El único hijo varón de unos padres se llamaba Francisco. Este hijo, solo pasteaba ovejas. Un día, cuando iba pasteando, encontró un pichón de paloma, era una palomita hembra, solitaria, y la sacó de su nido. Entonces, muy contento, la llevó ante su madre y su padre.
–A esta palomita me la encontré les dijo.
Y ellos le respondieron:
–La vamos a criar, pues.
Y así el joven, con mucha estimación, crió a la palomita que se encontró. No la dejaba sola, hasta cuando iba a pastear las ovejas la llevaba con él.
A la vista de sus padres, en su casa, era una palomita, pero al salir del pueblo se convertía en una joven mujer. Así los dos jóvenes pasteaban por los cerros. Al caer la tarde, cuando llegaban al pueblo arreando las ovejas, la muchacha se convertía nuevamente en paloma. Pero los padres, no se daban cuenta de este cambio de la joven en paloma.
Así, Siskucha vivía cuidando con mucha estimación a su palomita. A cada momento la criaba sin atender bien los mandados de sus padres, por no soltarla ni siquiera un rato. Cargándola nomás iba, todo el tiempo, hora tras hora.
Una mañana, al sacar sus ovejas del corral, se olvidó de su palomita… pero cuando ya estaba en el cerro, se acordó de ella: “Ay, cómo pude haberme olvidado”, decía. Encargó sus ovejas a otros pastores y regresó como loco a su casa. Y cuando llegó, sus padres ya se la habían comido. Siskucha les preguntó:
–¿Dónde está mi palomita?
La madre le respondió:
–Oh, muchacho ocioso, todos los días te los pasabas jugando con ella, por eso tu padre le arrancó el cuello y yo le pelé, y la comimos asada.
–¿De verdad, se la han comido?
Reclamó Siskucha, llorando a mares:
–¿Dónde están siquiera sus plumas? Muéstrenme aunque sea sus huesitos.
–Muchacho ocioso, dijo su mamá, las plumas y los huesitos están en la puerta del corral.
Siskucha se acercó a la puerta del corral, y tomando solo el hueso de la patita de su paloma, regresó donde estaban sus ovejas y se preguntó:
–“¿Qué voy a hacer con este huesito de mi palomita? Aunque sea me haré un pinkullo”.
Y con mucha curiosidad construyó su flautita. Cuando lo tocó, el pinkullito sonaba muy tristemente:
–Ay, Siskucha, Siskucha mío, tu propio padre me mató, tu propia madre me peló.
La flautita sonaba tiernamente, así, Siskucha quedó muy contento con el dulce canto de su flauta y la tocaba hasta en la punta de los cerros, sin descanso.
Este bonito sonido llegó a oídos de un zorro, que lo escuchaba con mucha atención.
–¿Quién está tocando así tan bonito?, -se preguntó el tío.
Entonces se acercó donde estaba Siskucha, y le dijo:
–Oye Siskucha, ¿de qué has hecho esa flautita para que llore tan bonito y con mucha ternura?
Y Siskucha le respondió:
–Crié a una palomita muy querida. Solo en mi casa y dentro del pueblo era paloma, pero al salir del pueblo se transformaba en muchacha. Un día me olvidé de llevarla conmigo, ya en el cerro me acordé de ella. Cuando volví, mi padre la había matado, mi madre la había desplumado. La habían asado y ya se la habían comido. Y así, del huesito de su pie que encontré, me hice este pinkullito para distraerme siquiera de esta manera.
Y el zorro le preguntó:
–Oye, ¿y no me harías tocar solo por un rato este tu pinkullito?
Siskucha le respondió:
–¿Tú, “hocico largo”, podrías tocarlo? ¡Cómo va a caber mi flautita en ese tu gran hocico!
El tío le contestó:
–No, hermanito. Mi boca no es demasiado larga. “Sí podrá caber”. ¡Házmelo tocar!
Siskucha le dijo:
–No. Con esa tu boca larga no podrías tocarlo.
Pero el zorro, insistió:
–¡Así pues niñito, hermanito! ¡Aunque sea cóseme la boca!
Así, el zorro se hizo coser la boca y Siskucha le confió su pinkullito, diciéndole:
–Oye, hocico largo, eso sí, ¡no vayas a correrte con mi pinkullito!
Y éste le respondió:
–¿Cómo zonzamente me voy a escapar ahora? ¡Es poco lo que confías en mí!
Entonces, el zorro estuvo tocando y tocando el pinkullito, y, así siempre tocando, ¡se escapó con él! Se lo llevó al hueco de una peña, donde era su casa. Y desde allí, el tío estuvo tocando y tocando lamento muy triste.
