lunes, 29 de enero de 2018

La historia de Yerusok


Yerusok vivía en el corazón de la Gran Estepa, con la única compañía, desde la muerte de su esposa, de su hijo, Faygal.

La esposa de Yerusok había muerto teniendo su hijo Faygal unos pocos meses. La pobreza había sido la causa. Las tierras de la estepa eran míseras, y si un año no había lluvias, apenas si daban para su sustento. Por ello, a medida que Faygal crecía, más y más odiaba su condición humilde, hasta que aquella circunstancia le impidió ser feliz. Su padre lo sabía, y le veía crecer comprendiendo que tarde o temprano, Faygal se iría en busca de mejores oportunidades.

La adolescencia acababa de brotar en él como una fruta jugosa cuando se despidió de su padre y emprendió el camino. Antes de hacerlo, Yerusok le entregó su único tesoro, una simple moneda, la misma que antaño le había dado su padre a él. Aquella moneda estaba destinada a ser una ayuda decisiva en caso de un gran apuro.

Sin embargo, Faygal rehusó la moneda que le tendía su padre. Le dijo: "Quiero partir de cero, y puede que a ti te haga falta algún día". El padre, al oír esto, temió que su hijo no regresara jamás. Pero este le tranquilizó. Le aseguró que regresaría, que un día le vería llegar por el camino de Oriente y sentarse a la mesa para tomar el plato de sopa con el que su padre le recibiría. Dicho esto, los dos se abrazaron, y Faygal partió rumbo a su destino.

El primer día que Yerusok pasó solo fue el más penoso de su vida. La primera semana, la más terrible. El primer mes, el más duro. El primer año, el más largo. Cada día, al salir el sol, Yerusok preparaba un tazón de sopa y lo ponía sobre la mesa. Tras ello, atendía el campo y los animales, mirando de tanto en tanto al camino de Oriente con la esperanza de ver aparecer por él a su hijo. Ningún día dejó de preparar aquel tazón de sopa. Ningún día dejó de mirar al camino. Así poco a poco el tiempo fue pasando inexorable, y los días, las semanas, los meses, los años se amontonaron en el recuerdo dolorido de Yerusok. De esta forma pasaron cuatro lustros.

Un día apareció alguien en lo alto del camino de Oriente. A Yerusok se le encogió el corazón. El sol le daba en los ojos, así que no podía ver si se trataba de su hijo. Esperó temblando hasta tenerlo delante. Pero no era Faygal, sino un joven desconocido para él. Tan joven que incluso se parecía a Faygal. Le dijo que se llamaba Mayarik, y al ver el tazón de sopa en la mesa le pidió que se lo diera, pues estaba muerto de hambre. "No, no puedo darte lo que me pides", respondió Yerusok. "Este tazón y lo único que poseo, una moneda, son para mi hijo, que un día partió en busca de fortuna y de volver como prometió. Imagínate que ese día sea hoy...". El llamado Mayarik expuso entonces: "Si tu hijo marchó hace tiempo y hubiese hecho fortuna, ya habría regresado. Y en el caso de que no la hubiera hecho, también. ¿Por qué sigues, pues, esperando?

Yerusok se echó a llorar y, compasivo, le dio a Mayarik el plato de sopa y algo más: la moneda. Luego le dijo: "Tienes razón. Ahora sé que mi hijo está a punto de regresar. Si lo hace rico, no necesitaremos la moneda. Y si lo hace pobre, no querrá volver a marcharse de aquí y tampoco nos sería necesaria. A ti, en cambio, te irá bien para comenzar tu fortuna. Así que vete, porque he de preparar un nuevo tazón de sopa para Faygal, no sea que aparezca de un momento a otro".

Mayarik se marchó con la moneda, y para Yerusok comenzó una nueva espera. Tan confiado estaba en el regreso de Faygal, que aquel día no trabajó, ni lo hizo aquella semana; pero después... El tiempo volvió a transcurrir inexorable: pasaron más días, más semanas, más meses y más años. Otros cuatro lustros, para ser exactos. Y ni un solo día dejó Yerusok de preparar su tazón de sopa para el regreso de Faygal. Ni uno solo. Hasta que una mañana...

