El
juego del ajedrez fue inventado en la India. Cuando el rey hindú
Sheram lo conoció, quedó maravillado de lo ingenioso que era y de la
variedad de posiciones que en él son posibles. Al enterarse de que el
inventor era uno de sus súbditos, el rey lo mandó llamar con objeto de
recompensarle personalmente por su acertado invento.
El
inventor, llamado Seta, presentóse ante el soberano. Era un sabio
vestido con modestia, que vivía gracias a los medios que le
proporcionaban sus discípulos.
—Seta, quiero recompensarte dignamente por el ingenioso juego que has inventado —dijo el rey.
El sabio contestó con una inclinación.
—Soy
bastante rico como para poder cumplir tu deseo más elevado —continuó
diciendo el rey—. Di la recompensa que te satisfaga y la recibirás.
Seta continuó callado.
—No seas tímido —le animó el rey—. Expresa tu deseo. No escatimaré nada para satisfacerlo.
—Grande
es tu magnanimidad, soberano. Pero concédeme un corto plazo para
meditar la respuesta. Mañana, tras maduras reflexiones, te comunicaré
mi petición.
Cuando
al día siguiente Seta se presentó de nuevo ante el trono, dejó
maravillado al rey con su petición, sin precedente por su modestia.
—Soberano —dijo Seta—, manda que me entreguen un grano de trigo por la primera casilla del tablero del ajedrez.
— ¿Un simple grano de trigo? —contestó admirado el rey.
—Sí,
soberano. Por la segunda casilla, ordena que me den dos granos; por la
tercera, 4; por la cuarta, 8; por la quinta, 16; por la sexta, 32... y así hasta coompletar las 64 casillas del tablero.
Basta
—interrumpióle irritado el rey—. Recibirás el trigo correspondiente a
las 64 casillas del tablero de acuerdo con tu deseo: por cada casilla
doble cantidad que por la precedente. Pero has de saber que tu petición
es indigna de mi generosidad. Al pedirme tan mísera recompensa,
menosprecias, irreverente, mi benevolencia. En verdad que, como sabio
que eres, deberías haber dado mayor prueba de respeto ante la bondad de
tu soberano. Retírate. Mis servidores te sacarán un saco con el trigo
que solicitas.
Seta sonrió, abandonó la sala y quedó esperando a la puerta del palacio.
Durante
la comida, el rey acordóse del inventor del ajedrez y envió a que se
enteraran de si habían ya entregado al irreflexivo Seta su mezquina
recompensa.
Por la segunda casilla, ordena que me den dos granos
—Soberano,
están cumpliendo tu orden —fue la respuesta—. Los matemáticos de la
corte calculan el número de granos que le corresponde.
El rey frunció el ceño. No estaba acostumbrado a que tardaran tanto en cumplir sus órdenes.
Por
la noche, al retirarse a descansar, el rey preguntó de nuevo cuánto
tiempo hacía que Seta había abandonado el palacio con su saco de trigo.
—Soberano —le contestaron—, tus matemáticos trabajan sin descanso y esperan terminar los cálculos al amanecer.
—
¿Por qué va tan despacio este asunto? —gritó iracundo el rey—. Que
mañana, antes de que me despierte, hayan entregado a Seta hasta el
último grano de trigo. No acostumbro a dar dos veces una misma orden.
Por
la mañana comunicaron al rey que el matemático mayor de la corte
solicitaba audiencia para presentarle un informe muy importante.
El rey mandó que le hicieran entrar.
Antes
de comenzar tu informe —le dijo Sheram—, quiero saber si se ha
entregado por fin a Seta la mísera recompensa que ha solicitado.
—Precisamente
por eso me he atrevido a presentarme tan temprano —contestó el
anciano—. Hemos calculado escrupulosamente la cantidad total de granos
que desea recibir Seta. Resulta una cifra tan enorme...
—Sea
cual fuere su magnitud —le interrumpió con altivez el rey— mis
graneros no empobrecerán. He prometido darle esa recompensa, y por lo
tanto, hay que entregársela.
Soberano,
no depende de tu voluntad el cumplir semejante deseo. En todos tus
graneros no existe la cantidad de trigo que exige Seta. Tampoco existe
en los graneros de todo el reino. Hasta los graneros del mundo entero
son insuficientes. Si deseas entregar sin falta la recompensa
prometida, ordena que todos los reinos de la Tierra se conviertan en
labrantíos, manda desecar los mares y océanos, ordena fundir el hielo y
la nieve que cubren los lejanos desiertos del Norte. Que todo el
espacio sea totalmente sembrado de trigo, y ordena que toda la cosecha
obtenida en estos campos sea entregada a Seta. Sólo entonces recibirá
su recompensa.
El rey escuchaba lleno de asombro las palabras del anciano sabio.
—Dime cuál es esa cifra tan monstruosa —dijo reflexionando.
—
¡Oh, soberano! Dieciocho trillones cuatrocientos cuarenta y seis mil
setecientos cuarenta y cuatro billones setenta y tres mil setecientos
nueve millones quinientos cincuenta y un mil seiscientos quince:
18 446 744 073 709 551 615.
(FIN)
Para
hacernos una idea de la inmensidad de esta cifra, calculemos
aproximadamente la magnitud del granero capaz de almacenar esta
cantidad de trigo. Es sabido que un metro cúbico de trigo contiene
cerca de 15 millones de granos. En ese caso, la recompensa del inventor
del ajedrez deberá ocupar un volumen aproximado de 12 000 000 000 000 m3, o lo que es lo mismo, 12 000 km3.
Si el granero tuviera 4 m de alto y 10 m de ancho, su longitud habría
de ser de 300 000 000 km, o sea, el doble de la distancia que separa la
Tierra del Sol.
El
rey hindú, naturalmente, no pudo entregar semejante recompensa.
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