Hola amigos lectores.
Un
amigo, me ha hecho una crítica sobre la temática del blog. Me dice el:
"Si energicentro, es un blog de tecnología y ciencia, pues debe quedarse
en ese ámbito. Hay visitantes que son muy exigentes y pueden terminar
abandonando la lectura del blog"
A pesar de la crítica de mi
amigo, pues hoy me doy una nueva licencia en la temática sobre energía,
ciencia y tecnología. Hoy hablaré del automatismo de las centrales de
teléfonía.
Por motivos de trabajo, tengo
que conectarme vía teléfono con diversidad de personas. El caso es que
llamaba yo a una empresa, donde una amable señorita me contactaba con el
anexo requerido. Daba el nombre de la persona y en el acto estaba
hablando con esa persona.
Hoy esa empresa, ha instalado una Central de Telefonía Automática.
Uno llama y le contesta una grabadora. La digital voz, le dice: "Gracia
por llamar a ..., si sabe el anexo, márquelo ahora. Para fax, marque el
número 200, para servicio técnico, marque el número 300..." y asi,
continúa la grabadora. Muchas veces, digito el anexo y coincide con que
el número está ocupado... debo colgar, esperar unos minutos, re-llamar y
nuevamente la grabadora: "Gracias por llamar a ...". Me sentía mas
cómodo cuando me respondía una voz no grabada. La calidez de la voz
humana, es insuperable, así se inviertan millones de bytes en una
grabación, que pretenda igualarla.
Amigo lector ¿ha tenido
experiencias así?. Dicen que las centrales automáticas, son más rápidas,
pero viéndolo bien: ¿A que tanta prisa?
Mientras
pensaba en esa nueva Central Automática, hice memoria de un artículo de
don José María Pemán, escritor español. Para mi, es uno de los mejores
escritores costumbristas. No es fácil hallar sus libros aquí en Lima.
Tengo dos títulos de el. Uno de ellos, es: Signo y Viento de la Hora. Es un conjunto de artículos de los años de 1950. Uno de ellos: "La Señorita de la Central",
bien puede aplicarse a la experiencia que relato lineas arriba. Claro
el texto habla de costuras hechas a mano y del uso de la caligrafía,
como técnica para confeccionar textos... recuerden, es de 1950, época en
que recién se hacía de uso masivo la máquina de escribir de teclado. El
autor, habla de un "disco frio que ha venido a sustituirla"... se
refiere al disco de marcar, que ahora está sustituído por los teléfonos
de díagitos. Es que por esos años, para una llamada telefónica, se
giraba un magneto para hablar con la central y desde allí te conectaban,
con el número que requerías. Pues aquí sin mas preámbulos, va el
artículo.
LA SEÑORITA DE LA CENTRAL
Al inagurarse el teléfono automático
Celebremos, en buena hora el
progreso mecánico creciente cada día. Pero permítasemos deplorar la fea
"impersonalidad" con que dicho progreso esfuma todas las cosas.
Las puntadas rectas y unánimes
de la máquina de coser no podrán nunca equipararse a aquellas costuras
minuciosas que sobre las recias sedas de ayer, parece que guardan
todavía el aroma de ternura de la madre viejecita, que se esforzó en
ellas hasta lagrimearle los ojos; ni el teclear rítmico de la máquina de
escribir dejará nunca sobre el papel aquella nota íntima que se imprime
al rasgo de la pluma. Las máquinas son terribles devoradoras del Arte.
Por culpa de ellas, la costura y la caligrafía han dejado de serlo. Es
triste. Ya nadie podrá ufanarse, como aquel antiguo hagiografo, de
tardar día y medio en terminar una A mayúscula...
Digo todo esto a propósito de
los modernos adelantos telefónicos. El teléfono automático - como todo
automático -, es un paso más hacia la impersonalidad. Parece que las
máquinas hijas del hombre, se van, poco a poco, declarando mayores de
edad y prescindiendo de la tutela de su padre. Ya en el teléfono,
desaparece y se esfuma el último vestigio humano: la voz dulce y lejana
de la señorita de la Central... ¿No sentís tristeza? Ha sido nuestra
amiga muchos años; hemos sostenido con ella frecuentes diálogos; nos ha
servido, desde su vaga y poética indeterminación.