Siskucha quedó muy penoso y desolado por su pinkullito. Cuando iba a su casa ni ganas de comer tenía. Y así, pasó una semana totalmente penoso por su pinkullito, pero escuchando su sonido que le llegaba desde quebradas impenetrables.
En eso, al escucharlo llorar triste, un cóndor sobrevoló a Siskucha y se le presentó en figura humana, como gente. Le dijo:
–Oye, Siskucha, ¿por qué estás tan triste todos los días? Te he observado que siempre estás muy penoso. Entonces Siskucha le contó al cóndor:
–¡Qué te puedo contar! Yo tenía un hermoso pinkullito que lloraba diciendo:
“tu misma mamá me peló, tu mismo papá me ahorcó”. Entonces el zorro, acercándose, me pidió: “hazme tocar, niñito, hermanito”. Y yo le dije:
“Tú no podrás tocarlo, hocico largo”. Pero él insistió: “Aunque sea cóseme la boca”, y me la hizo coser. Y, luego, como quien lo toca, se escapó. Ahora está tocando el pinkullo en esas quebradas impenetrables.
Entonces, el cóndor le hizo una propuesta:
–¿Quisieras que haga que te lo devuelva? Pero, tú tendrías que darme uno o dos de tus carneros.
Siskucha aceptó:
–Sí, ¡cómo no! Si haces que me lo devuelva, ¡no solo te daré dos sino cuatro carneros! Pero, ¿Cómo harías para que el tío me lo devuelva?, preguntó Siskucha al cóndor.
Y el cóndor le propuso:
–Esto pues, haremos…
Siskucha insiste:
–¿Y qué es, pues, lo que haremos para que me devuelva mi pinkullito?
El cóndor le explicó:
–En un huayco hay un caballo muerto, totalmente comido por los gusanos. A esos gusanos pues los voy a traer y tú te harás el muerto en otra quebrada. Luego, te voy a llenar los agujeros de tu nariz con los gusanos. Después traeré al zorro solo con engaños. Tú permanecerás sin moverte para nada y cuando traiga al tío, él se sentará a tu lado y le diré:
La otra vez Siskucha, llorando por su pinkullito, se había muerto. Ahora pues dile ‘Tócalo’ y pon el pinkullo en su boca… ¿Pero, para qué va tocar un muerto si ya está agusanado de esta manera? Dudará el zorro.
Siskucha pregunta al cóndor:
–¿Para qué haces esto?
Y el cóndor sigue explicando:
–El zorro hocico largo te va decir: “¡Jo, Siskucha, ya te habías muerto! Ahora pues, ¡toca!”. Y tú, inmediatamente, apenas te ponga la flautita en la boca, rápido, así agarrándolo se lo quitas.
Con los gusanos que trajo el cóndor, éste voló adonde está el tío siguiendo el sonido del pinkullo. Encontró al tío tocando en la punta de un morro y le dijo:
–¡Qué bonito había sonado tu pinkullito! ¿Cómo te lo conseguiste?
Y el tío le dijo:
–¡No es mío, es del Siskucha! Como quien lo toca, engañé a Siskucha y escapé con su pinkullo. Me lo estoy quedando hasta ahora.
Entonces, el cóndor le dijo al tío:
–¿Para qué lo hiciste escapar? Después de tocarlo se lo hubieras devuelto pues. ¡Por eso de pena por su flauta se ha muerto el Siskucha! En el fondo de una quebrada está tirado, muerto, todo agusanado.
El tío preguntó al cóndor:
–¿De verdad se ha muerto el Siskucha?
Y el cóndor dijo:
–Sí, de verdad está muerto. Y ya está apestando comido por los gusanos. Y si tú no me crees, tío, entonces vayamos para que lo veas.
Y así, fueron hacia donde estaba Siskucha y lo encontraron. Entonces, el cóndor dijo apenado.
–¿Acaso esto no es estar muerto?
–¡Achachau, de verdad pues se había muerto!, exclamó el zorro.
–Dile pues, que toque ahora, le pidió el cóndor.
Y el tío, le puso el pinkullito en la boca de Siskucha y éste, como loco, se agarró su flautita. Al ver esto, el zorro se escapó como pudo. Luego, el cóndor le dijo a Siskucha:
–¿Viste?, ¿acaso no pude hacer que te lo devuelva? Dame ahora los cuatro carneros. Siskucha cumplió su promesa y todavía le regaló dos borregos más, por separado.
Siskucha quedó muy agradecido con el cóndor, por haber hecho que le devuelvan su flautita.
Y así, éste es el final de este cuento.
Max Uhle, El cóndor y el zorro, Lima, Centro de Investigación Universidad Ricardo
Palma, 2003, pp. 113-125.
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