Este era un perro muy fiel que no tenía dueño.
Pero como no tenía dueño, no podía ser fiel a nadie, así que decidió buscarse alguien a quien servir y serle fiel. Eso era lo qué más deseaba.
Se colocó el perro en una esquina muy transitada a ver si alguna persona se fijaba en él y aceptaba su fidelidad.
Pero la gente pasaba a su lado apresurada y preocupada y no se daba cuenta de su presencia. Y los pocos que lo hacían, le miraban con disgusto y exclamaban:
-¡Huy, un perro abandonado, sin dueño!
-¡Un perro de la calle, nunca lo adoptaría!
-¡Un perro sin familia conocida!
En vista del fracaso, el perro decidió seguir al transeúnte que le pareciera más adecuado para ser su dueño y continuar detrás de él hasta que aceptara su compañía.
El primero fue un hombre importante que, antes de entrar en un restaurante de lujo en el que no admitían perros, le obligó a alejarse.
El segundo era una anciana amable, que llamó al servicio de recogida de perros abandonados del ayuntamiento para que se preocuparan del perro perdido. El perro huyó despavorido antes de que llegaran los guardias.
Y el tercero fue un chico que se agachó para acariciarlo y preguntarle si quería estar con él, si quería ser suyo; pero sus padres se enfadaron al darse cuenta de que se paraba en la calle para hablar con un perro y lo obligaron a levantarse enseguida y a seguir a su lado haciéndole prometer que nunca más tocaría a un perro de la calle.
El perro suelto se quedó muy triste, porque aquel parecía un buen muchacho. Pero al poco rato del encuentro el chico volvió, esta vez solo, lo recogió en un gesto rápido y mientras lo llevaba corriendo a una tienda de animales de compañía, le explicó que obedeciera sin rechistar todo lo que le ordenará el dueño del negocio, que confiara en él, que se había escapado un momento de un restaurante cercano con la excusa de ir al servicio.
El señor de la tienda lo lavó y cepilló en un momento, lo arregló bien, le puso un collar de terciopelo en el cuello y lo colocó en el escaparate de la tienda, con una caseta al lado, rodeado de espigas verdes.
Al poco rato pasaron por delante de la tienda el chico amable y sus padres, y el muchacho los hizo detener ante el escaparate para admirar la belleza del perro. Dijo que quería ese perro de regalo, que era lo que más le apetecía del mundo. Que así evitaría la tentación de llevarse a casa los perros de la calle. Los padres accedieron encantados, y así fue como el perro perdido halló un dueño que merecía su fidelidad.
El chico le dijo al perro:
-La amistad es libre, no se compra ni tiene precio. La encuentras y la aceptas libremente.
Y el perro pensó:
-Este chico ha luchado por mi y yo le seré fiel sin límite ninguno.
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