocico largo”, podrías tocarlo? ¡Cómo va a caber mi flautita en ese tu gran hocico!

El tío le contestó:

–No, hermanito. Mi boca no es demasiado larga. “Sí podrá caber”. ¡Házmelo tocar!

Siskucha le dijo:

–No. Con esa tu boca larga no podrías tocarlo.

Pero el zorro, insistió:

–¡Así pues niñito, hermanito! ¡Aunque sea cóseme la boca!

Así, el zorro se hizo coser la boca y Siskucha le confió su pinkullito, diciéndole:

–Oye, hocico largo, eso sí, ¡no vayas a correrte con mi pinkullito!

Y éste le respondió:

–¿Cómo zonzamente me voy a escapar ahora? ¡Es poco lo que confías en mí!

Entonces, el zorro estuvo tocando y tocando el pinkullito, y, así siempre tocando, ¡se escapó con él! Se lo llevó al hueco de una peña, donde era su casa. Y desde allí, el tío estuvo tocando y tocando lamento muy triste.

Siskucha quedó muy penoso y desolado por su pinkullito. Cuando iba a su casa ni ganas de comer tenía. Y así, pasó una semana totalmente penoso por su pinkullito, pero escuchando su sonido que le llegaba desde quebradas impenetrables.

En eso, al escucharlo llorar triste, un cóndor sobrevoló a Siskucha y se le presentó en figura humana, como gente. Le dijo:

–Oye, Siskucha, ¿por qué estás tan triste todos los días? Te he observado que siempre estás muy penoso. Entonces Siskucha le contó al cóndor:

–¡Qué te puedo contar! Yo tenía un hermoso pinkullito que lloraba diciendo:

“tu misma mamá me peló, tu mismo papá me ahorcó”. Entonces el zorro, acercándose, me pidió: “hazme tocar, niñito, hermanito”. Y yo le dije:

“Tú no podrás tocarlo, hocico largo”. Pero él insistió: “Aunque sea cóseme la boca”, y me la hizo coser. Y, luego, como quien lo toca, se escapó. Ahora está tocando el pinkullo en esas quebradas impenetrables.

Entonces, el cóndor le hizo una propuesta:

–¿Quisieras que haga que te lo devuelva? Pero, tú tendrías que darme uno o dos de tus carneros.

Siskucha aceptó:

–Sí, ¡cómo no! Si haces que me lo devuelva, ¡no solo te daré dos sino cuatro carneros! Pero, ¿Cómo harías para que el tío me lo devuelva?, preguntó Siskucha al cóndor.

Y el cóndor le propuso:

–Esto pues, haremos…

Siskucha insiste:

–¿Y qué es, pues, lo que haremos para que me devuelva mi pinkullito?

El cóndor le explicó:

–En un huayco hay un caballo muerto, totalmente comido por los gusanos. A esos gusanos pues los voy a traer y tú te harás el muerto en otra quebrada. Luego, te voy a llenar los agujeros de tu nariz con los gusanos. Después traeré al zorro solo con engaños. Tú permanecerás sin moverte para nada y cuando traiga al tío, él se sentará a tu lado y le diré: 

La otra vez Siskucha, llorando por su pinkullito, se había muerto. Ahora pues dile ‘Tócalo’ y pon el pinkullo en su boca… ¿Pero, para qué va tocar un muerto si ya está agusanado de esta manera? Dudará el zorro.

Siskucha pregunta al cóndor:

–¿Para qué haces esto?

Y el cóndor sigue explicando:

–El zorro hocico largo te va decir: “¡Jo, Siskucha, ya te habías muerto! Ahora pues, ¡toca!”. Y tú, inmediatamente, apenas te ponga la flautita en la boca, rápido, así agarrándolo se lo quitas.

Con los gusanos que trajo el cóndor, éste voló adonde está el tío siguiendo el sonido del pinkullo. Encontró al tío tocando en la punta de un morro y le dijo:

–¡Qué bonito había sonado tu pinkullito! ¿Cómo te lo conseguiste?

Y el tío le dijo:

–¡No es mío, es del Siskucha! Como quien lo toca, engañé a Siskucha y escapé con su pinkullo. Me lo estoy quedando hasta ahora.

