Cuando el joven después de hablar con el conductor del bus pasó por encima de la registradora y dijo:
- Señoras y señores perdonen si les quito un poquito de su preciado tiempo...
El hombre de la tercera banca del lado derecho pensó que era un mendigo
- ... pero en primer lugar yo no vengo a pedir limosnas...
En el rostro de la mujer de la segunda banca izquierda que iba con un niño apareció un gesto de fastidio pues imaginó que sería un vendedor - ya que cuando no piden limosna venden cosas - y seguro el niño insistiría que le comprara algo.
- ... tampoco vengo a vender nada...
La viejecita que iba adelante sonrió ya que le gustaba coleccionar estampitas y cuando no mendigan, ni venden, regalan estampitas y uno les da una moneda.
- ... y si alguien está pensando que vengo a regalar estampitas o cualquier otras cosa a cambio de una moneda está equivocado...
Entonces el miedo se pintó en los rostros ya que si no estaba pidiendo limosnas, ni vendiendo nada, ni regalando nada a cambio de una moneda sólo quedaban dos opciones: o era un atracador, o era un fanático religioso que quería hablarles del fin del mundo y de la necesidad de arrepentirse para no consumirse en el fuego eterno y poder disfrutar de la vida eterna.
- ... tampoco soy un atracador ni vengo a predicar el fin del mundo...
La curiosidad desplazó al miedo, si no estaba pidiendo limosnas, ni vendiendo nada, ni regalando nada a cambio de una moneda, ni atracando, ni predicando, entonces ¿Que quería?
- Quiero decirles algo, toda la vida no he sido lo que ustedes ven hoy, hubo un tiempo -que hoy parece muy lejano- en que tuve una casa, estaba en la universidad, tenía mi novia... pero un día tuve un sueño, y en aquel sueño se me presentó la vida en toda su miseria, y todas aquellas cosas que había aprendido a ignorar se presentaron ante mí, pero no para que las presenciara sino para que las viviera.
En aquel sueño no sólo presencie la miseria de la mujer que se prostituye por hambre sino que fui esa mujer.
En aquel sueño no sólo presencie el hambre del gamín, fui yo quien aspiré sacol para engañar el frío y el hambre que sentía.
En aquel sueño fui tantas cosas, y después de cada vivencia quedaba un sonido, el trozo de una melodía flotando en mi memoria, y cada vivencia dejaba un nuevo fragmento que se unía al anterior, y así, poco a poco, se formó una extraña melodía, síntesis del dolor y de la miseria de un mundo cada vez más deshumanizado.
Cuando desperté, aquel sueño estaba presente en mí, y en vez de írseme olvidando con el paso de los días, como sucede con la mayoría de los sueños, cada vez era más intenso, más nítido y ya no pude refugiarme en la indiferencia.
Desesperado intenté cambiar las cosas pero por cada boca que llenaba habían millones que quedaban vacías y por cada lágrima enjugada un océano de dolor regaba la tierra.
Terminé en un manicomio y allí acallaron mis gritos a punta de drogas pero el dolor que me hacía gritar y la melodía que lo provocaba seguían en mí.
Un día salí del manicomio, mi voz se había gastado y mis gritos ya no eran tan estridentes, deambule por las calles como alma en pena hasta el día en que encontré una armónica en el tarro de basura en que buscaba comida; nunca había tocado una armónica pero la lleve a mis labios y la melodía que me habitaba surgió a través de ella, por eso estoy aquí.
Y el joven sacó una armónica, sus labios se juntaron a ella y la melodía brotó.
Cada uno de los pasajeros al escuchar la melodía fue por un momento gamín, prostituta, drogadicto, ladrón, anciano... en sólo unos minutos toda la miseria del mundo recorrió sus cuerpos y al cesar la música descubrieron que el bus estaba inundado, el agua les llegaba hasta más arriba de los tobillos, y aquella agua eran sus propias lágrimas.
Presurosos sacaron la billetera pero el joven sonrió y comprendieron la inutilidad de su dinero, aquel joven no lo necesitaba y tendrían que buscar otra manera de acallar su propia conciencia.
Entonces el joven sonrió, hizo un gesto y las lágrimas se convirtieron en esferas luminosas que flotaron hasta llegar a él y se metieron en su mochila.
- Gracias - dijo antes de bajarse del bus y perderse en el horizonte en busca de otros seres a quienes dejar su melodía.
FIN
Tomado de: Contante y Soñante
Autor: Walter Alonso García.
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