Muy cerca de la ciudad de Tacna, en el distrito de Pachía junto al río Caplina está la localidad de Calientes, donde hay una piscina de aguas termales.
Llegado al lugar y con el cuerpo un poco entumecido por el frío citadino disfrutaba de la abrigadora Calientes. Luego de atravesar un puente colgante caminé por un sendero ascendiendo una pequeña colina. Ya en lo alto la vista de una preciosa campiña me nutrió el alma.
Sorteando algunos arbustos, vi dos dragones metálicos. Tenían las alas extendidas.Entonces me dije: ¡Era de verdad!
Sí. La leyenda que de niño escuché, era cierta. El relato dice que hace muchos años allá en el sur del Perú, vivían dos dragones cuya ferocidad causaba mucha tristeza y dolor entre los moradores de esa región. Los hombres buscaban la manera de poder acabar con los fieros voladores que escupían fuego a raudales. Les lanzaban piedras con sus hondas y también flechas o les preparaban alimento el cual tenía pócimas venenosas, pero todo fue en vano, los dragones seguían causando terribles desgracias. Ya nadie quería intentar el enfrentarles, los hechos habían mostrado que era totalmente inútil el hacerlo.
Y así pasaban los días, las semanas y los meses.
Una mañana unos niños que corrían en la plaza del pueblo, se pusieron a jugar a los dragones. Unos saltaban y abrían los brazos como dando aletazos, otros simulaban volar en círculos y abrían sus bocas como echando fuego. Ellos se imaginaban que los dragones lo que querían era jugar. Que los dragones buscaban amigos.
Inmediatamente partieron los niños a las afueras de la ciudad y estuvieron todo el día buscando a los dragones por entre las peñas y las quebradas. Ya casi al ocultarse el sol, hicieron su aparición. Los niños extendieron sus manos y hacían como que volaban. Los dragones les miraron y también se pusieron a hacer círculos en el aire. Se elevaban y luego en picada caían. Se veía que los dos animales disfrutaban el encuentro. No atacaron a los niños. Ya de noche cuando las estrellas flotaban sobre el campo, se despidieron.
Al día siguiente el juego continuó. Los dragones ya no atacaban a la población. Los niños habían dado con la cura para su ferocidad y esta era el hacerse amigos. Y así cada tarde se reunían para jugar. Un día los dragones no aparecieron a la cita. Simplemente se marcharon, pero dejaron un recuerdo. Cerca del lugar donde jugaban, nacía un puquial de cristalinas aguas. Los dos dragones soplaron con fuerza sobre las aguas, y el puqial comenzó a entregar agua caliente, agua termal y de mucho poder para curar enfermedades.
Esas aguas hasta hoy existen y el lugar se llama: Calientes. Pero saben, los dragones no se han ido, están allí entre la arboleda, sobre unos pedregales. Ellos están dormidos y un día despertarán para buscar amigos con quienes jugar.
Yo lo se, porque les vi.
Autor: Carlos el Narrador
Soy Narrador y Cuentacuentos. Para funciones y presentaciones, contactarme al fono 996583864, o escribir a: ctorres1000@yahoo.es
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