Entonces, el cóndor le dijo al tío:

–¿Para qué lo hiciste escapar? Después de tocarlo se lo hubieras devuelto pues. ¡Por eso de pena por su flauta se ha muerto el Siskucha! En el fondo de una quebrada está tirado, muerto, todo agusanado.

El tío preguntó al cóndor:

–¿De verdad se ha muerto el Siskucha?

Y el cóndor dijo:

–Sí, de verdad está muerto. Y ya está apestando comido por los gusanos. Y si tú no me crees, tío, entonces vayamos para que lo veas.

Y así, fueron hacia donde estaba Siskucha y lo encontraron. Entonces, el cóndor dijo apenado.

–¿Acaso esto no es estar muerto?

–¡Achachau, de verdad pues se había muerto!, exclamó el zorro.

–Dile pues, que toque ahora, le pidió el cóndor.

Y el tío, le puso el pinkullito en la boca de Siskucha y éste, como loco, se agarró su flautita. Al ver esto, el zorro se escapó como pudo. Luego, el cóndor le dijo a Siskucha:

–¿Viste?, ¿acaso no pude hacer que te lo devuelva? Dame ahora los cuatro carneros. Siskucha cumplió su promesa y todavía le regaló dos borregos más, por separado.

Siskucha quedó muy agradecido con el cóndor, por haber hecho que le devuelvan su flautita.

Y así, éste es el final de este cuento.


Max Uhle, El cóndor y el zorro, Lima, Centro de Investigación Universidad Ricardo

Palma, 2003, pp. 113-125.

Donde se ve cómo el zorro perdió ante el cóndor




Un cóndor estaba contemplando el paisaje de la cordillera, de pie en un peñasco, feliz por el hermoso plumaje que le había salido con la primavera.

El zorro se le acercó, y después de saludarlo le dijo:

–¡Qué linda espalda tiene, tío! ¡Tan blanca como la nieve! El cóndor apenas le hizo caso. Con desgano le respondió:

–¿Te gusta?

El zorro dijo que le encantaba y que deseaba tener una espalda igual.

–Es fácil, habló el ave. Si quieres te ayudo.

Esa noche subieron a la cumbre, hasta un nevado.

–Si quieres una espalda blanca, tienes que echarte de espaldas en la nieve, le indicó el cóndor.

El zorro feliz, se tumbó sobre la nieve. De rato en rato, el cóndor le preguntaba si sentía frío, a lo que respondía con un no. Tan grande era su deseo de tener una espalda blanca que negaba sentir frío. Pasaron varias horas. A la madrugada el cóndor le volvió a preguntar. El zorro apenas le dijo un débil no. Al amanecer ya no le contestó. Se había muerto.

Marcos Yauri Montero, Leyendas Ancashinas (plantas alimenticias y literatura oral andina),

Lima, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología-CONCYTEC, 1990, p. 76.

Donde se ve que fácilmente pierde la memoria el zorro


.



A un cóndor que tocaba entretenidamente su flauta, el zorro se le acercó. Le saludó:

–Buen día, tío, le dijo. ¡Qué bonito toca!

–¿Ah sí?, respondiéndole el cóndor despectivamente.

–Enséñeme, tío, -le rogó.

–No tengo tiempo, -replicó el cóndor.

Pero el zorro le suplicó tanto, que al fin aceptó.

–Vas a traer una caja y una flauta.

El zorro, encantado corrió a su casa. Por el camino

fue repitiéndose:

–Caja y flauta. ¡Caja y flauta!

Al saltar una acequia se olvidó de los nombres. Volvió ante el cóndor a hacerse repetir. Corrió nuevamente entre gritos y silbidos. Y otra vez al saltar la acequia, se olvidó por segunda vez.

Así se olvidó hasta por una docena de veces. Su tío, muy fastidiado, ya no quiso decirle lo que tenía que traer.

Desconsolado se sentó a pensar horas y horas, haciendo esfuerzos por recordar. Al fin se levantó muy alegre, gritando:

–¡Pero si me ha dicho: “Batán” y “Moledor”!

Creyendo haber dado con el clavo corrió a todo vuelo a su casa. Su madre admirada no quiso dejarle sacar el batán y el moledor. Pero lloró y suplicó tanto que le permitió llevarse las dos piedras que servían para moler el trigo y hacer harina.

