martes, 29 de septiembre de 2015

El árbol de las mariposas










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Cuenta la leyenda, que hace tiempo, los árboles podían ir de un lado para otro, porque siempre era primavera y el viento los acariciaba suavemente. Pero un día, los árboles de hoja ancha se volvieron vanidosos y desafiaron al viento. Decían que eran tan fuertes y flexibles que ni el más terrible de los huracanes podía arrancar sus hojas. El viento se enfadó y aceptó el desafío. Los árboles de hoja fina se refugiaron en las montañas. Los otros esperaron al viento, y empezó el temporal.

El viento sopló con tanto ímpetu que arrancó las hojas de los más soberbios. También arrancó a seres delicados del aire: las mariposas.

Un árbol de hojas finas vio una nube de mariposas azotada por el viento. Estaban a punto de perecer arrastradas por el huracán. Algunas extenuadas dejaban de aletear y se estrellaban contra el suelo. El árbol no podía permitir que se perdiera algo tan bello, así que abandonó su refugio e intentó salvarlas. El viento soplaba tan fuerte que arrancó sus hojas pero, el extendió sus ramas y todas la mariposas encontraron en ellas refugio.

Cuando cesó el huracán, las mariposas volaron libres y fueron a buscar un lugar más cálido, porque el viento sopló tanto que había traído el invierno.

Los árboles no podían moverse ni huir, porque habían transformado sus pies en raíces para no ser arrastrados por el huracán. El viento pensó que vivir siempre sin hojas sería un castigo exagerado, pero para que los árboles orgullosos no olvidaran nunca su orgullo,
todos los años se llevaría sus hojas y traería el invierno.

Al llegar otra vez la primavera, a todos los árboles les brotaron hojas nuevas. Bueno a todos no, porque al de las hojas finas que había salvado a las mariposas no le salía ninguna. Estaba triste, entonces las mariposas, agradecidas se posaron en él para hacer hojas. Nunca nadie ha visto un árbol tan hermoso. Hicieron esto tanto tiempo, que se convirtieron en hojas de verdad. Y así es como nació el Ginkgo, el árbol sagrado del Japón.

Tomado del Blog: Akane.

"El árbol de las mariposas"
Carlos cano. "Cuentos para todo el año"
Páginas 53 a 61. ANAYA, año 2001



sábado, 26 de septiembre de 2015

Un desmemoriado


DE: Tradiciones en Salsa Verde de Don Ricardo Palma.

Nota: El texto tiene algunas palabras subidas de tono, Estas son las tradiciones que Palma hacía conocer en un círculo muy reducido.

Cuando en 1825 fue Bolivar a Bolivia, mandaba la guarnición de Potosí el coronel don Nicolás de Medina, que era un llanero de la pampa venezolana, de gigantesca estatura y tan valiente como el Cid Campeador, pero en punto a ilustración, era un semisalvaje, una bestia a la que había que amarrar para afeitarlo.

Deber oficial era para nuestro coronel, dirigir algunas palabras de bienvenida al Libertador, y un tinterillo de Potosí se encargó de sacar de atrenzos a la autoridad escribiéndole la siguiente arenga:

"Excelentisimo Señor; hoy al dar a V.E. la bienvenida, pido a la divina Providencia que lo colme de favores para prosperidad de la Independencia americana. He dicho".
Una semana pasó Medina fatigando con el estudio de la arenga la memoria que, como se verá, era en él bastante flaca.

En el pueblecito de Yocoya, a poco mas de una legua de Potosí, hizo Medina para la tropa que lo acompañaba presentase las armas y, deteniendo su caballo delante del Libertador, dijo después de saludar militarmente:

-Excelentísimo Señor... (gran pausa), excelentísimo Señor Libertador... (mas larga pausa)... -y dándose una palmada en la frente, exclamó: ¡Carajo!... Yo no sirvo para estas palanganadas, sino para meter lanza y sablear gente. Esta mañana me sabía la arenga como agua, y ahora no me acuerdo ni de una puñetera palabrota: Me cago en el muy cojudo que me la escribió.

-Déjelo, coronel -le contestó Bolivar sonriendo-, yo sé, desde Carabobo y Boyacá, que usted no es más que un hombre de hechos, y de hechos gloriosos.

-Pero eso no impide, general que yo reniegue de esa memoria tan jodida que Dios me ha dado.

