-Todo su oro y todas sus armas pertenecerán algún día al marido de su hija -comentaban los aldeano, que añadían-: Pero quién sabe si la bella Nyan-Te se casará...
Decían esto porque el jefe había ideado una prueba muy difícil para su futuro yerno. Solo el hombre más fuerte y valeroso podía casarse con su hija, pues para ello tendría que pasar toda una noche dentro del agua helada del lago.
-Si no muere de frío ni se ahoga, le devorarán las fieras que van a abrevarse en el lago por la noche -murmuraban las gentes-. ¡Va a ser difícil encontrar a un hombre tan valiente!
Pero sí que lo encontraron. Ntongo, un joven pobre, huérfano de padre desde su más tierna infancia, despreciaba el oro: solo le interesaba la hija del jefe, de la que estaba perdidamente enamorado.
-No sé como podré seguir viviendo si mueres -le dijo su madre-. Pero veo que estás decidido. Eres ya un hombre y no te retendré.
Cuando cayó la noche, los hombres del jefe treparon a la copa de los árboles para asegurarse de que Ntongo cumplía la prueba. El joven salió de su choza y se encaminó hacia el lago. Su madre le siguió a escondidas. Estaba convencida: si su hijo moría en el lago, ella iría detrás.
Ntongo, intrépido como era, se metió en el agua helada. Le pareció que el corazón se le paraba. Acto seguido, oyó los pasos de las fieras y el rugido de un león. Pero perseveró. ¡La noche apenas había empezado y tenía que seguir en el agua hasta el alba!
De pronto vislumbró en lo alto de la colina que se elevaba junto al lago una lucecita cada vez más intensa... Era el fuego que había prendido su madre para hacerle ver que estaba allí, a su lado.
Al oler el humo, los animales salvajes fueron escabulléndose. El agua seguía igual de helada, pero Ntongo, abrigado por el amor de su madre, ya apenas tenía frío. En la colina, esta continuó quemando ramitas secas hasta el amanecer para que su hijo no se sintiese solo.
Cuando Ntongo volvió a la aldea, el jefe le estaba esperando:
-Sé que has pasado la noche en las aguas del lago -le dijo-. Pero también sé que en la colina ha ardido un fuego toda la noche. Tal vez por eso no has pasado frío...
Al escuchar estas palabras, la madre de Ntongo se presentó ante el jefe y le dijo:
-Le voy a preparar una sopa.
Puso a continuación una marmita llena de carne lejos del fuego.
-¿Cómo pretende cocinar esa sopa si las llamas ni siquiera alcanzan la marmita? -preguntó el jefe.
-De igual forma en que el fuego de la colina calentó a mi hijo -respondió la madre de Ntongo.
El jefe comprendió su error y se sintió avergonzado.
-¡Mi hija será tuya! -le anunció a Ntongo_. Eres valeroso y sin duda serás un buen jefe: te ha criado una madre valiente y sabia.
Así fue como Ntongo pudo casarse con la bella Nyan-Te y convertirse en el jefe de la aldea. Desde entonces, en los tobillos de su madre tintinean pulseras de oro macizo.
FIN
Tomado de: Pequeñas historias Amor y amistad. Ediciones pirueta. Páginas 39 a la 43.
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