Tan pesada era su carga, que al llegar a la malhadada acequia, no pudo saltarla. Al fin lo logró, pero con tan mala suerte que en la orilla opuesta resbaló. Murió aplastado por el peso.

FIN

Leyendas ancashinas (plantas alimenticias y literatura oral andina), Lima, Consejo Nacional

de Ciencia y Tecnología-CONCYTEC, 1990, pp. 74-75.

viernes, 6 de agosto de 2021

El gallinazo y el zorro





El gallinazo y el zorro eran viejos enemigos. Siempre se encontraba a uno murmurando del otro.

En cierta ocasión el gallinazo al volar sobre el arenal divisó al zorro, lo cogió por el lomo peludo y se remontó bien alto para soltarlo luego desde arriba. El zorro caía dando alaridos; ya próximo a tierra, su astucia le hizo recordar una vieja fórmula de encantamiento y se puso a rezar el sortilegio: piedra, palo, piedra, palo, decía. De pronto cayó pesadamente al suelo; su llegada coincidió con la palabra “palo” y quedó, convertido en un tronco viejo de huarango.

Un campesino indio, recorriendo su chacra, tropezó con él, lo cogió y advirtió que convenía como tranquera, entonces lo puso a servir. En las noches, el zorro rompía su encantamiento y merodeaba por la campiña haciendo fácil caza. Luego al amanecer tornaba a su sitio convertido de nuevo en leño.

El labriego indio, bien pronto malició el engaño y una noche cogió al palo y lo arrojó al fuego donde hervía olorosa jora.

Al comienzo el zorro solo advirtió un agradable calor, pero bien pronto empezó a quemarse.

Al sentir el dolor, rompió el encanto y huyó velozmente hacia el arenal. Pero el fuego había comenzado su obra, y antes que huyera el muy vivo, parte del leño se había tostado.

A ello se debe el color bruno oscuro del lomo y de la cola coposa del zorro peruano.

FIN

Versión de la costa limeña, "De cuentos peruanos”, Lima, 1983, 2da. ed. En: César Toro Montalvo, Compilador: Mitos y leyendas del Perú, Tomo I -Costa, 1990. p. 81.

La zorra y el sapo

 




Dicen, que cada vez que la zorra llegaba a beber agua a un riachuelo, encontraba un sapito sentado en la orilla, esta vez le dijo –sapito, siempre que vengo por aquí te encuentro tal como estás, se ve que nunca te mueves de aquí. –No crea –dijo el sapo–camino por la orilla de este río, por arriba hasta la laguna, luego regreso aquí, así mismo voy para abajo, también vuelvo, pues es necesario buscar alimentos con que vivir.

La zorra dice –no creo, aunque lo veo no creo, yo sí camino por diferentes sitios, estoy en las altas cumbres, caminar juntos te dejaría en dos pasos.

El sapo –tú caminas por la parte seca yo no puedo caminar por allí, yo tengo que ir por la orilla del río, por allí camino rápido.

La zorra dice –ya que caminas rápido por el río, apostamos y te dejo caminar, quién llega primero a la laguna donde nace este río; si te gano ¿Qué me pagas?.

El sapo responde –este sitio es de mi propiedad, si me ganas te quedas acá; si te gano ¿Qué gano?

La zorra dice –si es posible me comes–tú eres muy grande para mí, responde el sapo.

La zorra dice –no importa, el asunto es correr y ganar; apostamos para el día viernes al medio día –responde el sapo.

La zorra pide –falta fijar condiciones –yo corro por el río– responde el sapo.

La zorra dice –yo corro un poco alejado del río, pero ¿Cómo  sabemos quién gana?

El sapo responde –tú llamas yo contesto con mi voz conocido choc, choc… antes de partir buscaremos al juez.

Para el día citado el sapo buscó muchos sapos y los distribuyó de trecho en trecho, del sitio de la partida hasta la laguna, con la intención de responder cuando la zorra llama con la voz característica de choc, choc, choc… siempre adelantado.

Llegó el citado día viernes, necesitaban un juez quien califique la carrera y declare al ganador.

