martes, 20 de mayo de 2014

Garabatos


Cada mañana, mi mamá me iba a buscar a la escuelita Jardín de la Infancia No 4 que quedaba en el Parque de la Confraternidad, en Barranco. Ese fue mi primer centro de estudios. Yo vestía un mandil llamado guardapolvo, de color blanco. Mi mamá lo había confeccionado usando la tela de un costalillo de avena, el cual lavó y lavó hasta que quedara con la blancura y tersura de una popelina.

Mi guardapolvo llevaba a la altura de mi corazón el nombre mío bordado en hilo rojo. Yo estaba orgulloso de mi uniforme. Era mi guardapolvo nuevo.

Mi mamá llegaba a eso de las doce del medio día y preguntaba por mí. Ella me tomaba de la mano y partíamos a casa. Mi mamá se hacía acompañar de mi hermanita menor. Creo que yo tenía cinco años y mi hermana cuatro. Ella me dijo una mañana: 

-Carlos, ¿qué te enseñaron hoy?
-Garabatos. 
-¿Cómo es garabatos?

Yo le mostré el papel que nos daban en el jardín. Era una hoja del tamaño de un cuarto de bond A4. Allí estaba mi garabato realizado a lápiz. 

A mi hermana le gustó mi logro. Me dijo que se lo regalara. Se lo entregué. Yo me sentía bien, había aprendido a hacer trazos con el lápiz, aunque estos trazos no tuvieran forma alguna me gustaban. Hoy después de muchos años me recuerdo de la escena. Del día en que pude decir por primera vez: Hoy aprendí algo.





(FIN)


2 comentarios:

  1. Muy buena la historia, y con un mensaje final contundente, siga para adelante mi estimado amigo, ojalá sean muchos más los años que usted endulce nuestra imaginación con historias como estas, sencillas pero a la vez profundas.

    Saludos

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  2. Buen día Anónimo. Gracias por su comentario.

    Saludos

    Carlos T

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