domingo, 2 de junio de 2013

Automatización



Hola amigos lectores.


Un amigo, me ha hecho una crítica sobre la temática del blog. Me dice el: "Si energicentro, es un blog de tecnología y ciencia, pues debe quedarse en ese ámbito. Hay visitantes que son muy exigentes y pueden terminar abandonando la lectura del blog"

A pesar de la crítica de mi amigo, pues hoy me doy una nueva licencia en la temática sobre energía, ciencia y tecnología. Hoy hablaré del automatismo de las centrales de teléfonía.

Por motivos de trabajo, tengo que conectarme vía teléfono con diversidad de personas. El caso es que llamaba yo a una empresa, donde una amable señorita me contactaba con el anexo requerido. Daba el nombre de la persona y en el acto estaba hablando con esa persona.

Hoy esa empresa, ha instalado una Central de Telefonía Automática. Uno llama y le contesta una grabadora. La digital voz, le dice: "Gracia por llamar a ..., si sabe el anexo, márquelo ahora. Para fax, marque el número 200, para servicio técnico, marque el número 300..." y asi, continúa la grabadora. Muchas veces, digito el anexo y coincide con que el número está ocupado... debo colgar, esperar unos minutos, re-llamar y nuevamente la grabadora: "Gracias por llamar a ...". Me sentía mas cómodo cuando me respondía una voz no grabada. La calidez de la voz humana, es insuperable, así se inviertan millones de bytes en una grabación, que pretenda igualarla.

Amigo lector ¿ha tenido experiencias así?. Dicen que las centrales automáticas, son más rápidas, pero viéndolo bien: ¿A que tanta prisa?

Mientras pensaba en esa nueva Central Automática, hice memoria de un artículo de don José María Pemán, escritor español. Para mi, es uno de los mejores escritores costumbristas. No es fácil hallar sus libros aquí en Lima. Tengo dos títulos de el. Uno de ellos, es: Signo y Viento de la Hora. Es un conjunto de artículos de los años de 1950. Uno de ellos: "La Señorita de la Central", bien puede aplicarse a la experiencia que relato lineas arriba. Claro el texto habla de costuras hechas a mano y del uso de la caligrafía, como técnica para confeccionar textos... recuerden, es de 1950, época en que recién se hacía de uso masivo la máquina de escribir de teclado. El autor, habla de un "disco frio que ha venido a sustituirla"... se refiere al disco de marcar, que ahora está sustituído por los teléfonos de díagitos. Es que por esos años, para una llamada telefónica, se giraba un magneto para hablar con la central y desde allí te conectaban, con el número que requerías. Pues aquí sin mas preámbulos, va el artículo.


LA SEÑORITA DE LA CENTRAL

Al inagurarse el teléfono automático

Celebremos, en buena hora el progreso mecánico creciente cada día. Pero permítasemos deplorar la fea "impersonalidad" con que dicho progreso esfuma todas las cosas.

Las puntadas rectas y unánimes de la máquina de coser no podrán nunca equipararse a aquellas costuras minuciosas que sobre las recias sedas de ayer, parece que guardan todavía el aroma de ternura de la madre viejecita, que se esforzó en ellas hasta lagrimearle los ojos; ni el teclear rítmico de la máquina de escribir dejará nunca sobre el papel aquella nota íntima que se imprime al rasgo de la pluma. Las máquinas son terribles devoradoras del Arte. Por culpa de ellas, la costura y la caligrafía han dejado de serlo. Es triste. Ya nadie podrá ufanarse, como aquel antiguo hagiografo, de tardar día y medio en terminar una A mayúscula...

Digo todo esto a propósito de los modernos adelantos telefónicos. El teléfono automático - como todo automático -, es un paso más hacia la impersonalidad. Parece que las máquinas hijas del hombre, se van, poco a poco, declarando mayores de edad y prescindiendo de la tutela de su padre. Ya en el teléfono, desaparece y se esfuma el último vestigio humano: la voz dulce y lejana de la señorita de la Central... ¿No sentís tristeza? Ha sido nuestra amiga muchos años; hemos sostenido con ella frecuentes diálogos; nos ha servido, desde su vaga y poética indeterminación.

