Dicen, que cada vez que la zorra llegaba a beber agua a un riachuelo, encontraba un sapito sentado en la orilla, esta vez le dijo –sapito, siempre que vengo por aquí te encuentro tal como estás, se ve que nunca te mueves de aquí. –No crea –dijo el sapo–camino por la orilla de este río, por arriba hasta la laguna, luego regreso aquí, así mismo voy para abajo, también vuelvo, pues es necesario buscar alimentos con que vivir.
La zorra dice –no creo, aunque lo veo no creo, yo sí camino por diferentes sitios, estoy en las altas cumbres, caminar juntos te dejaría en dos pasos.
El sapo –tú caminas por la parte seca yo no puedo caminar por allí, yo tengo que ir por la orilla del río, por allí camino rápido.
La zorra dice –ya que caminas rápido por el río, apostamos y te dejo caminar, quién llega primero a la laguna donde nace este río; si te gano ¿Qué me pagas?.
El sapo responde –este sitio es de mi propiedad, si me ganas te quedas acá; si te gano ¿Qué gano?
La zorra dice –si es posible me comes–tú eres muy grande para mí, responde el sapo.
La zorra dice –no importa, el asunto es correr y ganar; apostamos para el día viernes al medio día –responde el sapo.
La zorra pide –falta fijar condiciones –yo corro por el río– responde el sapo.
La zorra dice –yo corro un poco alejado del río, pero ¿Cómo sabemos quién gana?
El sapo responde –tú llamas yo contesto con mi voz conocido choc, choc… antes de partir buscaremos al juez.
Para el día citado el sapo buscó muchos sapos y los distribuyó de trecho en trecho, del sitio de la partida hasta la laguna, con la intención de responder cuando la zorra llama con la voz característica de choc, choc, choc… siempre adelantado.
Llegó el citado día viernes, necesitaban un juez quien califique la carrera y declare al ganador.
Por allí pasaba un lobo viejo medio hambriento a quien llamaron para que les sirva de juez; para que dé la orden de partida y declare al ganador de la apuesta.
El lobo al ser requerido aceptó incondicionalmente, para dar la voz de partida se adelantó a la parte más elevada del lugar, desde allí, con una voz ronca, dio la voz de partida.
La zorra, después de unos diez pasos pregunto –sapito, dónde estás– éste le contestó– choc, choc, choc… Así continuó todo el trayecto.
Al verse agitado entró al río a beber agua, mientras tanto el choc, choc, se alejaba más y más. La zorra corría y corría a toda prisa con el rabo entre las piernas porque ya se sentía perdida.
El sapo gritaba más lejos, cada vez más lejos. La zorra se encontraba completamente cansada, por fin se tiró al suelo de puro cansancio sin haber llegado a la laguna y se murió.
El lobo, juez de la apuesta, declaró ganador al sapo y se quedó al lado de la zorra muerta para comérsela.
FIN
Domingo Espinoza Vilchez, Relatos nocturnos de las Hilanderas de San Pedro de Cajas,
Tarma, 1993, pp. 65-66.
Tomado de: Cartografía de la memoria, de Juan José García Miranda.
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