(FIN)



viernes, 25 de septiembre de 2015

El libre albedrio


Había una vez un imán y en el vecindario vivían unas limaduras de hierro. Un día a dos limaduras se les ocurre bruscamente visitar al imán y empezaron a hablar de lo agradable que sería la visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago propósito se transformó en impulso. ¿Por qué no ir hoy?, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería mejor ir al día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto más hablaban más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó decir a algunas que su deber era visitar al imán y que ya hacía tiempo que le debían esa visita. 

Mientras hablaban, seguían inconscientemente acercándose. Al fin prevalecieron las impacientes, y en un impulso terrible la comunidad entera gritó: “Inútil esperar. Iremos hoy. Iremos ahora. Iremos en el acto”. La masa unánime se precipitó y quedó pegada al imán por todos lados. El imán sonrió porque las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria.

(FIN)






Es un relato de Heskesh Pearson, y citado por Jorge Luis Borges, en el prólogo de Cuentos de Oscar Wilde de Editorial Atlántida.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Yucas






El sol golpeaba duro, y ella caminaba como mirando al infinito. Vestía una minifalda excepcionalmente corta. Una ligera blusa, completaba su ropaje.

Los que si no miraban al infinito eran los transeúntes. Ella taconeaba sobre el asfalto. Hacía calor, y un ligero viento agitaba su cabello. 

Las piernas de ella devoraban distancias, y varios pares de ojos con fruición miraban esos andantes muslos.

Una vieja viendo el revuelo que causaba el taconeo, en voz alta expresó: 

-¿Y quien quiere ver esas chuecas yucas?

Todos en el acto despertaron. Ella siguió caminando. Los miradores también.

FIN

Autor. Carlos Torres

martes, 22 de septiembre de 2015

El hombre que calculaba: división de tres entre tres


Un sabio le solicitó a Beremís (el hombre que calculaba) a que dijera un sencillo relato donde se planteara una división de 3 entre 3 pero que no se efectúe, y que también hubiera una división de 3 entre 2, pero que no dejara residuo. Beremís escuchó y dijo:

El león, el tigre y el chacal, abandonaron salieron a recorrer el mundo. En un momento el león fatigado se sentó y dijo: tengo hambre.

El chacal se ofreció llevarlos a un prado que el conocía y donde aseguraba que la caza era abundante, fácil, al alcance de las garras, y exenta de cualquier peligro. El león ordenó: "Vamos".

Al caer de la tarde, guiados por el chacal, llegaron los viajeros a lo alto de un monte donde se divisaba una pequeña y verde planicie. En medio del valle se hallaban descuidados, ajenos a los peligros que los amenazaban, tres pacíficos animales: una oveja, un cerdo y un conejo. Al avistar la fácil presa, el león sacudió la abundante melena en un movimiento de incontenida satisfacción. Se dirigió al tigre y exclamó:

"Tigre admirable! Veo allí tres hermosos y sabrosos manjares. Tú, que eres listo y experto, debes saber dividir con talento tres entre tres. Haz, pues, con justicia y equidad, esa operación fraternal: dividir tres entre tres cazadores. El vanidoso tigre respondió así:

"La división que generosamente acabáis de proponer -¡oh rey!- es muy simple y se puede hacer con bastante facilidad. La oveja, que es el mayor de los tres bocados, y el más sabroso, os toca por derecho. Aquel cerdo flaco, sucio y maloliente, que no vale una pierna de la hermosa oveja, será para mí, que soy modesto y con bien poco me conformo. Y, finalmente, aquel minúsculo y despreciable conejo, de reducidas carnes, indigno del paladar refinado de un rey, corresponderá a nuestro compañero el chacal, como recompensa por la valiosa indicación que hace poco nos proporcionó.

-¡Estúpido, egoísta! –rugió, enfurecido, el león, lleno de indescriptible furia-. ¿Quién te enseñó a hacer divisiones de esa manera? ¿Dónde viste una división de tres por tres, hecha de ese modo?

Y, levantando su pesada pata, descargó sobre la cabeza del desprevenido tigre tan violento golpe, que lo tiró muerto a algunos pasos de distancia.

