martes, 19 de julio de 2022

Las dos ranas




Sucedió que vivían en el Japón dos ranas. Una de ellas vivía en una zanja a un lado del camino y cerca de la ciudad de Osaka, la cual estaba en la costa del mar, mientras que la otra vivía en un pequeño arroyo que corría a través de la ciudad de Kioto.

Estas ranas vivían tan alejadas, que nunca habían oído hablar la una de la otra; pero un día, por extraño que parezca, se les metió en la cabeza la idea de que les gustaría ver un poco de mundo.

-Salta, salta; cuanto más saltares, llegarás a Kioto antes de que te pares, -cantó la rana, que vivía en la zanja de Osaka; mientras que precisamente al mismo tiempo estaba cantando la otra rana de Kioto:
-Salta, salta, cuanto más saltares, llegarás a Osaka antes de que te pares.

Y ese mismo día, ambas partieron -brinca, brinca lo más que brincares- por el camino que corría entre Kioto y Osaka. Una de las ranas partió de una ciudad y la otra de la otra ciudad.

Sabían muy poco acerca de viajes y el camino les pareció mucho más largo de lo que habían pensado; pero poco a poco avanzaron brincando constantemente al compás de su canto.

Hacia la mitad del camino, entre las dos ciudades, se alzaba una alta montaña por la que había que subir.

-Ranita, salta que salta, que así llegarás a la parte más alta, -cantaron ambas ranas.

Necesitaron muchos brincos para alcanzar la cima de la montaña; pero, finalmente, con un gran salto se encontraron en la cumbre. Cada una de ellas se sorprendió grandemente al ver ante si a otra rana.

-¡O-ha-yo (buenos días), honorable amiga! -dijo la rana procedente de Osaka. -¿A dónde vas brincando tan aprisa y de que ciudad vienes?
-¡O-ha-yo, honorable amiga! -contestó la otra; -yo soy de Kioto y vengo brincando con el objeto de visitar Osaka. ¿A dónde vas tú?
-¡Esto es muy raro! -dijo la primera rana. -Soy de Osaka, y estoy saltando ahora para ver a Kioto, por que creo que es tiempo de que conozca algo más de este maravilloso país.
-Sí, yo pienso lo mismo, y es por esto que he emprendido este viaje, -dijo la segunda rana-. Pero ahora que nos hemos encontrado, descansemos bajo este alto pino, porque estoy sin aliento de tanto subir.
-Sí, -convino la otra-, estoy muy cansada también. ¡Qué bello sería que pudiéramos ver desde la cima de esta montaña esas ciudades, y así no tendríamos que brincar hasta tan lejos!
-¡Lástima que no seamos grandes! -dijo la rana de Osaka-, entonces veríamos las dos ciudades desde aquí.
-¡Oh! podemos fácilmente hacernos más altas, -dijo la rana de Kioto-. Podemos levantarnos sobre nuestras patas traseras y recargarnos la una en la otra para guardar el equilibrio, mientras estiramos nuestras cabezas tan alto como nos sea posible. Entonces cada una de nosotras puede mirar para abajo y ver la ciudad hacia la cual se dirige.
-¡Vaya qué idea más excelente! -dijo la rana de Osaka, y levantándose inmediatamente sobre sus patas traseras puso las delanteras en los hombros de su amiga.

La rana de Kioto se paró igualmente, y helas ahí alargándose lo más que podían mientras se sostenían recíprocamente, de manera que no pudieran caerse.

La rana de Osaka volvió su nariz hacia Kioto, en tanto que la de Kioto lo hizo hacia Osaka; pero estas tontas olvidaron que sus grandes ojos saltones estaban en la parte posterior de sus cabezas, y aunque sus narices apuntaban hacia los lugares a donde querían dirigirse, sus ojos en realidad miraban para atrás, hacia los lugares de donde provenían.

¡Ay de mí; ay de mí! -gritó la rana de Osaka-: Kioto es exactamente igual a Osaka. Es indudable que no vale la pena brincar para allá. Regresaré a mi casa.

-¡Ay de mí; ay de mí! -gritó a su vez la rana de Kioto-, yo puedo decir lo mismo, porque si hubiera sabido que Osaka era justamente como Kioto, nunca hubiera dejado mi casa y saltado sobre todo este largo y aburrido camino.

Entonces cada una de las ranas apartó sus patas delanteras de los hombros de la otra.

¡Sa-yo-na-ra (Adios), honorable amiga! -dijo la rana de Osaka-, deseo que tenga usted un feliz viaje de regreso a casa.

¡Sa-yo-na-ra, honorable amiga! -contestó la rana de Kioto-, le deseo que llegue usted bien a su casa.

Y ambas a la vez bajaron la falda de la montaña a saltos y, salta que salta, salta que salta, regresaron nuevamente a sus propios hogares, y creyeron hasta el fin de sus días que Osaka y Kioto, que son realmente dos lugares completamente distintos entre s{i, se parecían tanto como dos guisantes de una misma vaina.

FIN

Tomado de: Duraznito, de Georgina Faulkner. Año 1956.

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