Por allí pasaba un lobo viejo medio hambriento a quien llamaron para que les sirva de juez; para que dé la orden de partida y declare al ganador de la apuesta.

El lobo al ser requerido aceptó incondicionalmente, para dar la voz de partida se adelantó a la parte más elevada del lugar, desde allí, con una voz ronca, dio la voz de partida.

La zorra, después de unos diez pasos pregunto –sapito, dónde estás– éste le contestó– choc, choc, choc… Así continuó todo el trayecto.

Al verse agitado entró al río a beber agua, mientras tanto el choc, choc, se alejaba más y más. La zorra corría y corría a toda prisa con el rabo entre las piernas porque ya se sentía perdida.

El sapo gritaba más lejos, cada vez más lejos. La zorra se encontraba completamente cansada, por fin se tiró al suelo de puro cansancio sin haber llegado a la laguna y se murió.

El lobo, juez de la apuesta, declaró ganador al sapo y se quedó al lado de la zorra muerta para comérsela.


FIN

Domingo Espinoza Vilchez, Relatos nocturnos de las Hilanderas de San Pedro de Cajas,

Tarma, 1993, pp. 65-66.

Tomado de: Cartografía de la memoria, de Juan José García Miranda.

El zorro y el niño





Había una familia que tenía un solo hijo, un hijo varón. Este chico iba cada día a buscar leña y un día encontró una perdiz en el lugar donde iba, por leña. La llevó pues a su casa, la puso dentro de su cama, sin que su madre la viera, porque su madre no quería esos animales. Así la tenía en su cama, la guardaba allí cada día. El chico llevaba a la perdiz allí mismo la comida que le servían a él. De este modo creció grande la perdiz.

Alguna vez los padres dijeron al chico:

–Corre de nuevo a buscar leña.

Él puso a dormir a la perdiz en su cama y se fue. Mientras su mamá, pensó:

“Hoy voy a lavar la ropa de mi hijo”. Miró su cama y dijo: “Voy a extender la cama al sol”.

Y encontró allí la perdiz. "Cómo habrá llegado eso a la cama de mi hijo? Eso traerá pulgas”, pensó sacándola. “Mejor la voy a cocinar para el regreso de mi hijo, seguro va a llegar cansado trayendo la leña”, pensó. Y mató a la perdiz, la peló y la cocinó. Luego llegó el chico cargando leña.

–Hijo mío, le llamó su mamá.

–¿Mamá? Le contestó el chico.

–En tu cama había una perdiz, ahora le he matado y la he cocinado, ve y come. Te hemos guardado algo para ti también, nosotros ya hemos comido una parte.

El chico se fue, miró en la olla, de veras había allí una perdiz, sus plumas estaban botadas en un rincón. Entonces el chico, muy triste, se puso a llorar.

Pero a la fuerza comió un poco de esa carne. No sabía qué hacer e hizo un instrumento de música con los huesos de la perdiz. Ese instrumento silbaba así: “Huis, huis, huis”.

–Tengo una flauta, dijo el chico después de hacerla.

E iba a todas partes tocando su flauta, hasta por leña iba con la flauta que él se había hecho con los huesos de la perdiz.

Una vez un zorro estaba viniendo de un cerro, de otro sitio. Se encontraron en el camino.

–¿A dónde estás yendo chiquito? Le preguntó el zorro.

Yo estoy yendo por leña tío, contestó el chico.

–Y ¿Qué estás llevando?

–Estoy llevando mi flauta nomás.

–A ver, muéstramela.

Se la mostró.

–Enséñame pues a tocar alguito.

El chico le enseñó a tocar.

–Silba muy bonito tu flauta, dijo el zorro.

Y el zorro devolvió al chico la flauta.

–Toca otra vez más, le dijo el zorro, estudiando con atención cómo se tocaba.

El chico tocó otra vez más.

–Huilis, huilis, huilis, ¡qué lindo sonido tiene!

De nuevo el zorro le pidió la flauta al niño:

–Préstame a ver…

El chico le prestó la flauta. De repente el zorro se escapó a la carrera llevando la flauta. El zorro corría velozmente y el chico se quedó ahí llorando.

Lloró mucho, llegó a su casa, lloraba, regresó otra vez al lugar donde el zorro le había quitado la flauta. Y mientras estaba ahí vino un hombre:

–¿Por qué estás llorando, papá? Le preguntó.

