De niño, vivía en el distrito de Barranco. Gustaba de ir a la playa llamada: Las Cascadas. Me quedaba relativamente cerca. Solo tenía que caminar por la bajada de Armendáriz. Ya en el mar, gustaba de mirar hacia los acantilados, en dirección a San Miguel y Magdalena. Me impresionaba ver la fila de edificios y casas, pero sobre todo me intrigaba una inmensa cúpula verde. Ese era el edificio más alto y fácilmente se distinguía del resto de construcciones. Cada vez que lo observaba, me preguntaba: ¿Qué será?
A la edad de diez años, me llevaron por primera vez al llamado 'Parque de las Leyendas', un lugar entre museo, zoológico y parque temático. Yo me subí a una loma y de allí descubrí que también se podía ver la cúpula verde. Me imaginaba que era como esas construcciones que veía en las películas donde aparecía la Plaza Roja de Moscú. Ahora sentía a la cúpula más cerca, pero nunca pregunté a nadie: ¿Que era?
Una tarde de verano, y ya de mayor, me fui a la librería Salesiana, que quedaba a un costado de la iglesia de María Auxiliadora, en la cuadra seis de la avenida Brasil. En el segundo piso de la librería, estaba la sección de catecismo y textos de teología. Yo miraba y rebuscaba algún título de mi interés. Me gustó una biografía de Gandhi, de una colección editada como: Mensaje a la Juventud. Pagué el libro y me lo entregó un padrecito, quien me obsequió una estampita.
Salí a la avenida Brasil. Mientras andaba me dije: Carlos, abre el paquete y ponte a leer el libro mientras caminas. Total tienes tiempo de sobra. Eso sí, hazlo con cuidado. Sobre todo no te vayas a chocar con las personas.
Y me puse a leer. Caminaba despacio. Perdí la cuenta de cuantas cuadras llevaba. Creo eran como unas treinta. Me emocioné con lo que iba aprendiendo acerca del Mahatma. De la marcha por la sal que el encabezó y llegó al mar luego de una larga caminata. De pronto, hice un alto en mi leer. Giré mi mirada hacia la derecha y me encuentro con la construcción de cúpula verde. Era una iglesia impresionante por su altura. Por eso era fácil verla desde muy lejos.
Estaba solo a tres cuadras de la cúpula. Era la oportunidad para satisfacer la curiosidad que desde niño tenía, y caminé hacia su encuentro. La iglesia estaba sobre la avenida Sucre. Crucé la calzada y ya parado frente al puerta, miré hacia la cúpula. Que alta era. Casi debía sostener la mirada, como si apuntara a divisar en el cielo una estrella que estuviera encima de mi cabeza. Decidí entrar. Fue en ese momento en que me percaté que en la puerta estaba un loco, vestido con un saco gris y pantalón oscuro. Llevaba puesto un casco de plástico, además portaba un palo grueso y una taza de metal enlozado. Al entrar, el loco se me puso al frente y me pidió una moneda, a la par que me acercaba el pocillo metálico. Yo le tuve miedo, no le di moneda alguna y rápidamente ingresé.
Ya dentro, pude observar lo recargado de los ornamentos de la iglesia. Había muchos frisos y decoraciones. Las columnas estaban adornadas con tonos dorados, y sobre el altar mayor, estaba la imagen de la Virgen en una central ubicación. Me senté en una de las bancas y mientras hacía memoria sobre mi lectura de Gandhi, una voz, desde mi espalda me dijo: "Hermano. ¿Dónde está San Ildefonso?". Volteé, era el loco. Miré a mi alrededor y vi que no había nadie más dentro de la iglesia. Temí que me golpeara con el palo. Contesté: Creo que por allá -a la vez que le señalaba con el brazo en una dirección-. Me paré. Vi que él, se fue alejando. Llegó hasta la imagen de San Martín de Porres. Él, se detuvo. Hizo una reverencia con el cuerpo. Puso el palo bajo el brazo y comenzó a sacar las monedas del pocillo. Las iba vertiendo dentro de la alcancía del santo. Terminó. Se persignó, y se dirigió a la puerta. Ese loco, estaba mendigando para Dios. Sentí un calorcillo en la garganta y se me humedecieron los ojos. Yo que me sentía un cristiano preparado y lector de los documentos de la
iglesia, ese día había recibido una magistral clase de Evangelio,
Nuevamente tomé asiento. Estuve buen rato así. No recuerdo en que pensé. Creo recé. ¿Era esta experiencia, lo que la vida me tenía reservado desde niño?
Salí de la iglesia. El loco, ya no estaba en la puerta. Eran pasadas las seis. La tarde se puso rojiza. El sol comenzaba a ocultarse. Caminé hacia la avenida La Marina. Apuré el paso. Sentía deseos de estar ya en casa.
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