En seguida se volvió al chacal, que asistiera aterrado a aquel trágico final de la división de tres por tres y así le habló:

- Mi querido chacal. Siempre tuve de tu inteligencia el más alto concepto. Sé que eres el más ingenioso y brillante de los animales de la floresta. Te encomiendo, pues, el hacer esa división simple y banal, que el estúpido tigre (como ya acabaste de ver) no supo efectuar satisfactoriamente. ¿Estás viendo, amigo chacal, aquellos apetitosos animales: la oveja, el cerdo y el conejo? Pues bien: dividirás las tres piezas entre nosotros dos. ¡Nada más sencillo que dividir tres por dos! Haz los cálculos, pues deseo saber qué cociente exacto me corresponde.

-No soy más que un humilde y rudo siervo de Vuestra Majestad –dijo el chacal, en tono humildísimo de respeto-. Debo, pues, obedecer ciegamente la orden que acabo de recibir. Voy a dividir, como si fuera un sabio geómetra, aquellas tres piezas entre nosotros dos. La división matemáticamente exacta es la siguiente. La admirable oveja, manjar digna de un soberano, es para vuestros reales caninos, pues es indiscutible que sois el rey de los animales; el bello cerdo, del cual oigo los armónicos gruñidos, debe ser también para vuestro real paladar, y el inquieto conejo, con sus largas orejas, debe ser saboreado por vos, como sobremesa, ya que a los reyes, por ley tradicional entre los pueblos, les pertenecen, de los opíparos banquetes, los manjares más finos y delicados.

-¡Chacal incomparable! –exclamó el león, encantado con el reparto que acababa de oír-. ¡Qué agradables y sabias son tus palabras! ¿Quién te enseñó ese artificio maravilloso para dividir con tanta perfección y acierto, tres por dos?

-El zarpazo con que vuestra justicia castigó, hace un instante, al tigre arrogante y ambicioso, me enseñó a dividir con certeza tres por dos cuando de esos dos uno es el león y otro el chacal. En las matemáticas del más fuerte, pienso que el cociente es siempre exacto, y al más débil, después de la división, ni el resto le debe tocar.

El sabio habiendo escuchado el relato de Beremís, quedó encantado y admirado de lo que conocía el Hombre que Calculaba.



martes, 1 de septiembre de 2015

Zorba el griego







Cuando era yo muy niño y asistía a la escuela primaria, escuchaba en la radio y en la televisión sobre una película que estaba causando furor. Se refería a la protagonizada por el actor Anthony Quinn. Yo me decía: ¿Qué tendrá esa película que dicen es tan buena?

Solía leer el diario: El Comercio. Gustaba de leer los domingos la sección: El Dominical. Me pasaba también varios minutos mirando el listín cinematográfico. Me sabía la memoria el nombre de los cinemas, a los cuales nunca había ido siquiera. Miraba los anuncios con fotos de las películas y solo con observarlas, pues ya en mi mente me hacía toda la trama y escenas de la historia. Esto es algo que no podía hacer con la producción: Zorba el Griego. Yo veía la figura de una persona con los brazos abiertos, y eso era todo.

Pues me preguntaba y re-preguntaba que habrá de ver en Zorba el Griego.

Hasta que una mañana de domingo, lo recuerdo bien, ya que acababa de regresar de la misa del catecismo. En la esquina de mi casa. Sí en la esquina, en el lugar donde muchas cosas suelen ocurrir. La esquina, referente por antonomasia de las calles de nuestra ciudad. "Point" de encuentro de los vecinos. Bien, en la esquina hizo su aparición mi amigo Kliber, así se llamaba él. Kliber que era algo mayor que todos los chicos del barrio nos decía que el si sabía de que iba Zorba el Griego. Lo miramos ansioso a que comience con la contada, y el empezó: 

"Es un baile. Dos hombres bailan. Elevan los brazos y bailan en la playa y suena una música".

¿Y eso es todo?, le dijimos.

El dijo: Sí. Y acompañando su respuesta alzó los brazos, estiró una pierna hacia adelante, luego esa misma pierna atrás. Después se agachó y palmeó sus manos y otra vez la pierna hacia adelante. Mientras hacía su danza, tarareaba una melodía.

Han pasado muchos años. Yo aun recuerdo la melodía que tarareó Kliber, y para mis lectores, aquí la anoto:

Tarán
Tarán
Tarararán

Tarán
Tarán
Tarararán

Ta ta ta ta ta ta ta ta.

(FIN)

Autor. Carlos Torres