miércoles, 3 de julio de 2013

La Botija




 
Fuente: Wikipedia, con licencia Creative Commons


JOSE Pashaca era un cuerpo tirado en un cuero; el cuero era un cuerpo tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en una ladera.

Petrona Pulunto era la nana de aquella boca;
-¡Hijo: abrí los ojos; ya hasta la color de que los tenés se me olvidó!

José Pashaca pujaba, y a la mucho encojía la pata.

-¿Qué quiere mamá?
-¡Qués necesario que tioficies en algo ya tás indio entero!
-¡Aguén!...

Algo se regeneró el holgazán: de dormir pasó a estar triste bostezando.

Un día entró Ulogio Isho con un cuenterete. Era un como sapo de piedra, que se había hallado arando. Tenía el sapo un collar de pelotitas y tres hoyos: uno en la boca y dos en los ojos.

-¡Que feyo este baboso!--llegó diciendo. Se carcajeaba--;meramente el tuerto Cande!...
Y lo dejó, para que jugaran los cipotes de la María Elena.

Pero a los dos días llegó el anciano Bashuto, y en viendo el sapo dijo:
-Estas cositas son obra denantes, de los aguelos de nosotros. En las aradas se encuentran catizumbadas. También se hallan botijas llenas dioro.

José Pashaca se dignó arrugar el pellejo que tenía entre los ojos, allí donde los demás llevan la frente.

-¿Cómo es eso, ño Bashuto?

Bashuto se desprendió del puro, y tiró por un lado una escupida grande como un caite, y así sonora.

-Cuestiones de la suerte, hombré. Vos vas arando y ¡plosh!, derrepente pegás en la huaca, y yastuvo; tihacés de plata.
-¡Achís!, ¿en veras, ño Bashuto?
-¡Comolois!

Bashuto se prendió al puro con toda la fuerza de sus arrugas, y se fue en humo. Enseguiditas contó mil hallazgos de botijas, todos los cuales “él bía presenciado con estos ojos”. Cuando se fue, se fue sin darse cuenta de que, de lo dicho, dejaba las cáscaras.

Como en esos días se murió la Petrona Pulunto, José levantó la boca y la llevó caminando por la vecindad, sin resultados nutritivos. Comió majonchos robados, y se decidió a buscar botijas. Para ello se puso a la cola de un arado y empujó. Tras la reja iban arando sus ojos. Y así fue como José Pashaca llegó a ser el indio más holgazán y a la vez el más laborioso de todos los del lugar. Trabajaba sin trabajar –por lo menos sin darse cuenta—y trabajaba tanto, que las horas coloradas le hallaban siempre sudoroso, con la mano en la mancera y los ojos en el surco.

Piojo de las lomas caspeaba ávido la tierra negra, siempre mirando al suelo con tanta atención, que parecía como si entre los borbollos de tierra hubiera ido dejando sembrada el alma. Pa que nacieran perezas; porque eso es así. Pashaca se sabía el indio más sin oficio del valle. El no trabajaba. El buscaba las botijas llenas de bambas doradas, que hacen “¡plocosh!” cuando la reja de las topa, y vomitan plata y oro, como el agua del charco cuando el sol comienza a ispiar detrás de lo del ductor Martínez, que son los llanos que topan el cielo.

Tan grande como él se hacía, así se hacía de grande su obsesión. La ambición más que el hambre, le había parado del cuero y lo había empujado a las laderas de los cerros; donde aró, aró desde la gritería de los gallos que se tragan las estrellas, hasta la hora en que el güas ronco y lúgubre, parado en los ganchos de la ceiba, puya el silencio con sus gritos destemplados.

Pashaco se peleaba las lomas. El patrón que se asombraba del milagro que hiciera de José el más laborioso colono, dábale con gusto y sin medida luengas tierras, que el indio soñador de tesoros rascaba con el ojo puesto a dar aviso en el corazón, para que éste cayera sobre la botija como un trapo de amor y ocultamiento. Y Pashaca sembraba, por fuerza, porque el patrón exigía los censos. Por fuerza también tenía Pashaca que cosechar, y por fuerza que cobrar el grano abundante de su cosecha, cuyo producto iba guardando despreocupadamente en un hoyo del rancho, por siacaso.

Ninguno de los colonos se sentía con hígado suficiente para llevar a cabo una labor como la de José. “Es el hombre de jierro”, decían: “ende que le entró asaber qué se propuso hacer pisto. Ya tendrá una buena huaca…”

Pero José Pashaca no se daba cuenta de que, en realidad, tenía huaca. Lo que él buscaba sin desmayo era una botija, y siendo como se decía que las enterraban en las aradas, allí por fuerza la incontraría tarde o temprano.

Se había hecho no sólo trabajador, al ver de los vecinos, sino hasta generoso. En cuanto tenía un día de no poder arara, por no tener  tierra cedida, les ayudaba a los otros, les mandaba descansar y se quedaba arando por ellos. Y lo hacía bien: los surcos de su reja iban siempre pegaditos, chachados y projundos, que daban gusto.

--¡Onde te metés, babosada!—pensaba el indio sin darse por vencido--: Y tei de topar, aunque no querrás, así mihaya de tronchar en los surcos.

Y así fue; no lo del encuentro, sino lo de la tronchada.

Un día, a la hora en que se verdeya el cielo y en que los ríos se hacen rayas blancas en los llanos, José Pashaca se dio cuenta de que ya no había botijas. Se lo avisó un desmayo con calentura, se dobló en la mancera; los bueyes se fueron parando, como si la reja se hubiera enredado en el raizal de la sombra. Los hallaron negros, contra el cielo claro, “voltiando a ver al indio embruecado y resollando el viento oscuro. 

José Pashaca se puso malo. No quiso que naide lo cuidara. “Dende que bía finado la Petrona, vivía íngrimo en su rancho”. 

Una noche, haciendo juerzas de tripas, salió sigiloso llevando, en un cántaro viejo, su huaca. Se agachaba detrás de los matochos cuando óiba ruidos, y así se estuvo haciendo un hoyo con la Cuma. Se quejaba a ratos, rendido, pero luego seguía con brío su tarea. Metió en el hoyo el cántaro, lo tapó bien tapado, borró todo rastro de tierra removida; y alzando sus brazos de bejuco hacia las estrellas, dejó ir líadas en un suspiro estas palabras:

--¡Vaya: pa que no se diga que ya nuai botijas en las aradas!... 

Autor: Salvador Salazar Arrué, más conocido por su seudónimo Salarrué 

 
Imagen de la página: A punta de soga


GLOSARIO

Nana: Madre
Cuenterete: Un objeto sin importancia. Cosa indefinible.
Cipote: Niño, muchacho.
Caite: Sandalia de cuero crudo
Huaca (guaca): Tesoro enterrado en un cántaro o botija.
Majonchos: Especie de plátanos de forma prismática más bien que cilíndrica.
Botijas: Cántaro de barro alargada, fuera de uso en esta época, utilizado por las generaciones pasadas para ocultar tesoros bajo tierra o en los muros de las casas.
Bambas: monedas grandes, de plata u oro.
Puya: pinchar.
Chachado: Contiguo, pegado, gemelo.
Embruecar: embrocar.
Ingrimo: Completamente solo.
Matocho: Matojo, matorral.


Saludos amigos

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