domingo, 8 de diciembre de 2013

ta’ mare, creo que la perdí



Ocho de la noche, calle Rufino Torrico, en la puerta del bar un tío anuncia: ¡Show en la barra! ¡Show en la barra!, yo venía de una fiesta de confraternidad de baterilleros y trabajadores del gremio de acumuladores y afines. O sea recuperadores de plomo, reconstructores de baterías, acopiadores de tierra, fabricantes de cubiertas, manufacturadores de placas y puentes de plomo. A mi juicio, no estaba ebrio. Me paré en la puerta. El anunciador me miró y me hizo la oferta: un sol y pasas. Metí la mano al bolsillo, y adentro.

Local lleno. Todos trataban de ubicarse pegados a un mostrador de madera. Las luces eran entre rojas, verdes y azules. Escucho: “Primera coreografía a cargo de la Princesa Leslie, aplausos del respetable”. Lo de respetable fue dicho en tono de pendejada por el locutor. Leslie se contorneó a ritmo de salsa. Nada extraordinario. Le siguió la charapa Tania, quien a ritmo de la chicha: El preso que fugó de la cárcel por ir a bailar salsa, nos entregó su performance. Aplausos del respetable, solo por cumplir.

Finalmente subió al mostrador, perdón barra: Angie. Sin anuncio previo comenzó a bailar el tema de los Rolling Stones. Quedé concentrado, mirando sus redondeces. No usaba sostén, vestía retenedores, ya que sus senos con el movimiento, parecían que querían escaparse del pecho que los cobijaba. El sumun, el momento culmen, digamos el Big Bang de la noche, ocurrió cuando Angie se inclinó y comenzó a mover acompasadamente las caderas. Nos había hipnotizado. Se movía como el péndulo de un reloj. Iba de izquierda a derecha y luego en el camino inverso. Yo en ese momento grité: No soy ni de izquierdas ni de derechas, soy de centro.

Acabó la función. El respetable salió. Yo me quedé y a una de las chicas le dije: Que venga Angie… y vino. Pedí dos cervezas, ella me dijo: No tomo cerveza. Pidió un trago el cual bebió como si fuera agua, y después otro y un tercero. Antes de que mi bolsillo fracasara me retiré. Ya en la calle, camino a tomar la combi recordé la billetera. Me palpé el bolsillo, no la sentí y me dije: ta’ mare, creo que la perdí. En el acto se me pasó la tranca. Ya en casa recordé que mi mamá me cosió un bolsillo secreto para guardar la billetera, y allí estaba, sonreí, y exclamé: “No la perdí”, pero esta vez sin puta madre de por medio. 
(FIN)

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