miércoles, 9 de marzo de 2022

EL HERMANO TARUGO






Éstos eran dos hermanos que tenían una abuelita a la que cuidaban. A uno de ellos le gustaba sembrar maíz y frijol, y en esa ocasión sembró maíz. Le dijo a su hermano:

-Voy a ir a la milpa, a ver si no se le ofrece nada al maíz. Tú te quedas aquí, pones a calentar el agua, bañas a la abuelita y le das de comer.

-Sí, hermano.

Se fue el hermano a la milpa y el otro puso a calentar agua, empezó a bañar a su abuelita y no se dio cuenta que el agua estaba muy caliente. Después del baño vistió a la abuelita y le dio de comer, poniéndole una tortilla en la boca, luego la sentó en una silla y cuando llegó su hermano y le preguntó si había bañado a la abuelita, le contestó que sí.

-¿Y le diste de comer?

-Sí.

-¿Y dónde está?

-Allá afuera, sentada en una silla, tomando el aire.

-A ver, vamos a verla.

Salieron al patio y cuando el hermano tocó a la abuelita, exclamó:

-Pero hermano, ¿Qué hiciste? ¡Mataste a la abuelita!

-¿Está muerta? Yo no la maté.

-Cómo que no, si ya no respira. ¿Qué hiciste?

-Me dijiste que calentara el agua y la calenté.

-¿Y estaba muy caliente?

-Pues no sé, creo que sí, porque salían burbujas.

-¡Ay hermano! Tenías que bañarla con agua caliente, no con agua hirviendo.

-Pues yo no sé, se veía muy a gusto y tranquila.

-Claro que tranquila, ¿la mataste! Bueno, pues ahora ni modo, no podemos hacer nada.

Y la enterraron. Al otro día le dijo el mayor al menor:

-Ve ahora tú a la milpa, y le das una vuelta.

-Está bien –dijo el otro.

-Y te llevas el machete.

-Sí.

El menor agarró su machete y se fue. Llegó a la milpa y empezó a cortar todo el maíz, porque entendió que eso le había ordenado su hermano cuando le dijo que le diera una vuelta a la milpa. Cuando volvió a casa su hermano le preguntó:

-¿Cómo está el maíz?

-Está bien.

-¿Cómo que está bien?

-Pues me dijiste que le fuera a dar una vuelta.

-¡Pero hermano, yo no te dije que lo cortaras, te dije que fueras a ver, que te fueras a dar una vuelta!

-Pues eso hice, le di la vuelta, lo corté todo.

-¡Dios mío, de veras que eres bien bruto, ni una sola cosa que te pido que hagas, la haces bien! ¿Sabes qué? Me voy a ir de esta casa. Mataste a la abuelita y cortaste todo el maíz. ¡Ya me voy, tú te quedas!

El hermano menor le suplicó

-No, hermano, yo también me voy. ¡Qué voy a hacer yo solito aquí, si no sé hacer nada? ¿Cómo me vas a dejar?

El mayor acabó por apiadarse:

-Está bien, vámonos.

Se fueron, y cuando ya habían recorrido un largo trecho, dijo el hermano mayor:

-¡Qué crees? Se nos olvidó la puerca.

Tenían una puerquita y la habían olvidado en la casa.

-Si quieres me regreso y la traigo –le dijo el menor-. Tú espérame aquí.

Se dio media vuelta y se fue andando de regreso. Llegando a su casa empezó a arrancar la puerta y cuando pudo arrancarla, la cargó en la espalda y echó a andar hacia donde lo esperaba su hermano. Éste, cuando vio que el otro tardaba, empezó a preocuparse. “¿Qué habrá hecho este tarugo?”, se dijo. Al rato lo vio llegar con la puerta en la espalda.

-¿Qué traes ahí?

-¿No me dijiste que se nos olvidó la puerta. Aquí la traigo.

-¡No te dije que se nos olvidó la puerta, sino la puerca, bruto que eres!

¡Ahora de castigo la vas a llevar tú, porque ni creas que te ayudaré a cargarla!

Se pusieron en camino y la oscuridad los sorprendió en el campo. Buscaron un lugar seguro donde pasar la noche y el menor dijo:

-Mira, ahí están unos árboles. Si quieres, subo la puerta en uno de ellos y ahí nos acostamos.

-Está bien –dijo el hermano mayor, y lo ayudó a trepar la puerta en el árbol más a la mano. El otro atravesó la puerta entre unas ramas y de este modo tenían una especie de cama en la cual acostarse.

Ya era de noche y se echaron a dormir. En eso, se acercaron unos hombres a caballo. Eran cinco o seis, desmontaron justo abajo del árbol donde se encontraban ellos y aquel que parecía ser el jefe del grupo dijo:

-Aquí está bien para pasar la noche.

Amarraron a los caballos, encendieron un fuego y empezaron a cenar. Justo arriba de ellos, los dos hermanos no hacían el menor ruido para que no los descubrieran, pues por la pinta que traían, comprendieron que debían ser unos bandidos. Pero de repente el menor le dijo al de más edad.

-¿Ay hermano, tengo hambre!

-Pues ahora te aguantas. Te dije bien claro que no vinieras, pero tú quisiste venir.

Entre tanto, los bandoleros, terminada la cena, se cubrieron con sus cobijas y se echaron a dormir. Y el hermano menor le susurró al de más edad:

-¡Hermano, me dan ganas de hacer pipí!

-¡Qué latoso eres! Ya te dije que te callaras. ¿No ves que están esos tipos allá abajo durmiendo?

-¡Ya no aguanto!

-Pues orina, entonces, ¿Qué quieres que te diga?

El menor no se lo hizo repetir y soltó la vejiga. Se oyó entonces a uno de los bandoleros decir:

-Está cayendo el sereno de la mañana.

Se volvieron a dormir, pero como una hora después el menor volvió a despertar a su hermano:

-Tengo ganas de hacer caca, hermano.

-¡Ah qué latoso eres!

-Ya no aguanto.

-Haz lo que quieras y déjame dormir.

El menor se bajó los pantalones y que se caga desde arriba.

Y los tipos de abajo:

-¡Ah, pero qué cochinos estos pájaros! –se quejaron y se volvieron a dormir.

Pero el hermano menor ya no pudo agarrar el sueño y no dejaba de moverse.

-¡Que dejes de moverte, nos van a oír! –le ordenó el mayor.

El hermano latoso no se estaba quieto, hizo otro movimiento brusco y la puerta se vino abajo, cayendo al suelo con gran estruendo. Los bandoleros, más rápidos que un relámpago, saltaron encima de sus caballos y huyeron al galope, dejando todas sus pertenencias en el suelo. Los hermanos bajaron cautelosamente. Estaba amaneciendo. Miraron entre las pertenencias de los bandoleros y descubrieron unos costales, los abrieron y ¡cuál no sería su sorpresa al ver que estaban llenos de monedas de oro! Sin pensarlo, cargaron los costales al hombro y se alejaron de aquel sitio, vueltos ricos de la noche a la mañana.


FIN


Tomado de: Cuentos populares mexicanos, de Fabio Morábito. Año 2014. Páginas 273 a 277. 

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