Hace un tiempo estaba en el Aula Magna de la Ciudad Universitaria, en
Caracas, llena de un público donde todos eran jóvenes, menos una
viejecita, además, muy humilde.
Todo el mundo la veía extrañado porque
era como si la Madre Teresa estuviera en un concierto de los Rolling
Stones. Era muy raro. Antes de que terminara
de cantar, ella se subió al escenario, y yo tuve que parar porque ella
subió a saludarme y no había terminado “No soy de aquí ni soy de allá”,
la última canción del concierto. Ella subió y me dijo: “Señor Cabral,
perdone que le interrumpa pero le quiero dar un beso y un abrazo” Los
muchachos estaban todos encantados con esa viejecita que cortaba la
canción y subía a darme un abrazo ya mismo.
Y entonces ella me dijo:
“¿Sabe?, estoy tan feliz porque usted me contó un cuento hoy. Es más,
mire, ¿sabe qué era lo que más me gustaba a mí cuando yo era niña?, que
mis padres me contaran un cuento”
Ya se iba y se volvió para decir: “Un
día fueron a la Isla de Margarita y la barca naufragó y murieron los
dos. Me quedé sin cuento, claro. Me llevaron a un asilo de monjas y yo
todas las noches esperaba mi cuento, pero pobrecitas, estaban tan
ocupadas, tantos niños… Pasó el tiempo y yo esperaba;
siempre seguí esperando mi cuento. Yo necesitaba mi cuento y no
aparecía. Me casaron con un señor que traía cosas al asilo que no sólo
no me contaba cuentos, ni siquiera me hablaba; yo lo único que sabía era
que cada vez que llegaba borracho íbamos a tener un hijo más”
La
viejecita hace como que se va, pero se devuelve: “… Y yo esperando mi
cuento, y me quedo sola con mis niños, porque él se fue también, y los
voy criando, siete hijos, me dice, como Sara, como usted contó de su
madre, y ya ve que la vida se los lleva, la vida te los presta un rato,
pasan por uno y se los lleva la vida. Yo sola esperando mi cuento llego a
esta edad y viene usted y me cuenta un cuento, ¿cómo no lo voy a
querer?”… Y me vuelve a abrazar. Los muchachos del Aula Magna, ya
enloquecidos, la aplaudían.
Fue maravilloso. Después me dice: “Esta
noche aprendí para qué sirve un cuento: cuando era niña servía para que
me durmiera en paz, y ahora me cuenta usted un cuento para que yo me
pueda morir en paz, porque tengo un cáncer terminal.¡Que Dios lo
bendiga!” En ese momento supe para qué subo al escenario. Alguien se
muere en paz porque uno le contó un cuento. Ella no sabía que los dos
estábamos en la misma situación…
Fuente: Blog La Placenta del Universo.
Link: http://clandestinodeactores.com/laplacenta/uno-es-lo-que-ama-facundo-cabral/
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