"Cuando yo tenía unos siete años de edad, encontré en el camino seco, sobre un cerro, una pequeñísima planta de maíz que había brotado por causa de alguna humedad pasajera o circunstancial del suelo o porque alguien arrojó agua sobre un grano caído por casualidad. La planta estaba casi moribunda. Me arrodillé ante ella; le hablé un buen rato con gran ternura. Bajé toda la montaña, unos cuatro kilómetros y llevé agua en mi sombrero de fieltro desde el río. Llené el pequeño pozo que había construído alrededor de la planta y dancé un rato de alegría. Vi como el agua se hundía en la tierra y vivificaba a esa tiernísima planta. Me fui seguro de haber salvado a un amigo, de haber ganado la gratitud de las grandes montañas, del río y los arbustos secos..."
(José María Arguedas).
Tomado de Nosostros los Maestros, año 1986
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