sábado, 23 de julio de 2022

Phukuy y el sentido de la vida (Cuento del docente Manuel Hernán Herrera Quispe de la I.E. "San Ramón", Tarma)





El recuerdo más antiguo de Phukuy sobre sí mismo es encontrarse, un atardecer, saliendo de un pequeño remolino en medio de la pampa. También recuerda que le gustaba mucho jugar, sacudir las copas de los árboles para escuchar el rumor de las hojas, ponerles obstáculos a las aves al vuelo, quitarles los sombreros a los campesinos. 

Phukuy era muy inquieto, nunca podía quedarse ni tranquilo ni satisfecho. Un día, mientras corría detrás de unas hojas secas, escuchó la voz de una anciana. Al acercarse donde ella, notó que la piel de su rostro estaba muy arrugada, pero en sus ojos aún brillaba un no sé qué que lo atraía. Así que acarició sus mejillas y se quedó un rato dando vueltas a su alrededor, suavecito, para no incomodarla.

La anciana estaba rodeada de tres niños sentados en el pasto que reclamaban que les contara una historia. Ella pidió que se hiciera silencio colocándose un dedo en los labios, con mucha autoridad, y movió su cabeza como si percibiese una presencia. Por primera vez, Phukuy se sintió observado directamente; sin embargo, la anciana no podía verlo: una nube blanca y difusa velaba sus ojos.

“¡Escuchen!”, ordenó la abuela. Los niños callaron al instante. “¿Qué cosa abuelita? No se oye nada” replicó el más pequeñín, que también era el más impaciente. “¡Silencio y escuchen!” insistió ella con más aplomo. Los niños callaron y Phukuy también calló.

Tras una pausa, la abuela les dijo que les iba a contar una historia sobre una competencia entre el Sol y el Viento. Phukuy se emocionó y no quiso perderse ningún detalle

En el cuento, el Viento y el Sol habían decidido apostar quién era más poderoso con una competencia muy simple: arrebatarle la chalina a un campesino. Cuando le tocó su turno, el Viento sopló muy fuerte, pero solo consiguió que el campesino se abrigara más aferrándose a su chalina.

En cambio, el Sol apenas incrementó un poco el poder de sus rayos y, sofocado por el calor, el campesino terminó quitándose la chalina y le dio el triunfo al Sol.

Al terminar el cuento, Phukuy se marchó furioso, tirando al suelo el sombrero de la abuela. Estaba muy molesto porque en el cuento el Viento había sido derrotado por el Sol. La abuela sintió cómo el viento arrojaba su sombrero y sonrió.

El Sol, a quien nada se le escapaba, se percató de la furia de Phukuy y lo miró con reprobación. Phukuy le dijo: “Eso es solo un cuento. ¡Seguramente, yo sí te gano!”. “Es posible”, contestó el Sol apaciblemente y agregó: “pero nunca más reacciones así con quien cuenta una vieja historia, y menos si es una anciana desvalida”.

Phukuy se sintió muy avergonzado y salió como impulsado por el viento… eh… bueno, en este caso impulsado por sí mismo.

Phukuy buscó por los alrededores y encontró una pequeña casa de adobes y techo de paja. La única puerta y la única ventana estaban cerradas, pero tenía rendijas por donde Phukuy pudo colarse fácilmente. Los niños se quejaban por el frío y la abuela los consolaba con dulces palabras:

“Les prometió que algún día encontraría la forma de mantenerlos calientes incluso en la noche más helada.”

Como la abuela no podía ver, trató de apagar la vela pero su mano no daba con ella, así que Phukuy voló sobre la vela y la apagó. La abuela, como si supiera quién la ayudó, sonrió.

Phukuy salió de la casita con ganas de llorar. Esa familia era muy pobre y él no podía ayudarlos. Si soplaba, traía el frío o apagaba su pequeña fuente de luz. Se sintió más derrotado y frustrado incluso que luego de escuchar el cuento de la abuela. Encontró unas pocas hojas secas y se puso a jugar con ellas sin entusiasmo. Pensaba y pensaba en cómo ayudar.

La Luna atestiguó su preocupación y quiso intervenir. Pero el Sol le había pedido que no lo hiciera: “A veces es bueno reflexionar. Mirar en tu interior”, la calmó.

Al amanecer, Phukuy se encontraba aún más desolado. “¿Estás bien?” le preguntó el Sol que aparecía majestuoso entre las montañas. “Pasé toda la noche pensando en cómo ayudar a esa anciana y sus niños, pero solo conseguí ser un viento helado y darles más frío.”, respondió Phukuy.

Entonces el Sol se compadeció de Phukuy y le dijo:

“Pues yo sé cómo puedes ayudar.”

“¿Cómo?”

“Acompáñame.”

Phukuy lo siguió.

Aunque le disgustaba el ritmo lento del Sol, no dijo nada y esperó comiéndose sus ansias. Phukuy estaba aprendiendo a esperar.

Llegaron a una pampa extensa. A lo lejos, había enormes y esbeltas torres blancas en cuya cabecera había tres aspas girando.

“¿Qué cosa es esto?”, pensó Phukuy. “¡Esas aspas giran con el impuso del viento!”

“Sí, del viento”, le respondió el Sol.

Miles de soplos de viento como Phukuy, pasaban por entre las aspas y las hacían girar.

“¿Para qué hacen eso?”, preguntó asombrado Phukuy.

“Esto es lo que llaman un parque eólico”, respondió el Sol.

“¿Parque eólico? ¿Qué es eso?”

“Es un lugar donde soplos de viento como tú generan electricidad para la gente. Como la abuela y sus nietos.”

Phukuy se entusiasmó tanto con esa noticia que atravesó veloz las aspas una y otra vez. Luego regresó ante el Sol con una nueva pregunta.

“¿Y cómo ayuda a la gente que estas aspas se muevan?”

El sol contestó: “Las aspas generan una energía que puede convertirse en luz para la noche, además de una fuente de calor para combatir el frío.”

Phukuy no cabía en su felicidad y volvió a atravesar una y otra vez las aspas. Hasta que, al poco rato, regresó ante el Sol con otra interrogante.

“¿Por qué aún no ha llegado esa energía a casa de la abuela?”

El sol respondió: “Justamente por eso te traje hasta aquí, Phukuy. Tú serás el encargado de producir y llevar la energía del viento para que muy pronto la abuelita y sus nietos ya no tengan que pasar frío.”

Phukuy contento dijo: “¡Y tendrán luz en la noche!”

“¡Exacto! Y esa ya no podrás apagarla tan fácilmente, ja ja ja…”, dijo el sol

Phukuy encontró, por fin, un lugar donde quería estar para siempre. Tal vez en algún momento podría extrañar sus juegos y travesuras, pero ahora sabe que es útil y que su esfuerzo puede ayudar a los demás.

Eso llenaba profundamente su corazón y era muy feliz imaginando que entraba a casa de la abuela y encontraba bien abrigados a los niños gracias a la calefacción, y el rostro de la abuela feliz bajo la luz de una lámpara.

Tal vez la abuela no podía ver, pensó, pero sabrá que los suyos tienen mejor calidad de vida.

Eso le daba no solo felicidad sino sentido a la vida de Phukuy.

En ambos extremos del mundo, la Luna y el Sol sonreían satisfechos.


FIN


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