Hace diez años sembré un árbol. Su nombre: Ceibo. Hace un tiempito, escribí sobre él. Conté como es que le conocí, y como firmé un pacto de hermandad con él, cuando una mañana le vi florecer de rosado, y me dije: ese árbol, es bien árbol.
Así que busqué un plantoncito. Un ceibo recién nacido. Lo llevé a casa, hice un hoyito, lo puse en la tierra húmeda y comenzó a echar sus raíces. El ceibo, empezaba su historia.
Tiempo después, me enteré que ese árbol era una deidad para los sabios Mayas. Es el madero nacional para los guatemaltecos, y en el país de los chapines, está protegido por ley. En esa tierra tuve oportunidad de ver ceibos gigantescos. Una carretera, tuvo que curvar su trazo, debido a que el que iba a tener, según lo planeado por los ingenieros, llegaba a uno de esos árboles que por decenas de años iba creciendo en medio del bosque. El no variar el trazo de la obra, implicaba echar abajo a una deidad Maya.
Una chica llegó a casa y vio a mi ceibo, que ya estaba jovencito. Algo de su país se cruzaba con ella por estas latitudes. Fue toda una sorpresa, para quien tomó la decisión de vivir aquí.
Pero, el tiempo pasó y la chapina, una mañana partió.
Hoy domingo, he visto al ceibo. Se está cubriendo de flores rosadas. Se está vistiendo de fiesta. Mirarle me llena de alegría… él me sigue dando su compañía.
lunes, 22 de abril de 2013
CEIBO
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