viernes, 21 de diciembre de 2018

La Navidad de la cerdita Pepita. (Jean Little)





Pepita levantó la vista hacia Noddy, el viejo burro gruñón, y dijo:
-Noddy, estás muy nervioso.
-Claro que estoy nervioso -dijo el burro-: mañana es Navidad.
-¿Qués es Navidad? -preguntó Pepita.
-¿Que qué es la Navidad? -repitió Noddy-: no seas una cerdita ignorante, Pepita. Todo el mundo sabe lo que es la Navidad.


Las puntas de las orejas de Pepita se pusieron muy rojas.
-Espero que recuerdes que mi familia hizo el primer regalo de Navidad -siguió Noddy-. La madre del niño iba montada en un burro hacia Belén.

La Navidad ni siquiera podía empezar hasta que ella llegara.
Pepita, cuya cola había perdido su ricito, dijo:
-Nadie me ha dicho absolutamente nada de la Navidad.
-Mi madre me contó que casi llegaron tarde por culpa de lo lento que era el burro. -Intervino la vaca Bess con un suave mugido-. Mi tata-tata-tata-tatarabuela cedió su pesebre para que hiciera la cuna para el niño. Sin ella tendría que haber dormido en el suelo. El mejor regalo fue ese pesebre.
-¿Qué niño? ¿Qué pesebre? -suplicó Pepita, pero nadie le hizo caso, y añadió-: Y sigo sin saber lo que es la Navidad.
-El heno del pesebre estaba lleno de espinas -susurró Rizos, la oveja-. Hubieran arañado la cara del niño de no ser porque un miembro de mi familia le dio a la madre la lana de un cordero para suavizar ese lecho tan áspero. La lana fue un verdadero regalo de bienvenida, os lo puedo asegurar.


Las orejas de Pepita estaban ahora de color púrpura y, con todo lo que daban de sí sus pulmones, rogó:
-Pero, ¿dónde estaban los cerdos?
-No te alteres Pepita -respondió Bess-. La Navidad no tiene nada que ver con los cerdos. ¿Qué regalo le hubiera podido hacer un cerdo a un niño, sobre todo a un niño tan especial como ese?
-Si hubo burros y vacas y ovejas, también habría cerdos -respondió Pepita.


Tampoco esta vez le hicieron caso.

-Mis antepasados le cantaron hasta que se durmió -dijo entonces la paloma Currú-. Había un montón de ángeles y de pastores que no le dejaban dormir hasta que gente de mi familia le cantó una nana. Esa canción tuvo una importancia fundamental aquella noche.

Pepita golpeó el suelo del establo con su diminuta pezuña y volvió a preguntar:

-¿Pero qué hacían los cerdos? Seguro que estuvieron allí y que hicieron algo.
-¡Ya te hemos dicho que no había cerdos! -se burlaron los demás-. ¡Pues sólo hubiera faltado! El niño era un rey, y ese santo establo no era lugar para cerdos. Bess, la vaca, añadió:

-Pepita, tienes que afrontarlo. ¿Qué le podrían haber dado los cerdos al santo niño? Los cerdos no tienen nada de valor.

Pepita dejó caer la cabeza. La puerta del establo se entreabrió con un crujido. La cerdita, despacio, se dirigió hacia ella.

La abrió del todo con el hocico; tenía que marcharse. Una vez fuera se detuvo un momento, confiando en que quizás la llamaran.

Pero nadie lo hizo. Ni siquiera se habían dado cuenta de que se había marchado.

-Me voy a ir donde la Navidad no importe, pero los cerdos sí -anunció Pepita con voz temblorosa-. ¡Y jamás volveré! 

¡Nunca jamás!

Fuera una ráfaga de viento helado le dio de lleno en la cara. Los copos de nieve cayeron sobre sus ojos y sintió como empezaban a helársele las puntas de las orejas. Casi estuvo a punto de volver al establo a toda velocidad, pero se obligó a continuar.

Hacía un frío tremendo y la tormenta de nieve era intensa; al cabo de unos minutos Pepita dejó de ver el establo
Pasó junto a un espantapájaros vestido con harapos que le saludó levantando el brazo y haciéndole una mueca.

Más adelante vio una urraca azul con todas las plumas echadas hacia atrás por el viento. El pájaro, acurrucado, se sentía demasiado aterrido como para avisar al mundo del paso de la cerdita.

A Pepita le dolían las pezuñas y el rizo de su cola se había convertido en un carámbano.

-Voy a morir aquí fuera -dijo lastimosamente, tambaleándose-. Si no regreso, pereceré.