–Estoy llorando por mi flauta; un zorro me ha quitado mi flauta y se la ha llevado, contestó.

–Ah ya ¡Qué malo debe ser este zorro! Yo ahora te voy a aconsejar algo.

–A ver ¿Qué será?

–Ahora el zorro va a volver por aquí tocando la flauta, tú te vas a echar al suelo y vas a estar sin moverte. Se acercará y tú no escucharás nada, aunque llore, aunque te jale no te vas a mover. Te pondrá entonces la flauta en la boca y la agarrarás bruscamente y por sorpresa, así tu flauta habrá vuelto a tus manos.

El chico según le aconsejó este señor, se echó pues en medio del camino, se quedó ahí tendido. De repente apareció el zorro de los cerros. Tocaba: Huilis, huilis, huilis”. “Ya está viniendo”, pensó el chico. Miró, que el zorro venía ya rápido por el camino. Llegó donde estaba tendido ese chiquito. Estaba ahí echado sin hacer ningún movimiento.

Estaba como muerto.

–¡Mira eso! Seguro que lloró mucho por su flauta. Habrá muerto de mucho llorar por su flauta; pensó el zorro y jalaba al chico, sacudiéndolo.

–¡Oye despierta, oye despierta! ¡Nada! Se ha muerto seco por causa de su flauta. Ya no va a poder tocarla. A ver toca…Le decía el zorro y ponía la flauta en la boca del chico. Éste no se movía nada.

–Toca pues, a ver...repitió poniéndole la flauta hasta muy adentro de la boca.

De repente el chico la agarró, el zorro se sobresaltó de susto. Así el chico recuperó de nuevo su flauta. Y el zorro se escapó.

Y ahí se acaba ese cuento.


FIN

Fuente: Alain Délétroz Favre, Huk kutis kaq kasqa, Relatos del distrito de Coaza (Carabaya – Puno), Cusco, Instituto de Pastoral Andina, 1993, Relatos con textos quechua y castellano.

Tomado de: Cartografía de la memoria, de Juan José García Miranda.


El zorro que abandonó a su novia




Tiempo atrás, cuando el búho se convertía en joven enamorado nocturno y el zorrino se convertía en una hermosa y provocativa joven que con su atadito en la mano conquistaba muchachos para hacerlos sus maridos; en esos tiempos, el zorro bandido también tomaba forma humana para así poder enamorar a las mujeres.

Por esa época hubo un zorro que convertido en joven elegantemente vestido con poncho de vicuña, chullo puntiagudo y bufanda de la misma lana enrollada al cuello, buscaba comida vagando por los cerros. Andando así, un día vio a una hermosa muchacha que estaba pastando su  ganado. Ella era una joven muy querida por sus padres, porque además de buena y trabajadora era la única hija que tenían.

Aquel día la muchacha estaba comiendo su fiambre de chuño blanco con asado de carne de llama, cuando se le apareció el zorro con apariencia de joven diciendo:

-¡Hola hermana! ¿Estás pastando llamas?

Como la joven no levantaba siquiera la vista, el zorro continuó:

-No me tengas miedo, yo también estoy pastando mi ganado de llamas que está detrás de la loma. Te he visto antes y siempre estás sola. Mira que el tata cóndor ha devorado crías de tus llamas y tú no lo has visto. Sería mejor que pastáramos juntos nuestros animales.

La joven pensaba para sí: “Este joven a quien nunca antes he visto ¿de dónde vendrá? ¿hijo de quién será?” y la duda la molestaba porque a la vez se sentía feliz con la presencia del apuesto visitante. Luego de pensar un poco dijo:

–Hermano, nunca antes te había visto, pero de todos modos de hoy en adelante seamos amigos. Estoy comiendo asado de carne ¿no quieres que te convide un poco? Y le dio de comer y el joven tragó un gran trozo de un solo golpe, lo que sorprendió a la pastora.

Desde entonces comenzaron a encontrarse todos los días hasta que hicieron el compromiso de casarse y fijaron la fecha.

