viernes, 6 de agosto de 2021

El zorro que se hizo quemar el hocico






Dicen los abuelos que en tiempos muy remotos los frutos, los muros y hasta las piedras tenían oídos y podían hablar. En aquellos tiempos el zorro malvado solía convertirse en un hombre elegante.

Cuenta la siguiente historia que en una comunidad vivía un matrimonio muy feliz. Era esta una pareja ejemplar que no conocía el pleito. La mujer, además de tener muchas virtudes morales, era una trabajadora incansable en los quehaceres del hogar. El esposo era igualmente virtuoso y destacaba en el trabajo de la chacra. Nunca les faltaba agua porque al costado de sus tierras tenían un manantial y, con riego asegurado, todos los años producían quinua, cañihua, chuño, tunta, en tal abundancia que tenían sus sejes rebalsando de alimentos.

Pero no todo dura para siempre y nunca falta algún envidioso que acecha.

Un día en la mañana, iba el hombre por el camino dirigiéndose a sus labores agrícolas y se encontró con un joven muy elegante que estaba sentado sobre una piedra en la ribera del arroyo. Su cuerpo era muy delgado, tenía la nariz puntiaguda y los ojos achinados. El joven saludó al agricultor con bastante cariño, como si fuera un viejo amigo. El hombre contestó al saludo de manera distante, a fin de evitar cualquier conversación, pues no tenía ninguna intención de charlar con el desconocido.

Al día siguiente estaba el mismo joven al borde del arroyo esperando a que el hombre pasara y, al verlo acercarse, lo saludó cortésmente; pero, al igual que la víspera, el hombre apenas contestó el saludo y siguió su camino al trabajo.

En la tarde siguiente, cuando el hombre estaba regresando de la chacra, el desconocido lo estaba esperando y tras cerrarle el paso le habló:

–¡Oh querido amigo! Siempre lo veo andar muy apurado. Seguro que los trabajos de la chacra te quitan mucho tiempo, pero yo quiero decirte una cosa:

Para todas las familias que viven en esta comunidad son usted y su señora un ejemplo de lo que debe ser un hogar. Pero, para hablarle claro, yo no lo veo así.

El hombre interrumpió al joven antes de que continuara:

–Así es. Lo que dices es cierto, pero ahora me disculparás pues debo seguir mi camino… aún tengo mucho trabajo. Otro día conversaremos, y diciendo esto se marchó a su casa dejando solo al joven hablador.

Nuevamente, al otro día por la tarde, el desconocido esperó al hombre al regreso del trabajo y cerrándole nuevamente el paso le dijo:

–¡Oiga señor! En este mundo la vida no es siempre pareja, pues una persona puede sufrir un tropiezo. Unas veces somos muy felices y otras estamos en desgracia y llorando. Uno no está libre nunca del dolor. Todo tiene dos caras como la mano tiene dorso y palma. En estos tiempos, por más virtuosa que sea la mujer siempre puede hacer algo malo. Pues bien, yo sé mucho sobre estas cosas. Ahora, por ejemplo, la gente comenta que por las noches tu virtuosa mujercita, después de dejarte dormido, sale de casa y se va detrás del canchón a hacer pis y ahí se queda jugando, tirándole piedrecitas a un joven desconocido y después vuelve a la cama como si nada hubiera pasado.

Al escuchar esto, el hombre perdió la tranquilidad. No quería ni probar alimento y solo pensaba en si sería verdad lo de la infidelidad de su mujer, hasta que un día se decidió a interrogarla:

–Mujer, ¿Quién es ese hombre con el que juegas arrojándole piedrecitas cuando te vas a hacer pis por las noches?

La mujer a la vez dolida y confundida por la pregunta, contestó:

–Nadie juega conmigo. Algunas de estas noches, cuando salgo el malvado zorro aparece y a él le arrojo piedras para ahuyentarlo, pensando que viene a robar las crías del ganado. Para que veas que no miento mañana tú saldrás primero y te ocultarás detrás del canchón y con tus ojos podrás ver a ese malvado zorro que está jugando tan sucio.

Así, aquella noche, cuando la mujer salió a orinar, el zorro hizo su aparición, y ella tomando una piedra se la arrojó sin acertar. Cogió entonces una piedra grande e igualmente la arrojó al zorro, que nuevamente la esquivó. Finalmente el zorro hizo su retirada perdiéndose en la oscuridad de la noche.

Muy segura, al regresar a la casa, la mujer dijo a su marido:

–Ahora sí habrás visto que no es más que el zorro, pero el marido estaba furioso y replicó:

–¡Oye mujer! Lo que he visto es un hombre y no un zorro como dices. No pretendas engañarme, y diciendo esto casi le pega a la pobre mujer, que llorando se defendió:

–Mañana en la noche verás. Yo sabré qué hacer para que me creas que quien me molesta es ese malvado zorro y no

ningún hombre.

El marido aceptó lo que la mujer le decía y al siguiente día llegaba ya la tarde, cuando habían terminado de comer, la mujer cogió un palo grande y grueso y lo encendió en un extremo con las brasas de una hoguera y avisó a su marido para que se ocultara en el mismo lugar que la noche anterior.

Así hizo el marido y la mujer salió a hacer pis llevando el palo en la mano. Viendo a la mujer sola, de inmediato apareció el zorro que ya la estaba esperando. Al verlo, la mujer avanzó lentamente hacia el animal. El zorro se puso muy contento y se acercó moviendo juguetón su cola y con las orejas estiradas para atrás se disponía a abrazarla. Levantando el palo que hasta ese momento llevaba escondido en la espalda, la mujer le pegó en el hocico con el extremo ardiente. El zorro al sentir el dolor de la quemadura en esa parte tan delicada huyó gritando para no volver nunca.

Según cuentan, el zorro no volvió más a hacer pelear a la pareja. También dicen que desde que la virtuosa mujer quemó el hocico del zorro, éste lo tiene negro.


FIN

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