Y ahora, de pronto un disco frio, mecánico, impersonal, con visos de ruletilla de barquillero, viene a sustituirla. Y ella - la señorita anónima de la voz atiplada -, humilde, silenciosa, se esfuma y desaparece. No la vimos nunca; nos cruzaremos con ella por la calle y no la conoceremos. Su relación con nosotros y su desaparición ha sido algo tan tenue, tan hermoso, que bien merecería una balada sentimental.

Por aquí, por mi rincón andaluz, no ha llegado aún el teléfono automático, pero una sombra fria de automatismo ha empezado a proyectarse ya en el asunto. Un severísmo reglamento obliga a encajar en normas invariables el diálogo con la Central. Se llama; la señorita ha de contestar sécamente: "¿Número?" El abonado pronuncia una cifra, y todo termina.

No se permite el dulce placer de la divagación, por lo que el hombre según dijo Platón, es dueño y no servidor de su discurso...

Esto a Ustedes los cortesanos, les parecerá cosa sabida y vieja, pero por aquí, por nuestro rincón andaluz, expansivo y familiar, es una novedad que nos tortura y subleva. Aquí, hasta ahora, se había pedido la comunicación de un modo muy parecido a como las comadres, asomadas al corredor de la casa de vecinos, piden, de piso a piso, un cubo de agua. Se le daban los buenos días a la telefonista; se comentaba levemente el estado del tiempo o algún suceso de actualidad, y luego, al cabo de cinco minutos, se decía,
Ande usté: póngame con tal sitio; que "tengo prisa"
Pero no se crea que el sitio deseado se señalaba con el número de la lista. No; aquí somos ferozmente individualistas. Por eso aquí hay dos cosas que no se han logrado organizar munca: un orfeón o una lista de teléfonos.

Nuestra dignidad, bravía y moruna, se resiste a ser una voz más o un número más y se niega a entrar, como niños en pasillos de escuela, por el cajellón estrecho de una lista bajo una severa disciplina alfabética. No es posible ser el  "uno-cero-tres". Es una cosa innoble y degradante.

Aquí pues la comunicación se pedía de un modo familiar y pintoresco, y la Central, que era como una buena amiga familiar, nos entendía perfectamente.

Se decía: "Central con don Rafé"... Y la Central sabía que don Rafael no podía ser otro sino el médico... "Central con la casa de balcones verdes... Central con el cojo"

-Central, con Fernández...

Si la señorita no caía en el primer momento, lejos de echarnos en cara nuestra manera antirreglamentaria de reclamar sus servicios, se disculpaba, toda suave y humilde, y con su vocecita familiar decía:

-¿Fernández? No caigo. Porque hay dos. ¿El del almacén?

-Si el primo de don Antón, el cura.

-¿Ah, si! Ese de los bigotes; alto el, buen mozo, mejorando lo presente. - Y así, poco a poco, en una suave colaboración, íbamos concretando la persona de Fernández.

Es una crueldad que a estas señoritas tan dulces, tan fértiles en amables virtudes, se les aprisione en los garfios de ese terrible diálogo reglamentario y académico.

No lo digáis, para que no la riñan los inspectores: pero os diré al oído que la señorita de la Central de mi pueblo infringe, siempre que puede, sus deberes reglamentarios. Yo no la conozco, ni la he visto nunca; pero por la voz debe ser baja, de ojos entre sumisos y picarescos: Sin haberla nunca visto, soy gran amigo suyo. Antes - en los buenos tiempos anárquicos de la telefonía - sosteníamos largos diálogos. Es instruida y culta. Una vez, antes de ponerme la comunicación pedida, me habló lárgamente del retiro obrero. Además, es buena y compasiva. Cuando notaba en mi voz cierta veladura de ronquera, me preguntaba dulcemente: - ¿Está usted resfriado, don José?

Claro que este sistema familiar y poético es algo más lento que el automático y el del diálogo reglamentado. Pero ¿que importa? La bondad de la incógnita señorita, me hace sentir más humano.

En este siglo, donde todo se mecaniza y lo revuelve - ¿A que tanta prisa?

Nota: La foto del teléfono antiguo, se obtuvo de la web eutec.es. La versión del artículo: La Señorita de la central es de:  Signo y Viento de la Hora, páginas 63 a 66. Ediciones SALVAT RTV, año 1970.

Saludos

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