miércoles, 26 de octubre de 2016

La manzana de la discordia







Júpiter, el padre de todos los dioses, se enamoró de Tetis, bellísima diosa del Olimpo, pero por prudencia no quiso hacerla su esposa sin antes consultar a quien únicamente podía vaticinarle el futuro, que era el Hado, representado por las tres hermanas Parcas.

El Hado le dijo a Júpiter que Tetis estaba destinada a tener un hijo, que habría de superar notablemente a su padre. Esto preocupó mucho a Júpiter, que renunció a su proyecto de casarse con Tetis, pues de ninguna manera quería tener un hijo que lo destronara como a él había destronado a su padre. La mano de su amada fue ofrecida por él entonces a Peleo, quien hacía tiempo la venía pretendiendo sin éxito, porque en la competencia con el omnipotente dios Júpiter, Peleo como pobre mortal, no tenía posibilidad alguna de salir vencedor.

Júpiter le prometió a Tetis obsequiarla con un suntuoso banquete y acudir a la boda con todos sus dioses, si ella aceptaba a Peleo, y así se arregló el asunto. Júpiter y toda su corte acudieron a la brillantísima fiesta de los esponsales y todo salió a las mil maravillas. Por la confusión de tan complicada fiesta, o deliberadamente, dejaron de invitar a Eris, que es la diosa de la discordia, y ésta, con sobrada razón, se indignó ante tal desaire y se propuso vengarse, rompiendo la dulce armonía de tan agradable fiesta, fomentando entre los concurrentes la discordia.

Para ello, llevó una manzana de oro en la que había una inscripción que decía: "A la más bella de todas", y la arrojó sobre la mesa en medio de los asombrados concurrentes,

Todas las diosas se abalanzaron a cogerla, pero poco a poco fueron retirándose, hasta que dejaron solas a las tres reconocidas como las más bellas y poderosas, que eran Minerva, diosa de la sabiduría, cuyo saber era superior a su belleza; Juno quien alegaba que era la mujer de Júpiter, y por tanto la reina de todas las diosas, que por su excelsa jerarquía tenía derechos sobre todas las demás; y Venus, la cual, sonriendo maliciosamente, dijo: ¿Quién podría aspirar con mayor derecho a esa distinción que la diosa del amor y de la belleza?

Y aquí vino el problema. La discusión entre estas tres diosas no logró resolverlo y ellas apelaron a los otros invitados para que éstos formaran un jurado que fallara cuál era la más bella de las tres.

Y entonces, como ahora, nadie quiso intervenir en el asunto, pues el favorecer a una se ganaba la enemistad de las otras dos, y muy elegantemente se desentendieron.

Ante esa situación, a Júpiter, que tampoco quería intervenir, se le ocurrió enviar a las diosas contendientes al monte Ida, donde un hermoso pastor llamado Paris cuidaba sus ovejas y éste, sin duda, era quien podría juzgar desapasionadamente el caso. Y allá se fueron las tres diosas a presentarle su problema al pastor Paris. Mercurio fue comisionado para llevar la manzana y acompañar a las diosas.

Tal como hacen hoy en la Tierra los negociantes, cada una de las diosas llamó aparte a Paris y le hizo ofertas, tratando hábilmente de sobronarlo.

Juno, la primera, le dijo que como ella era la mujer del todopoderoso Júpiter, era también reina de las diosas y podía ofrecerle a él toda clase de poderes y riquezas.

Minerva, la diosa de la sabiduría y de la guerra, por su parte, le ofreció gloria y renombre y buen éxito en la guerra, si él fallaba en su favor.

Venus, la diosa de la belleza y del amor, le dijo que su oferta consistía en ayudarle en sus empresas amorosas, y a conseguirle por esposa a la mujer más bella que él encontrara en su vida.

El joven humilde pastor no anhelaba riquezas que desconocía, ni le interesaba el poder que le ofrecía Juno, tampoco le hacía falta para nada la gloria, el renombre y los éxitos guerreros que le daría Minerva. Nada de esto necesitaba en su tranquila montaña de Ida, donde vivía sereno y sin ambiciones, cuidando de sus rebaños.

La promesa de Venus no le pareció mala. Esto era mucho mejor para un alma romántica, como la suya, y aunque de amor no sabía mucho todavía, tenía, sin embargo, el pálpito de que le iba a ser muy grato. Pensó también que cuando estuviera en posesión de lo que las otras dos diosas le ofrecían, querría utilizarlo indirectamente para lograr lo que Venus le ofrecía directamente. De eso no tenía la menor duda.

Y así fue como en su célebre juicio decidió en favor de Venus, ganándose con esto el odio inmortal de las dos diosas vencidas.

Y así terminó el primer concurso de belleza de que tenemos noticia, en el que se utilizaron tácticas muy parecidas a las que emplean hoy los mortales en varios países.

FIN






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