viernes, 24 de octubre de 2014

La muerte




...Y mientras la señora muerte dormía, entré en mi casa y en mis recuerdos, y clarito comencé a entender el mensaje de mi abuela. Me acordé de cuando vine a visitarla, unos meses antes de su partida, ella también había estado gozando de la mecedora: esto es lo que he aprendido de la vida, me dijo. Cuando a alguien ya le toca irse, debe comerse la memoria, ir borrando poco a poco el rastro de los años, y por eso los viejos nos sentamos aquí a olvidar, y a olvidarnos. Y me contó que después de cada siesta la mecedora le comía el recuerdo de un rostro, de una voz o de algún nombre: se me va, se me borra, se hace aire. Justo en ese momento, entendí por qué la muerte se había olvidado del padre Fernando, y comencé a adivinar sus próximos olvidos, y supe que el humor y el amor me vienen de familia, y sentí que alguien me sonreía desde el cielo, y un pájaro se hizo aire y olvido, y entonces el pájaro se fue volando y escuché el murmullo de una apacible siesta en la mecedora, y comencé a pensar lo que le estoy diciendo: por fin he conocido a la muerte, y es toda una dama.


Fragmento del cuento: "La Muerte se confiesa", de: Eduardo González Viaña. Tomado de: "Florcita y los invasores". Editora El Ovalo S.A. Agosto 2009



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