Hace mucho tiempo, en una aldea de la lejana China, vivía un venerable anciano al que llamaban el Maestro Dongguo. En una ocasión, emprendió un largo viaje y después de caminar varias leguas se perdió. Buscando el camino en medio de un espeso bosque, encontró un lobo que venía corriendo.
-Maestro -dijo este con voz fatigada-, ayúdame, unos cazadores me persiguen y quieren matarme.
El maestro Dongguo, que tenían corazón generoso, se apiadó de él y le dijo:
-¡Métete en este saco!
El lobo así lo hizo y al poco tiempo llegaron los cazadores.
-Anciano, ¿no has visto pasar por aquí a un lobo? -preguntaron.
-¿Un lobo? No, no lo he visto -mintió el viejo Maestro.
Cuando los cazadores se marcharon, el Maestro Dongguo abrió el saco dijo:
-Amigo lobo, el peligro ha pasado. Ya puedes salir.
El lobo salió del saco y el Maestro Dongguo montó sobre su burro y se dispuso a continuar el viaje. Pero el lobo, tirándole de los bajos de las vestiduras se lo impidió diciendo:
-Dame algo de comer. Me muero de hambre.
El maestro Dongguo buscó en su bolsa y sacó la única galleta que tenía para él. El lobo, al verla, dijo con voz burlona y ojos brillantes:
-Usted perdone, Maestro, pero desde que mi madre me echó al mundo no como más que carne.
El maestro Dongguo, temiendo que el lobo quisiera comerse a su borrico, se puso delante de él para protegerlo.
-Con un burro no me basta -gruñó el lobo enseñando sus dientes.
El burro, espantado, huyó veloz como alma que lleva el diablo y el lobo se dispuso a saltar sobre el Maestro.
-¡Detente, desgraciado! ¿Cómo puedes ser tan ingrato? Yo te ayudo y tu a cambio me quieres comer. ¿Es que no tienes conciencia? -le reprochó el venerable anciano.
-¡Al diablo con mi conciencia! -dijo el lobo mientras reía a carcajadas-. A mi lo único que me importa es llenar el estómago.
El Maestro Dongguo pidió socorro, pero, para su desgracia, los cazadores estaban ya muy lejos y por allí no había nadie. Entonces para ganar tiempo, propuso al lobo que antes de comerle consultara con un melocotonero, una vaca y un campesino sobre si debía o no hacerlo.
-Si los tres te dan la razón, yo me dejaré comer sin protestar -le aseguró el anciano.
-Está bien -dijo el lobo. Y se pusieron los dos en camino.
Al rato, en un huerto abandonado, encontraron un viejo melocotonero y el lobo le pidió su opinión.
El melocotonero, como todos los viejos, comenzó a recordar su juventud. Entonces daba muchos frutos y los niños venían a recogerlos y él les decía: "Que cada uno coma lo que quiera" Y ensimismado en sus recuerdos, dejó escapar esas palabras en voz alta.
El Maestro se entristeció y el lobo, relamiéndose, dijo:
-Como ves, el primero está de acuerdo conmigo.
Siguieron caminando y en una verde pradera encontraron una vieja vaca. El lobo, de inmediato, la consultó.
La vieja vaca también sentía nostalgia de los tiempos en que daba mucha leche y decía al que la ordeñaba: "¡Toma, toma cuanto quieras!"
-Ya son dos los que están de acuerdo conmigo. Para qué vamos a perder más tiempo -dijo al lobo. Y se dispuso a abalanzarse sobre el anciano.
-¡Espera! -le detuvo el Maestro Dongguo-. Debes cumplir tu palabra. Aun nos queda por consultar a un campesino.
El lobo de muy mala gana aceptó y siguieron andando hasta que encontraron a un viejo campesino que plantaba arroz. Y el Maestro, sin dejar hablar al animal, le contó cómo había salvado la vida del lobo metiéndole en un saco.
-Ahora, el lobo me quiere comer. ¿Te parece que es eso justo? -terminó preguntando al Maestro Dongguo.
El viejo campesino se rascó la cabeza, y dijo que no podía creer que un animal tan grande hubiera podido meterse en un saco tan pequeño. Y le pidió al lobo que se lo demostrara antes de darle su opinión.
El lobo, que estaba hambriento y deseaba terminar aquel asunto cuanto antes, se metió en el saco. Y, cuando estaba dentro, el viejo campesino ató la boca del saco con una cuerda y comenzó a a golpearlo hasta que el animal dejó de moverse. Entonces sacó al lobo de una pata y se dispuso a terminar con su vida. El Maestro Dongguo pensaba que el castigo había sido muy severo. Sintió lástima y pidió que le perdonara.
En eso llegó una mujer llorando y, al ver al lobo, dijo:
-¡Ese es el lobo que ha devorado a mi hijo!
Y el Maestro Dongguo ya no tuvo compasión del lobo.
Y así acaba este cuento.