Pero se había jurado no volver jamás: no la querían, habían dicho que los cerdos no servían para nada.

Al cabo de un buen rato, Pepita llegó a la carretera principal. Levantó la vista hasta el buzón de correos: hubiera querido trepar a él y meterse dentro, pero lo dejó atrás y siguió andando. Ya en la carretera, se detuvo un instante a tomar aliento, y divisó a través de la tormenta una mujer que venía hacia ella, una mujer que sostenía un bebé entre los brazos. Pepita se acercó para verlos mejor. La mujer se tambaleó; no tenía ni guantes ni sombrero, y su chaqueta era muy fina. Llevaba en brazos una niña profundamente dormida, con la cabeza apoyada en el hombro de su madre. Ésta parecía demasiado agotada para transportarla mucho más lejos.

-Pobrecitas, pobrecitas -murmuró Pepita, olvidándose de sus problemas por un momento.
-Shhh susurró la mujer a su hija-. Tenemos que ir muy lejos, pero quizá encontremos un establo abrigado para descansar -añadió temblando.


Pepita sabía donde había un establo abrigado. Había jurado que jamás volvería, pero se trataba de una emergencia, así que les dijo "¡seguidme!" y guió a la mujer por la carretera hasta que llegaron al sendero de la granja.

Puede que el viento soplara ahora con menos fuerza, porque Pepita sentía un poco menos de frío.

Hasta la sonrisa del espantapájaros parecía más amistosa.
Cuando llegaron a la puerta del establo, la cerdita la franqueó sin dudarlo y gritó:
-¡Atención todos!
-No interrumpas, Pepita -respondió Noddy-. Estamos hablando de los preparativos de Navidad.
-¡Me da igual! -chilló Pepita-. Sea lo que fuera la Navidad fue hace mucho, y yo tengo una niña aquí que necesita un sitio donde dormir ahora mismo.


La quijada de Bess, la vaca, descendió casi hasta el suelo cuando divisó a la mujer sosteniendo una niña.

-Es Navidad otra vez -susurró la mujer mientras entraba en el establo. Depositó suavemente a su hija en el heno del pesebre. La niña se hizo un ovillo y empezó a chuparse un pulgar.
-Que Dios te bendiga cerdita, aquí estaremos calientes -murmuró la mujer dejándose caer en un montón de heno cercano-. Calientes y seguras.
-¡Pues vaya, si se han dormido las dos! -susurró Currú, admirada, un instante después.
Entonces todos los animales se quedaron mirando a Pepita.
-¿Quién es esta mujer? -dijo Rizos secamente.
-Pepita, no podemos admitir a una persona extraña en casa -añadió Noddy.
-Mi tata-tata... -empezó Bess.
-Necesitamos leche -contó Pepita-.


Necesitamos un poco de suave lana caliente; necesitamos tu vieja manta, Noddy; y necesitamos muchísimas nanas. Vuestros ante-ante-antepasados no están aquí. Somos nosotros los que tenemos que ayudar a este bebé.
-Pero no es un niño especial -protestó Noddy.
-Claro que lo es -respondió Pepita-. Todos los niños son especiales.


Noddy bajó la cabeza hasta el pequeño rostro durmiente y respondió:

-Tienes razón. Se me había olvidado.

Y cuando el granjero y su esposa salieron a alimentar a los animales, vieron a una joven, cubierta con la vieja manta de Noddy, que dormía en el heno. Un momento después vieron a la niñita que dormía en el pesebre.

-Es Navidad -dijo el hombre en voz baja-. Aquí, en nuestro establo. Es un milagro.
-Calla -susurró su esposa-. Déjalas dormir. Haremos guardia y veremos en que podemos ayudarlas después.


Cuando el matrimonio se marchó, Pepita miró a su alrededor y vio lo que habían visto: la caliente manta de Noddy, la suave lana de Rizos, y la leche y el pesebre de Bess.

-Teníais razón -dijo dejando caer su cola-. Ninguno de estos regalos es mío. Los cerdos no tienen nada que dar. Os agradezco a todos que hayáis sido tan amables con ellas. 
Los otros animales bajaron la vista hasta la cerdita.

-¡Oh, Pepita, pero que boba eres! -dijo Bess en voz baja-. Gracias a ti tenemos nuestra propia Navidad. Nos has dado la oportunidad de hacer algo por nosotros mismos, en lugar de presumir de lo que hicieron nuestros antepasados. No ves que ése es el mejor regalo de todos?
-Hacía falta una cerdita -dijo Noddy riendo-. para enseñarnos lo que es la Navidad.

FIN

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