Llegó por fin el día señalado para la realización de la boda, y los novios se presentaron elegantemente vestidos. El joven de pronto empezó a inquietarse y ponerse nervioso porque temía que comenzara el sonido de los cohetes y por eso no se desprendía ni un instante de la mano de su novia. Ciertamente los zorros tienen mucho miedo al ssshhhiii… ¡boum!… ssshhhiii… ¡boum! de los cohetes y él sabía que con un susto así volvería a su estado normal de zorro, pensando sobre esto se decía: “Ojalá no revienten los cohetes… ojalá que no. Ya no quiero ese ssshhhiii… ¡boum! ssshhhiii...  ¡boum!. Que suceda lo que sea, no me importa, con tal que no revienten esos cohetes porque sería demasiado vergonzoso que me vieran echando a correr arrastrando mi cola hecha un trapo”. Así pensaba mientras meneaba ocultamente su cola, pensando cómo engañar a la gente.

Durante toda la ceremonia el zorro estuvo sobresaltado. Terminada la boda salieron los novios y sus acompañantes y fieles bailaron, mientras se dirigían a su casa. Cuando estaban llegando, el joven novio empezó a correr de un lado a otro como un cuy asustado. –Que no haya ssshhhiii… ¡boum!¡Que no haya cohetes!– decía.

Viendo esto, los invitados lo calmaron diciéndole:

–Señor novio, no tenga usted miedo. No se reventará ningún cohete, no habrá ningún ssshhhiii… ¡boum! Le prometemos que estaremos pendientes para impedir que alguien reviente un solo cohete. Siéntese en la ramada porque hoy es su gran día y vendrá mucha gente a saludarlo.

Entonces padrinos y novios se sentaron para recibir apjata de los familiares, mas el novio seguía muy alerta temiendo que en algún momento fuera a sonar un cohete. Así estaban cuando en eso llegaron los familiares de la novia, para ofrecer sus regalos reventando cohetes ssshhhiii…¡boum! El joven al escuchar tanto ruido empezó a correr convertido en zorro de mal agüero gritando ¡waq! ¡waq! Todos los invitados y la novia se quedaron paralizados al ver que el zorro huía dejando en el suelo su traje de novio.

Fue así que el zorro convertido en un joven elegante logró cautivar el corazón de la linda pastora que se quedó sin esposo.

Por eso las madres aconsejan a sus hijas diciéndoles:

–Antes de tener compromiso con un joven, hay que conocerlo bien, porque hay jóvenes listos y otros que no lo son, ociosos y no ociosos, necios y no necios.


FIN


Tomado de: Cartografía de la memoria, de Juan José García Miranda.

El zorro que se hizo quemar el hocico






Dicen los abuelos que en tiempos muy remotos los frutos, los muros y hasta las piedras tenían oídos y podían hablar. En aquellos tiempos el zorro malvado solía convertirse en un hombre elegante.

Cuenta la siguiente historia que en una comunidad vivía un matrimonio muy feliz. Era esta una pareja ejemplar que no conocía el pleito. La mujer, además de tener muchas virtudes morales, era una trabajadora incansable en los quehaceres del hogar. El esposo era igualmente virtuoso y destacaba en el trabajo de la chacra. Nunca les faltaba agua porque al costado de sus tierras tenían un manantial y, con riego asegurado, todos los años producían quinua, cañihua, chuño, tunta, en tal abundancia que tenían sus sejes rebalsando de alimentos.

Pero no todo dura para siempre y nunca falta algún envidioso que acecha.

Un día en la mañana, iba el hombre por el camino dirigiéndose a sus labores agrícolas y se encontró con un joven muy elegante que estaba sentado sobre una piedra en la ribera del arroyo. Su cuerpo era muy delgado, tenía la nariz puntiaguda y los ojos achinados. El joven saludó al agricultor con bastante cariño, como si fuera un viejo amigo. El hombre contestó al saludo de manera distante, a fin de evitar cualquier conversación, pues no tenía ninguna intención de charlar con el desconocido.

Al día siguiente estaba el mismo joven al borde del arroyo esperando a que el hombre pasara y, al verlo acercarse, lo saludó cortésmente; pero, al igual que la víspera, el hombre apenas contestó el saludo y siguió su camino al trabajo.