Igual que me lo contaron os lo cuento.
(Cuento popular chino)
Tomado de: Déjame que te cuente, cincuenta cuentos de animales para niños. Ediciones SM.
El maestro Dongguo, que tenían corazón generoso, se apiadó de él y le dijo:
-¡Métete en este saco!
El lobo así lo hizo y al poco tiempo llegaron los cazadores.
-Anciano, ¿no has visto pasar por aquí a un lobo? -preguntaron.
-¿Un lobo? No, no lo he visto -mintió el viejo Maestro.
Cuando los cazadores se marcharon, el Maestro Dongguo abrió el saco dijo:
-Amigo lobo, el peligro ha pasado. Ya puedes salir.
El lobo salió del saco y el Maestro Dongguo montó sobre su burro y se dispuso a continuar el viaje. Pero el lobo, tirándole de los bajos de las vestiduras se lo impidió diciendo:
-Dame algo de comer. Me muero de hambre.
El maestro Dongguo buscó en su bolsa y sacó la única galleta que tenía para él. El lobo, al verla, dijo con voz burlona y ojos brillantes:
-Usted perdone, Maestro, pero desde que mi madre me echó al mundo no como más que carne.
El maestro Dongguo, temiendo que el lobo quisiera comerse a su borrico, se puso delante de él para protegerlo.
-Con un burro no me basta -gruñó el lobo enseñando sus dientes.
El burro, espantado, huyó veloz como alma que lleva el diablo y el lobo se dispuso a saltar sobre el Maestro.
-¡Detente, desgraciado! ¿Cómo puedes ser tan ingrato? Yo te ayudo y tu a cambio me quieres comer. ¿Es que no tienes conciencia? -le reprochó el venerable anciano.
-¡Al diablo con mi conciencia! -dijo el lobo mientras reía a carcajadas-. A mi lo único que me importa es llenar el estómago.
El Maestro Dongguo pidió socorro, pero, para su desgracia, los cazadores estaban ya muy lejos y por allí no había nadie. Entonces para ganar tiempo, propuso al lobo que antes de comerle consultara con un melocotonero, una vaca y un campesino sobre si debía o no hacerlo.
-Si los tres te dan la razón, yo me dejaré comer sin protestar -le aseguró el anciano.
-Está bien -dijo el lobo. Y se pusieron los dos en camino.
Al rato, en un huerto abandonado, encontraron un viejo melocotonero y el lobo le pidió su opinión.
El melocotonero, como todos los viejos, comenzó a recordar su juventud. Entonces daba muchos frutos y los niños venían a recogerlos y él les decía: "Que cada uno coma lo que quiera" Y ensimismado en sus recuerdos, dejó escapar esas palabras en voz alta.
El Maestro se entristeció y el lobo, relamiéndose, dijo:
-Como ves, el primero está de acuerdo conmigo.
Siguieron caminando y en una verde pradera encontraron una vieja vaca. El lobo, de inmediato, la consultó.
La vieja vaca también sentía nostalgia de los tiempos en que daba mucha leche y decía al que la ordeñaba: "¡Toma, toma cuanto quieras!"
-Ya son dos los que están de acuerdo conmigo. Para qué vamos a perder más tiempo -dijo al lobo. Y se dispuso a abalanzarse sobre el anciano.
-¡Espera! -le detuvo el Maestro Dongguo-. Debes cumplir tu palabra. Aun nos queda por consultar a un campesino.
El lobo de muy mala gana aceptó y siguieron andando hasta que encontraron a un viejo campesino que plantaba arroz. Y el Maestro, sin dejar hablar al animal, le contó cómo había salvado la vida del lobo metiéndole en un saco.
-Ahora, el lobo me quiere comer. ¿Te parece que es eso justo? -terminó preguntando al Maestro Dongguo.
El viejo campesino se rascó la cabeza, y dijo que no podía creer que un animal tan grande hubiera podido meterse en un saco tan pequeño. Y le pidió al lobo que se lo demostrara antes de darle su opinión.
El lobo, que estaba hambriento y deseaba terminar aquel asunto cuanto antes, se metió en el saco. Y, cuando estaba dentro, el viejo campesino ató la boca del saco con una cuerda y comenzó a a golpearlo hasta que el animal dejó de moverse. Entonces sacó al lobo de una pata y se dispuso a terminar con su vida. El Maestro Dongguo pensaba que el castigo había sido muy severo. Sintió lástima y pidió que le perdonara.
En eso llegó una mujer llorando y, al ver al lobo, dijo:
-¡Ese es el lobo que ha devorado a mi hijo!
Y el Maestro Dongguo ya no tuvo compasión del lobo.
Y así acaba este cuento.
Igual que me lo contaron os lo cuento.
(Cuento popular chino)
Tomado de: Déjame que te cuente, cincuenta cuentos de animales para niños. Ediciones SM.
No hay comentarios:
Publicar un comentario