Había una familia que tenía un solo hijo, un hijo varón. Este chico iba cada día a buscar leña y un día encontró una perdiz en el lugar donde iba, por leña. La llevó pues a su casa, la puso dentro de su cama, sin que su madre la viera, porque su madre no quería esos animales. Así la tenía en su cama, la guardaba allí cada día. El chico llevaba a la perdiz allí mismo la comida que le servían a él. De este modo creció grande la perdiz.
Alguna vez los padres dijeron al chico:
–Corre de nuevo a buscar leña.
Él puso a dormir a la perdiz en su cama y se fue. Mientras su mamá, pensó:
“Hoy voy a lavar la ropa de mi hijo”. Miró su cama y dijo: “Voy a extender la cama al sol”.
Y encontró allí la perdiz. "Cómo habrá llegado eso a la cama de mi hijo? Eso traerá pulgas”, pensó sacándola. “Mejor la voy a cocinar para el regreso de mi hijo, seguro va a llegar cansado trayendo la leña”, pensó. Y mató a la perdiz, la peló y la cocinó. Luego llegó el chico cargando leña.
–Hijo mío, le llamó su mamá.
–¿Mamá? Le contestó el chico.
–En tu cama había una perdiz, ahora le he matado y la he cocinado, ve y come. Te hemos guardado algo para ti también, nosotros ya hemos comido una parte.
El chico se fue, miró en la olla, de veras había allí una perdiz, sus plumas estaban botadas en un rincón. Entonces el chico, muy triste, se puso a llorar.
Pero a la fuerza comió un poco de esa carne. No sabía qué hacer e hizo un instrumento de música con los huesos de la perdiz. Ese instrumento silbaba así: “Huis, huis, huis”.
–Tengo una flauta, dijo el chico después de hacerla.
E iba a todas partes tocando su flauta, hasta por leña iba con la flauta que él se había hecho con los huesos de la perdiz.
Una vez un zorro estaba viniendo de un cerro, de otro sitio. Se encontraron en el camino.
–¿A dónde estás yendo chiquito? Le preguntó el zorro.
Yo estoy yendo por leña tío, contestó el chico.
–Y ¿Qué estás llevando?
–Estoy llevando mi flauta nomás.
–A ver, muéstramela.
Se la mostró.
–Enséñame pues a tocar alguito.
El chico le enseñó a tocar.
–Silba muy bonito tu flauta, dijo el zorro.
Y el zorro devolvió al chico la flauta.
–Toca otra vez más, le dijo el zorro, estudiando con atención cómo se tocaba.
El chico tocó otra vez más.
–Huilis, huilis, huilis, ¡qué lindo sonido tiene!
De nuevo el zorro le pidió la flauta al niño:
–Préstame a ver…
El chico le prestó la flauta. De repente el zorro se escapó a la carrera llevando la flauta. El zorro corría velozmente y el chico se quedó ahí llorando.
Lloró mucho, llegó a su casa, lloraba, regresó otra vez al lugar donde el zorro le había quitado la flauta. Y mientras estaba ahí vino un hombre:
–¿Por qué estás llorando, papá? Le preguntó.
–Estoy llorando por mi flauta; un zorro me ha quitado mi flauta y se la ha llevado, contestó.
–Ah ya ¡Qué malo debe ser este zorro! Yo ahora te voy a aconsejar algo.
–A ver ¿Qué será?
–Ahora el zorro va a volver por aquí tocando la flauta, tú te vas a echar al suelo y vas a estar sin moverte. Se acercará y tú no escucharás nada, aunque llore, aunque te jale no te vas a mover. Te pondrá entonces la flauta en la boca y la agarrarás bruscamente y por sorpresa, así tu flauta habrá vuelto a tus manos.
El chico según le aconsejó este señor, se echó pues en medio del camino, se quedó ahí tendido. De repente apareció el zorro de los cerros. Tocaba: Huilis, huilis, huilis”. “Ya está viniendo”, pensó el chico. Miró, que el zorro venía ya rápido por el camino. Llegó donde estaba tendido ese chiquito. Estaba ahí echado sin hacer ningún movimiento.
Estaba como muerto.
–¡Mira eso! Seguro que lloró mucho por su flauta. Habrá muerto de mucho llorar por su flauta; pensó el zorro y jalaba al chico, sacudiéndolo.
–¡Oye despierta, oye despierta! ¡Nada! Se ha muerto seco por causa de su flauta. Ya no va a poder tocarla. A ver toca…Le decía el zorro y ponía la flauta en la boca del chico. Éste no se movía nada.
–Toca pues, a ver...repitió poniéndole la flauta hasta muy adentro de la boca.
De repente el chico la agarró, el zorro se sobresaltó de susto. Así el chico recuperó de nuevo su flauta. Y el zorro se escapó.
Y ahí se acaba ese cuento.
FIN
Fuente: Alain Délétroz Favre, Huk kutis kaq kasqa, Relatos del distrito de Coaza (Carabaya – Puno), Cusco, Instituto de Pastoral Andina, 1993, Relatos con textos quechua y castellano.
Tomado de: Cartografía de la memoria, de Juan José García Miranda.
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