Y ahora, de pronto un disco
frio, mecánico, impersonal, con visos de ruletilla de barquillero, viene
a sustituirla. Y ella - la señorita anónima de la voz atiplada -,
humilde, silenciosa, se esfuma y desaparece. No la vimos nunca; nos
cruzaremos con ella por la calle y no la conoceremos. Su relación con
nosotros y su desaparición ha sido algo tan tenue, tan hermoso, que bien
merecería una balada sentimental.
Por aquí, por mi rincón andaluz,
no ha llegado aún el teléfono automático, pero una sombra fria de
automatismo ha empezado a proyectarse ya en el asunto. Un severísmo
reglamento obliga a encajar en normas invariables el diálogo con la
Central. Se llama; la señorita ha de contestar sécamente: "¿Número?" El
abonado pronuncia una cifra, y todo termina.
No se permite el dulce placer de la divagación, por lo que el hombre según dijo Platón, es dueño y no servidor de su discurso...
Esto a Ustedes los cortesanos,
les parecerá cosa sabida y vieja, pero por aquí, por nuestro rincón
andaluz, expansivo y familiar, es una novedad que nos tortura y subleva.
Aquí, hasta ahora, se había pedido la comunicación de un modo muy
parecido a como las comadres, asomadas al corredor de la casa de
vecinos, piden, de piso a piso, un cubo de agua. Se le daban los buenos
días a la telefonista; se comentaba levemente el estado del tiempo o
algún suceso de actualidad, y luego, al cabo de cinco minutos, se decía,
Ande usté: póngame con tal sitio; que "tengo prisa"
Pero
no se crea que el sitio deseado se señalaba con el número de la lista.
No; aquí somos ferozmente individualistas. Por eso aquí hay dos cosas
que no se han logrado organizar munca: un orfeón o una lista de
teléfonos.
Nuestra dignidad, bravía y
moruna, se resiste a ser una voz más o un número más y se niega a
entrar, como niños en pasillos de escuela, por el cajellón estrecho de
una lista bajo una severa disciplina alfabética. No es posible ser el
"uno-cero-tres". Es una cosa innoble y degradante.
Aquí pues la comunicación se
pedía de un modo familiar y pintoresco, y la Central, que era como una
buena amiga familiar, nos entendía perfectamente.
Se decía: "Central con don
Rafé"... Y la Central sabía que don Rafael no podía ser otro sino el
médico... "Central con la casa de balcones verdes... Central con el
cojo"
-Central, con Fernández...
Si la señorita no caía en el
primer momento, lejos de echarnos en cara nuestra manera
antirreglamentaria de reclamar sus servicios, se disculpaba, toda suave y
humilde, y con su vocecita familiar decía:
-¿Fernández? No caigo. Porque hay dos. ¿El del almacén?
-Si el primo de don Antón, el cura.
-¿Ah, si! Ese de los bigotes;
alto el, buen mozo, mejorando lo presente. - Y así, poco a poco, en una
suave colaboración, íbamos concretando la persona de Fernández.
Es una crueldad que a estas
señoritas tan dulces, tan fértiles en amables virtudes, se les aprisione
en los garfios de ese terrible diálogo reglamentario y académico.
No lo digáis, para que no la
riñan los inspectores: pero os diré al oído que la señorita de la
Central de mi pueblo infringe, siempre que puede, sus deberes
reglamentarios. Yo no la conozco, ni la he visto nunca; pero por la voz
debe ser baja, de ojos entre sumisos y picarescos: Sin haberla nunca
visto, soy gran amigo suyo. Antes - en los buenos tiempos anárquicos de
la telefonía - sosteníamos largos diálogos. Es instruida y culta. Una
vez, antes de ponerme la comunicación pedida, me habló lárgamente del
retiro obrero. Además, es buena y compasiva. Cuando notaba en mi voz
cierta veladura de ronquera, me preguntaba dulcemente: - ¿Está usted
resfriado, don José?
Claro que este sistema familiar y
poético es algo más lento que el automático y el del diálogo
reglamentado. Pero ¿que importa? La bondad de la incógnita señorita, me
hace sentir más humano.
En este siglo, donde todo se mecaniza y lo revuelve - ¿A que tanta prisa?
Nota: La foto del teléfono
antiguo, se obtuvo de la web eutec.es. La versión del artículo: La
Señorita de la central es de: Signo y Viento de la Hora, páginas 63 a
66. Ediciones SALVAT RTV, año 1970.
Saludos
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