miércoles, 7 de febrero de 2018

El Maestro Dongguo



Hace mucho tiempo, en una aldea de la lejana China, vivía un venerable anciano al que llamaban el Maestro Dongguo. En una ocasión, emprendió un largo viaje y después de caminar varias leguas se perdió. Buscando el camino en medio de un espeso bosque, encontró un lobo que venía corriendo.

-Maestro -dijo este con voz fatigada-, ayúdame, unos cazadores me persiguen y quieren matarme.

El maestro Dongguo, que tenían corazón generoso, se apiadó de él y le dijo:

-¡Métete en este saco!

El lobo así lo hizo y al poco tiempo llegaron los cazadores.

-Anciano, ¿no has visto pasar por aquí a un lobo? -preguntaron.

-¿Un lobo? No, no lo he visto -mintió el viejo Maestro.

Cuando los cazadores se marcharon, el Maestro Dongguo abrió el saco dijo:

-Amigo lobo, el peligro ha pasado. Ya puedes salir.

El lobo salió del saco y el Maestro Dongguo montó sobre su burro y se dispuso a continuar el viaje. Pero el lobo, tirándole de los bajos de las vestiduras se lo impidió diciendo:

-Dame algo de comer. Me muero de hambre.

El maestro Dongguo buscó en su bolsa y sacó la única galleta que tenía para él. El lobo, al verla, dijo con voz burlona y ojos brillantes:

-Usted perdone, Maestro, pero desde que mi madre me echó al mundo no como más que carne.

El maestro Dongguo, temiendo que el lobo quisiera comerse a su borrico, se puso delante de él para protegerlo.

-Con un burro no me basta -gruñó el lobo enseñando sus dientes.

El burro, espantado, huyó veloz como alma que lleva el diablo y el lobo se dispuso a saltar sobre el Maestro.

-¡Detente, desgraciado! ¿Cómo puedes ser tan ingrato? Yo te ayudo y tu a cambio me quieres comer. ¿Es que no tienes conciencia? -le reprochó el venerable anciano.

-¡Al diablo con mi conciencia! -dijo el lobo mientras reía a carcajadas-. A mi lo único que me importa es llenar el estómago.

El Maestro Dongguo pidió socorro, pero, para su desgracia, los cazadores estaban ya muy lejos y por allí no había nadie. Entonces para ganar tiempo, propuso al lobo que antes de comerle consultara con un melocotonero, una vaca y un campesino sobre si debía o no hacerlo.

-Si los tres te dan la razón, yo me dejaré comer sin protestar -le aseguró el anciano.

-Está bien -dijo el lobo. Y se pusieron los dos en camino.

Al rato, en un huerto abandonado, encontraron un viejo melocotonero y el lobo le pidió su opinión.

El melocotonero, como todos los viejos, comenzó a recordar su juventud. Entonces daba muchos frutos y los niños venían a recogerlos y él les decía: "Que cada uno coma lo que quiera" Y ensimismado en sus recuerdos, dejó escapar esas palabras en voz alta.

El Maestro se entristeció y el lobo, relamiéndose, dijo:

-Como ves, el primero está de acuerdo conmigo.

Siguieron caminando y en una verde pradera encontraron una vieja vaca. El lobo, de inmediato, la consultó.

La vieja vaca también sentía nostalgia de los tiempos en que daba mucha leche y decía al que la ordeñaba: "¡Toma, toma cuanto quieras!"

-Ya son dos los que están de acuerdo conmigo. Para qué vamos a perder más tiempo -dijo al lobo. Y se dispuso a abalanzarse sobre el anciano.

-¡Espera! -le detuvo el Maestro Dongguo-. Debes cumplir tu palabra. Aun nos queda por consultar a un campesino.

El lobo de muy mala gana aceptó y siguieron andando hasta que encontraron a un viejo campesino que plantaba arroz. Y el Maestro, sin dejar hablar al animal, le contó cómo había salvado la vida del lobo metiéndole en un saco.

-Ahora, el lobo me quiere comer. ¿Te parece que es eso justo? -terminó preguntando al Maestro Dongguo.

El viejo campesino se rascó la cabeza, y dijo que no podía creer que un animal tan grande hubiera podido meterse en un saco tan pequeño. Y le pidió al lobo que se lo demostrara antes de darle su opinión.

El lobo, que estaba hambriento y deseaba terminar aquel asunto cuanto antes, se metió en el saco. Y, cuando estaba dentro, el viejo campesino ató la boca del saco con una cuerda y comenzó a a golpearlo hasta que el animal dejó de moverse. Entonces sacó al lobo de una pata y se dispuso a terminar con su vida. El Maestro Dongguo pensaba que el castigo había sido muy severo. Sintió lástima y pidió que le perdonara.

En eso llegó una mujer llorando y, al ver al lobo, dijo:

-¡Ese es el lobo que ha devorado a mi hijo!

Y el Maestro Dongguo ya no tuvo compasión del lobo.

Y así acaba este cuento.
Igual que me lo contaron os lo cuento.

(Cuento popular chino)

Tomado de: Déjame que te cuente, cincuenta cuentos de animales para niños. Ediciones SM.

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