El gallinazo y el zorro eran viejos enemigos. Siempre se encontraba a uno murmurando del otro.
En cierta ocasión el gallinazo al volar sobre el arenal divisó al zorro, lo cogió por el lomo peludo y se remontó bien alto para soltarlo luego desde arriba. El zorro caía dando alaridos; ya próximo a tierra, su astucia le hizo recordar una vieja fórmula de encantamiento y se puso a rezar el sortilegio: piedra, palo, piedra, palo, decía. De pronto cayó pesadamente al suelo; su llegada coincidió con la palabra “palo” y quedó, convertido en un tronco viejo de huarango.
Un campesino indio, recorriendo su chacra, tropezó con él, lo cogió y advirtió que convenía como tranquera, entonces lo puso a servir. En las noches, el zorro rompía su encantamiento y merodeaba por la campiña haciendo fácil caza. Luego al amanecer tornaba a su sitio convertido de nuevo en leño.
El labriego indio, bien pronto malició el engaño y una noche cogió al palo y lo arrojó al fuego donde hervía olorosa jora.
Al comienzo el zorro solo advirtió un agradable calor, pero bien pronto empezó a quemarse.
Al sentir el dolor, rompió el encanto y huyó velozmente hacia el arenal. Pero el fuego había comenzado su obra, y antes que huyera el muy vivo, parte del leño se había tostado.
A ello se debe el color bruno oscuro del lomo y de la cola coposa del zorro peruano.
FIN
Versión de la costa limeña, "De cuentos peruanos”, Lima, 1983, 2da. ed. En: César Toro Montalvo, Compilador: Mitos y leyendas del Perú, Tomo I -Costa, 1990. p. 81.
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