Por el camino de Oriente y con ropas que mostraban su posición acomodada. Cuando su padre le vio, los dos se abrazaron llorando y, después, Faygal se sentó a la mesa para tomar su tazón de sopa. Entonces le dijo a su padre que había hecho fortuna de forma honrada, y que era rico. El padre le preguntó si también era feliz, a lo que Faygal no respondió, pero su mirada se perdió en el horizonte. Un rato después, le dijo a Yarusok: "Todo en la vida me ha sido fácil, padre. A los pocos días de irme, conocí a la más hermosa de las muchachas y la hice mi esposa. Con ella tuve un hijo varón que colmó mi hogar de felicidad. El trabajo me impidió, sin embargo, disfrutar de ese bien. Obligaciones y más obligaciones me retuvieron al frente de mis negocios. Ni siquiera me di cuenta de lo rápido que pasaba el tiempo, hasta que un día mi hijo me dijo que quería seguir mi ejemplo y marchar en pos de fortuna. Le dejé partir, orgulloso, y el me aseguró que volvería, pero... no lo hizo. Cada amanecer y cada anochecer, subía a la torre más alta de mi palacio para otear los cuatro puntos cardinales. Y mientras pensaba en la promesa de mi hijo, pensaba también en la que te hice a ti y no cumplí. Pero no podía irme, tenía miedo de que, estando fuera, regresara mi propio hijo... Un día comprendí que si mi dolor era insoportable después de veinte años sin él, el tuyo sin mí después de cuarenta años debía de ser aún peor. Por eso he vuelto padre. Y te pido perdón por mi tardanza". Yerusok dijo entonces: "Sabía que regresarías; no me quedaba la menor duda, pasara el tiempo que pasara" Y Faygal repuso: "También yo estaba seguro de que volvería mi hijo". "Sin embargo, ¿ahora no crees que vuelva?", preguntó Yerusok. "Se que lo hará, padre. Estoy seguro. Por ello debo partir de inmediato, para estar en casa cuando lo haga. Temo que si no me encuentra, vuelva a irse. He viajado toda la noche, y partiré al amanecer de nuevo", manifestó Faygal.

Yerusok y Faygal hablaron todo el día, especialmente el segundo narrando su vida paso a paso. Al llegar la noche, pese a lo mucho que deseaba el hijo continuar con la conversación, no pudo evitar quedarse dormido, a causa del agotamiento y de la paz que reinaba en su ánimo. Por el contrario, su padre no lo hizo. Permaneció junto a él velando su sueño. Y al amanecer, antes de despertarle, sucedió algo. Algo increíble.

Abrió la puerta de su casa para permitir la entrada de la luz del sol y allí, ante él, apareció un hombre. Un hombre del que vagamente recordaba Yerusok sus rasgos, pues sólo le había visto una vez, veinte años antes.

Mayarik, aquel muchacho al que había entregado su única moneda. Y lo primero que hizo el recién llegado fue preguntarle si su hijo había regresado. Yerusok le dijo que sí, y que había hecho fortuna. Mayarik dijo entonces: "Me alegro por ti, pero lo cierto es que venía a devolverte aquella moneda, y mucho más, por si tu hijo aún no había regresado. Gracias a ella yo también hice fortuna, y te lo debo a ti. Solo siento no poder quedarme. Tengo mucha prisa". Yerusok le preguntó el motivo de esa prisa, y Mayarik dijo: "Yo también le prometí a mi padre regresar un día, y todavía no lo he hecho. Pero antes de ir a reunirme con él, pensé que tu eras más anciano y que te debía algo. Éste es, pues, el motivo de que...", "no recuerdo tu nombre, ¿cómo te llamas?", preguntó Yerusok al joven, pero...

En ese instante se abrió la puerta de la habitación y Faygal apareció por ella. Los dos hombres. el hijo de Yerusok y el visitante, se miraron apenas una fracción de segundo. Entonces, Faygal exclamó: "¡Hijo!", "¡Padre!", exclamó Mayarik. Y en el momento de abrazarse, emocionados, todo se hizo claro, evidente, y miraron también a Yerusok con amor.





FIN
Tomado de: Las historias perdidas de Jordi Sierra i Fabra. Ediciones SM, año 2003.

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