jueves, 4 de julio de 2013

La Odisea de Seydi Burciaga

Por Chacho D’Acevedo

Seydi trabajó toda la noche soportando un fuerte dolor de espalda que le impedía concentrarse. Recibió la lista de entrega de los contenedores y supervisó la descarga. No ocurrió nada fuera de lo normal a pesar de la torrencial lluvia que cayó durante su turno. Siempre se pone peor cuando llueve, pensó, mientras tomaba una dosis doble de calmantes. Tenía ese intenso dolor en la espalda por cuatro días, los mismos que venía lloviendo casi sin parar en Atlanta. Las noticias dijeron que llovería por dos días más y que a partir de entonces los canales y riachuelos se iban a desbordar causando inundaciones. 

Al marcar las 4.30 am., se sentó a preparar su informe final en el que no indicaría problema alguno, luego se alistaría para ir a casa. Se despidió de Aaron, el supervisor del nuevo turno, éste le sugirió que mejor se quedara un rato en la cafetería hasta que pasara un poco la tormenta; «no amainará hasta el fin del mundo», bromeó ella, y le dijo que quería ir a descansar, a ver si el terrible dolor le calmaba un poco. 

Seydi subió a su minivan y como de costumbre llamó a casa para despertar a su marido en una rutina que servía a este último de despertador para empezar su día: alistarse para ir a la oficina, preparar las loncheras de los niños y, cuando ella llegaba, tener listo el desayuno. Él regresaba a casa por la tarde, alrededor de las cuatro y media, luego, entre los dos, hacían las compras diarias; ayudaban a sus dos hijos con las tareas escolares y completaban cualquier otro quehacer doméstico, hasta que llegaba la hora en que Seydi se preparaba para volver al trabajo. Como supervisora, y por antigüedad, había logrado un horario de lunes a viernes, al igual que Pedro, su marido. Los fines de semanas lo dedicaban a la familia y a su parroquia. Mientras manejaba notó que el dolor había menguado un poco. 

Iba muy despacio pues la lluvia le impedía ver más allá de unos cuantos metros y aún no llegaba la luz del día. De manera repentina un movimiento brusco le hizo perder el control del auto, éste pareció elevarse mientras el motor se aceleraba violentamente para luego apagarse; «estoy flotando» ─pensó─. Se dio cuenta que estaba siendo arrastrada por una corriente de agua turbia y espesa, miró por la ventana y notó que llegaba a media altura del auto. Esperó un momento. Miró nuevamente y supo que se estaba hundiendo. El vehículo empezó a dar vueltas a manera de trompo y la sensación le dio náusea, trató de calmarse. Sintió humedad en los pies; las luces aún funcionaban, prendió el foco interior y vio que poco a poco el agua penetraba por la parte baja. Sentía golpes en la carrocería, uno de ellos le causó un inmenso temor por lo estridente; rápidamente entró más agua en la parte delantera y el auto lentamente se inclinó en esa dirección. Seydi se apresuró, tomó el celular y se arrastró a la parte trasera, llamó al número de emergencias. El pánico se apoderaba de ella mientras explicaba a la operadora que dentro de su auto estaba siendo arrastrada por una corriente de agua muy violenta. Una voz firme trató de tranquilizarla indicándole que la ayuda estaba en camino. Desde la parte trasera podía ver los alrededores: la lluvia había escampado un poco; reconoció su vecindario. En el centro de emergencias habían identificado el área donde se originó la llamada. La operadora preguntó a Seydi si le podía describir las construcciones. Hay un edificio amarillo ─le dijo─, la voz le preguntó queriendo saber más; Seydi pudo reconocer la parte trasera de la escuela primaria en la que estudia su hijo mayor. Desesperada pidió que por favor la salvaran, tenía miedo de ahogarse. «No te vas a ahogar», le repetía la voz, «ya sabemos exactamente dónde estás, trata de abrir la puerta y sal inmediatamente», le insistió la voz; Seydi le contestó que no podía abrirla porque el agua le impedía. «Abre las ventanas y deja entrar el agua y luego sales por una de ellas», le dijo la voz. Lo intentó, pero las ventanas eléctricas no respondían; «puedo intentar romper los vidrios», dijo Seydi, «sí», le contestó la voz, «si puedes hacerlo, hazlo ahora mismo y escapa por ahí». Seydi le dijo que había mucha corriente, que se iba a ahogar; «no te ahogarás», le repetía la voz, «te vamos a rescatar»; «no me dejen ahogar, me voy a ahogar», «no te ahogarás, te salvaremos». Seydi se calmó y empezó a golpear fuertemente los vidrios pero no lograba romperlos. Repentinamente un golpe seco le hizo voltear la mirada hacia la parte delantera y vio que un grueso tronco había penetrado en el auto haciendo casi añicos el parabrisas. El agua entraba como un torrente por un boquerón; la minivan rápidamente empezó a hundirse. Una vez más rogó a la operadora que no la dejen ahogarse y le dijo, desesperadamente, que el auto se estaba hundiendo; la operadora le reafirmó que no se ahogaría. El agua llegó a su espacio y ella soltó el celular y aguantó la respiración. Lucharía valerosamente para llegar a la parte delantera del auto y escapar por el hueco que había hecho el tronco. No podía. Golpeada y zarandeada como estaba por los movimientos violentos del auto como un juguete en la torrentosa corriente. La sensación de asfixia llegó casi inmediatamente, tragó un poco de agua y quedó aún más desubicada, sintió que sus pulmones reventaban, aun así logró palpar el boquerón de la ventana delantera, pero nuevamente un movimiento brusco le lanzó al fondo del auto. Sintió un golpe muy fuerte en la cabeza seguido de un sonido seco que pareció originarse en su cuerpo. 

De pronto se sintió calmada. Pensó en sus hijos y en su esposo;

ojalá que me esperen, iba a llegar muy tarde con este atraso. Se dio cuenta que el agua estaba en calma. Un inmenso pez se puso al lado suyo y le dijo que le siguiera, que él le enseñaría el camino donde iba a estar a salvo. Seydi empezó a bucear junto al pez; le preguntó si era de los que habían sido encargados para rescatarla, «sí…» le contestó el pez mientras nadaban juntos. Bucearon casi media hora hasta que llegaron a una orilla, el pez le dijo que ella debía esperar ahí, él no podía salir pues debía continuar su camino para ayudar a otros. Seydi se sentó tranquila. Escuchó voces a lo lejos y vio que un grupo de rescatistas estaban inspeccionando su auto que había quedado atrapado entre unos troncos. Trató de llamarlos pero no la escuchaban. Observó que sacaban un cuerpo del automóvil. Se sorprendió, pues ella estuvo sola; reconoció su ropa cuando unas potentes linternas alumbraron a la persona… también creyó reconocerse. 





Saludos amigos.

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