miércoles, 27 de octubre de 2021

EL ZORRO Y LA HUALLATA




Un viento agudo soplaba sobre las colinas grisáceas de la puna, sacudiendo la escasa paja que las cubría. En el horizonte la fantástica dentadura de la cordillera semejaba una interminable fila de cabezas de indios.

La Huallata, gruesa y corpulenta, paseaba majestuosamente, igual que una matrona, seguida por sus polluelos. Se detuvo junto a una pequeña laguna y las huallatitas la rodearon. El Zorro, don Antonio le llaman los cholos, la seguía, atento y despacioso, admirando las patitas rojas, casi color de fuego, de los animalitos.

Al verlo a don Antonio a tamañas alturas, la Huallata no pudo menos que alarmarse. Conocíalo por sus rapiñas y temió por sus hijitos. Pero las actitudes del zorro eran de rara pasividad, parecía ensimismado, contemplaba solamente las lindas patitas color de fuego de las huallatitas. No había salido aún de su asombro doña Huallata, cuando el Zorro se acercó tranquilamente y le habló:

-Buenos días, mamay doña Huallata.

-Buenos días, taytay don Antonio –respondió ella con disimulada aspereza.

Y antes que pudiera decir más, don Antonio, fija siempre su atención en el precioso esmalte de las patitas de sus hijitos, volvió a hablarle:

-¡Atatachau! Mamay, doña Huallata. ¿Y los piececitos de sus hijitos? ¡Qué lindos, como candelita!...

-Sí, pues, taytay –dijo no más doña Huallata, como buena chola, al mismo tiempo halagada y desdeñosa.

Y envolvió en una mirada de orgullo a sus pequeños.

-¡Caray!... ¿Y cun qué cosita les has dado ese colorcito, mamay? ¡Nadis tiene así colorcito!...

Mentalmente don Antonio envidiaba a la feliz ave. Cuánto no daría él porque sus hijos también tuvieran patitas de ese mismo color. Y pensaba en que él también podría gozar de esa gran dicha, si la Huallata quisiera revelarle el secreto de su arte, tan exclusivo de ella, como era esmaltar las extremidades de sus hijitos.

Animado por ese pensamiento, don Antonio prodigó buenos cumplidos a doña Huallata y, finalmente, le dijo:

-¡Caray!... ¡Yo también quisiera que mis hijitos tuvieran ese colorcito de piecitos!... ¿No me dirías, mamay, cun que cosita les das ese colorcito?

-Ah… Con candelita los hago, taytay. Prendo harta leña y cuando está habiendo bastantes brasas, los voy tostando unito por unito…

Don Antonio escuchó abobado y exhaló:

-¡Ah, ha!...

-Sí, taytay. Así puedes hacerlo tú también.

El Zorro hizo un gesto estúpido de aceptación.

-Ajá…

Conforme y satisfecho, don Antonio se alejó pensando maravillado en lo que acababa de aprender. Realmente, se dijo, no estaban sino esmaltados al fuego los piececitos de las pequeñas huallatitas. Preparar rojas brasas, coger uno por uno a sus hijos e irles enrojeciendo los miembros inferiores, le parecía sencillamente un portento.

Desde entonces, el Zorro no abandonó esa idea.

Y cuando llegó a ser padre de graciosos zorritos, orgulloso, feliz, no sabía qué hacer con ellos y pensó en encarnarles los piececitos. Pero esto de encarnarles sólo los pies le pareció después muy vulgar; ¿cómo podría hacerlos iguales a esa chusma de los hijos de la presuntuosa Huallata? No, de ningún modo. Se dijo que sus hijos serían más bellos, y decidió, con gran alborozo, enrojecerlos todos enteros.

-¡Qué caray! –exclamó-. Enteritos van a ser como fueguitos. ¡Qué caray!...

Y, a diferencia de la Huallata, no preparó simplemente brasas, sino que construyó un horno con terrones y piedras. Se aprovisionó de buena leña, bosta seca, calentó el horno al rojo vivo. Hecho lo cual, cogió a sus críos y los metió todos juntos, pese a que los infelices chillaban como unos condenados.

-No griten –decíales el Zorro-. Más bien como fueguitos van a salir coloraditos, bonitos.

Y cerró herméticamente el hueco del horno.

Calculando el tiempo, don Antonio, animoso y risueño, fue a abrir la boca del horno, y vio horrorizado que sus pobres hijos estaban achicharrados.

¡Qué chascos, qué tragedias, ocasionan la fiebre de la vanidad y el ansia de ostentación!

Manuel Robles Alarcón

Huallata: Ave palmípeda de la puna, parecida al pato doméstico, pero mayor en tamaño, de cuello recto y patas más largas.

Atatacháu: Expresión quechua aumentativa de lo bello


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Tomado de: Revista Cultura y Pueblo, No 6, abril-junio, año 1965. Página 34

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