En la ciudad de Esmirna, cerca del mar Egeo, vivían dos comerciantes muy amigos: Faruk y Amet.
Un día Amet vendió sus bienes para ir a La Meca pues como buen musulmán, no quería morir sin haber rezado ante la Caaba, famoso santuario árabe. Fue a despedirse de su amigo Faruk y le dijo:
-Vengo a despedirme querido amigo, y a pedirte un favor.
-Tu dirás Amet.
-Quiero que me guardes lo único que me he reservado.
-¿Qué es lo que te haz reservado querido Amet?
-Cien libras de acero
-Descuida Amet; las guardaré como si fueran mías.
Al día siguiente, trajeron el acero de Amet, y mientras este creyente partía para La Meca, Faruk hizo guardar las cien libras de acero en su sótano.
Pasó un tiempo y Amet estuvo de regreso. De inmediato fue a visitar a su amigo Faruk para que le devolviese el acero.
-¿No sabes la tremenda desgracia mi querido Amet? -díjole Faruk-. Una mañana fui a ver tu acero en el sótano y encontré sólo restos. ¿Qué había ocurrido? Que unas hormigas gigantes se comieron tu acero. Si lo dudas, podemos ir al sótano.
Amet como es obvio, no creyó semejante disparate, pero, disimulando su pensamiento le contestó:
-Creo lo que me afirmas Faruk, pues ya se que a las hormigas gigantes les gusta mucho el acero y que se lo comen como si fuera chocolate. Olvídate del asunto mi caro amigo.
Faruk se alegró al ver como su amigo se creyó la mentira. Amet se fue, pero al salir de la casa observó que el hijo de Faruk estaba jugando en medio de la calle. