Había una vez una zorra que tenía un lindo hociquillo delgado y puntiagudo, la piel muy sedosa y fina y unos ojitos traviesos que todo lo atizaban con gran curiosidad. Era la más bonita de todas las zorras del lugar. Sabía muy bien que era hermosa, pero en vez de dar gracias a Dios que la había hecho así, despreciaba a sus hermanas que no eran tan lindas como ella.
¡Cómo le gustaba la luna! En las noches, cuando el astro brillaba en el cielo, la zorra dejaba su madriguera oscura, salía al campo y mientras su familia se dedicaba a asaltar los nidos de las huashuas y a robarle sus polluelos para devorarlos; ella, sentada en una peña, se pasaba las horas, pensando cómo podría hacer para subir al cielo y contemplar de cerca a la luna; hasta que por fin se le ocurrió una idea.
Una noche en que el astro fulgía más hermoso que nunca, cogió una soga, se dirigió a un cerro en el cual vivía un cóndor y aguardó a que su amigo volviera a casa.
De pronto oyó ruido de alas y vio que llegaba el ave. Se puso entonces a suspirar para que el pájaro le oyera.
–¿Qué tienes, por qué estás triste? –preguntó él, tan pronto llego junto asu amiga.
–Tiempo ha que sufro, respondió ella alzando tristemente los ojos hacia el cielo. –Hace muchísimos años que quiero subir hasta la luna, pero como desgraciadamente no tengo alas, no puedo conseguirlo.
–Oye, -dijo luego la zorra, con tono zalamero-; tú eres muy fuerte y muy inteligente y si quisieras, podrías ayudarme.
–¿Y cómo? –preguntó el cóndor extrañado.
–Muy fácilmente, -le dijo la astuta zorra.- Mira, coges con el pico esta soga, enseguida vuelas hasta la luna y una vez que has llegado, amarrarás a ella la cuerda con toda tu fuerza. Luego avientas a la tierra el otro extremo y yo trepo por él.
Voló el cóndor hasta la luna, hizo lo que su amiga le había pedido y cuando todo estuvo listo dio la voz a la zorra.
Entonces ella, meneando la cola con gesto pretencioso, se acercó al extremo de la cuerda que era nuevecita y muy blanca y brillaba como si fuera de plata, y comenzó a subir con gran facilidad.
Había trepado unos cuantos metros, cuando miró hacia abajo y vio a sus hermanas que corrían por el campo muy atareadas, entrando y saliendo de sus madrigueras construidas en el interior de los cerros. En el acto pensó: ¡pobres animales miserables que tienen que vivir siempre en la tierra dentro de esos huecos oscuros y sucios. Ninguna de ellas vale lo que valgo yo, que puedo ir por los aires como los pájaros!
Reflexionaba de este modo, cuando sintió una voz que chillaba: ¡Ja, ja, ja, ja, ja!
Inmediatamente la zorra, que era muy amiga de armar pendencias, pensó:
–¿Quién será el atrevido que se burla de mí?
En aquel mismo instante distinguió una lora de brillantes plumas, que batiendo sus hermosas alas verdes, volaba muy cerca de ella.
Al instante, la pretenciosa, sin pensar más, dejó de trepar y se puso a gritar al pájaro que ni siquiera la había visto:
–¡Lora ridícula! ¿Tú sabes quién soy yo, para que te atrevas a burlarte de mí?
La lora no la oía al principio y seguía cantando muy alegre: ¡Ja, ja, ja, ja!
Más encolerizada todavía, al ver que el ave no le respondía, volvió a gritarle:
–¡Lora pesada, que ni volar con gracia puedes. Tú jamás llegarás tan alto como yo, que voy a la luna!
Esta vez sí la escuchó el ave que tenía muy mal genio. Oírse llamar pesada y sin gracia y ponerse furiosa, todo fue uno. Las coloradas plumas de su cabeza se tornaron más encarnadas aún y toda su cara enrojeció de tal modo, que parecía que iba a reventar de rabia. Con voz ronca por la ira exclamó:
–¿Qué te he hecho yo para que me insultes de este modo?
Y abalanzándose sobre la soga, comenzó a dar en ella tan fuertes picotazos, que la cortó.
¡Pobre zorra! Empezó a descender por los aires, tan rápida como una flecha.
–¡Hermanos míos, hermanas mías, gritaba la infeliz mientras caía, recibidme que me voy a estrellar!
Pero sus hermanos que se hallaban durmiendo muy tranquilos en sus madrigueras, no la oían, como justo castigo del cielo por su vanidad y la pobre fue a estrellarse contra una peña, destrozándose.
Enriqueta Herrera Gray, “De leyendas y fábulas peruanas”, (1963)
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