miércoles, 8 de junio de 2022

El zorro y el buitre

 



Antiguamente todos los animales hablaban, tenían sus primos, sus sobrinos, sus compadres.

Un día el zorro se encuentra con su sobrino el buitre y le dice:

-¿Qué haces sobrino?

-Aquí estoy -le contesta-; qué nublado está el día.

-¿Y cómo vos, sobrino, tienes la dicha de volar tan alto y conoces todos los lugares?

-Cosa fácil -se dice que le contesta el buitre-: consígase dos lapas (bases de calabaza, muy grandes, se usan como platos), dos piyolas (pitas, o cuerdas) y una guatopa (aguja de coser, muy grande)

El zorro ilusionado por conocer los lugares, lo saca de donde sea las cosas pedidas por su sobrino:

-Ya, aquí están las lapas y las piyolas, enséñame a volar.

Entonces el buitre le cosió las lapas muy fuerte a sus costillas del zorro; le dolían sus costillas y gritaba:

-¡Ay, ay, ayayau, sobrino, no me piques con esa guatopaza!

-Aguántate, tío, con esto va usted a volar. 

-¿Ya? -así preguntaba el zorro.

-Espérese un momentito -le contesta el buitre-. Ya ahora si ya estamos listos para volar. Haga usted la prueba.

-No puedo -le contesta el zorro.

-Entonces le voy a cargar hasta que vea lugares, luego le suelto y usted vuela. Échate tío en mi espalda y yo vuelo -le dice el buitre.

Entonces el zorro se echó a su espalda y comenzó a volar.

-¿Ya viste lugares? -le pregunta.

-Todavía -contestó el zorro.

-¿Ya viste lugares o todavía? 

-Ya, ahora ya. Suéltame sobrino.

Y lo soltó.

Entonces el zorro baja en tremenda velocidad y grita de miedo:

-¡Me mato, me mato, tiendan mantas, tiendan pellejos!

Y cuando se cayó al suelo la gente lo molió a palos, y decían:

-¡éste ha sido el maldecido que se ha comido nuestras ovejas y nuestras pobres gallinas!


FIN


Contado por José Rufino Rodríguez Silva, de La Collona.

Los siete consejos



Un joven viajó a la costa a trabajar y llegó donde un viejito. Ahí trabajó siete años y cuando se llegó el plazo para que se regresara, el patrón le dijo:

-Te doy ocho días para que tú escojas entre siete consejos o siete costales de plata.

Entonces el joven preguntaba a muchos de sus amigos cuál sería mejor, los siete consejos o los siete costales de plata. Todos le decían que la plata; pero el último día le dice un viejito:

-Los siete consejos te resulta más. 

Y se fue, el día ocho le dice a su patrón:

-Quiero los siete consejos.

-Entonces ven acá -le contestó el patrón-. Escucha: no preguntes sin que esté en tu necesidad; no dejes lo viejo por lo nuevo; no firmes papel sin que lo leas; no tomes agua sin ver; la cólera de ahora guárdala para mañana; los secretos de tu pecho nunca cuentes a tu amigo. Siete consejos, siete virtudes ganarás. 

Después de recibir estos consejos, el joven se despidió y, ande y ande, llegó a una casa donde lo estaban pegando a una señorita. Se acordó del primer consejo, no preguntó. Salió de ahí y habían dos caminos, uno nuevo y uno viejo: siguió por el viejo. Lo llevaron a un tribunal y quisieron que firme un papel, lo leyó y no firmó. Le invitaron a tomar agua y no tomó sin ver: era sangre. Entonces tuvo cólera, pero lo guardó para el día siguiente. Se encontraba con sus amigos y le preguntaban qué es lo que había ganado y él les decía:

-De siete consejos, siete virtudes.

Cuando estaba caminando por un camino bonito se encontró con una señorita, la cual le dijo:

-Amor de mis amores, vida de mi vida, tú me salvaste con los siete consejos: estaban pegándome y tú no preguntaste por qué; caminaste por el camino que era viejo y fue mi encanto; no firmaste el papel porque era la sentencia de mi muerte; no tomaste lo que te dieron, porque fue mi sangre; tuviste cólera y lo guardaste para el día siguiente; te preguntaron secretos y no contaste. Siete consejos, siete virtudes ganaste; treinta costales de plata te lo darán al llegar a tu casa, sube a mi carro y vamos juntos.

Caminaron un trecho y mandaron avisar que los esperaran y, cuando llegaron, celebraron una gran fiesta por su regreso, que con siete consejos sacó treinta sacos de plata, hubo casamiento y vivieron muy felices.


FIN


Recogido por José Cotrina Honorio, de San Marcos.

El viajero negociante




Dicen que en aquellos tiempos había un viajero que andaba negociando y era de buen corazón.

Dicen que una vez, al hacerse tarde en el camino, tuvo que quedarse en la noche en una cueva que había junto  al camino. Estaba durmiendo y resulta que, a eso de la medianoche, llegaron una tanda de gente y él creyó que eran matones o los diablos, porque llegaron con un muerto y ahí descansaron un rato y se fueron; pero al momento de salir, uno de ellos se topó en un chucho que tenía la cueva y se fue quejándose de dolor.

El negociante, que no se había movido nada para que no lo sintieran los bandidos, amaneció lleno de susto y se fue a jalar sus animales de carga para seguir su viaje. Al salir de la cueva se topó con el chucho, entonces, acordándose de lo que le sucedió al otro individuo, agarró una piedra y se puso a quebrar ese chucho y, cuando logró romperlo, comenzó a vaciarse el dinero que había en la cueva. Dejando toda clase de negocios que llevaba, regresó a su casa con sus animales de carga llenos de dinero y desde ese momento vivió feliz con su familia.


Contado por María Figueroa, de la Congona.