Hace muchos años, dos reinos vecinos entraron en guerra. Después de duras batallas, el príncipe de uno de los reinos fue hecho prisionero.
Una noche, aprovechando que el guardián se había quedado dormido, el príncipe logró escapar por la ventana acompañado de uno de sus fieles soldados.
Caminaron toda la noche sin parar, iluminados por la luz de la luna. Cerca de la medianoche, débiles y cansados, se refugiaron en el interior de una cueva profunda y oscura, temerosos de que alguien los fuera a descubrir.
Si esto ocurría, los entregarían al enemigo y acabarían con su vida.
A la mañana siguiente después del amanecer, oyeron voces y pasos a la entrada de la cueva. Era un grupo de soldados enemigos que iba tras ellos.
Busquemos ahí, dentro de la cueva -dijo uno de los soldados.
El príncipe y su criado aguantaron la respiración pensando que, si los capturaban, habría llegado el final de sus días en aquella misma cueva.
-No hace falta que busquemos. Aquí no hay nadie -comentó otro soldado muy seguro-. ¿No ves en la entrada esa gran telaraña que la cubre de lado a lado? Si hubieran entrado la hubieran roto.
-Entonces vámonos de aquí -añadió otro-, sigamos la búsqueda por otra parte.
El príncipe y su fiel servidos no podían creer lo que acababa de ocurrir. Era algo asombroso. Estaban vivos y se lo debían a un animal tan insignificante como la araña.
Los había salvado al tejer durante toda la noche aquella tela salvadora.
Y el príncipe no volvió a despreciar nunca ni a los más diminutos animales.
FIN
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