En la tarde siguiente, cuando el hombre estaba regresando de la chacra, el desconocido lo estaba esperando y tras cerrarle el paso le habló:

–¡Oh querido amigo! Siempre lo veo andar muy apurado. Seguro que los trabajos de la chacra te quitan mucho tiempo, pero yo quiero decirte una cosa:

Para todas las familias que viven en esta comunidad son usted y su señora un ejemplo de lo que debe ser un hogar. Pero, para hablarle claro, yo no lo veo así.

El hombre interrumpió al joven antes de que continuara:

–Así es. Lo que dices es cierto, pero ahora me disculparás pues debo seguir mi camino… aún tengo mucho trabajo. Otro día conversaremos, y diciendo esto se marchó a su casa dejando solo al joven hablador.

Nuevamente, al otro día por la tarde, el desconocido esperó al hombre al regreso del trabajo y cerrándole nuevamente el paso le dijo:

–¡Oiga señor! En este mundo la vida no es siempre pareja, pues una persona puede sufrir un tropiezo. Unas veces somos muy felices y otras estamos en desgracia y llorando. Uno no está libre nunca del dolor. Todo tiene dos caras como la mano tiene dorso y palma. En estos tiempos, por más virtuosa que sea la mujer siempre puede hacer algo malo. Pues bien, yo sé mucho sobre estas cosas. Ahora, por ejemplo, la gente comenta que por las noches tu virtuosa mujercita, después de dejarte dormido, sale de casa y se va detrás del canchón a hacer pis y ahí se queda jugando, tirándole piedrecitas a un joven desconocido y después vuelve a la cama como si nada hubiera pasado.

Al escuchar esto, el hombre perdió la tranquilidad. No quería ni probar alimento y solo pensaba en si sería verdad lo de la infidelidad de su mujer, hasta que un día se decidió a interrogarla:

–Mujer, ¿Quién es ese hombre con el que juegas arrojándole piedrecitas cuando te vas a hacer pis por las noches?

La mujer a la vez dolida y confundida por la pregunta, contestó:

–Nadie juega conmigo. Algunas de estas noches, cuando salgo el malvado zorro aparece y a él le arrojo piedras para ahuyentarlo, pensando que viene a robar las crías del ganado. Para que veas que no miento mañana tú saldrás primero y te ocultarás detrás del canchón y con tus ojos podrás ver a ese malvado zorro que está jugando tan sucio.

Así, aquella noche, cuando la mujer salió a orinar, el zorro hizo su aparición, y ella tomando una piedra se la arrojó sin acertar. Cogió entonces una piedra grande e igualmente la arrojó al zorro, que nuevamente la esquivó. Finalmente el zorro hizo su retirada perdiéndose en la oscuridad de la noche.

Muy segura, al regresar a la casa, la mujer dijo a su marido:

–Ahora sí habrás visto que no es más que el zorro, pero el marido estaba furioso y replicó:

–¡Oye mujer! Lo que he visto es un hombre y no un zorro como dices. No pretendas engañarme, y diciendo esto casi le pega a la pobre mujer, que llorando se defendió:

–Mañana en la noche verás. Yo sabré qué hacer para que me creas que quien me molesta es ese malvado zorro y no

ningún hombre.

El marido aceptó lo que la mujer le decía y al siguiente día llegaba ya la tarde, cuando habían terminado de comer, la mujer cogió un palo grande y grueso y lo encendió en un extremo con las brasas de una hoguera y avisó a su marido para que se ocultara en el mismo lugar que la noche anterior.

Así hizo el marido y la mujer salió a hacer pis llevando el palo en la mano. Viendo a la mujer sola, de inmediato apareció el zorro que ya la estaba esperando. Al verlo, la mujer avanzó lentamente hacia el animal. El zorro se puso muy contento y se acercó moviendo juguetón su cola y con las orejas estiradas para atrás se disponía a abrazarla. Levantando el palo que hasta ese momento llevaba escondido en la espalda, la mujer le pegó en el hocico con el extremo ardiente. El zorro al sentir el dolor de la quemadura en esa parte tan delicada huyó gritando para no volver nunca.

Según cuentan, el zorro no volvió más a hacer pelear a la pareja. También dicen que desde que la virtuosa mujer quemó el hocico del zorro, éste lo tiene negro.


FIN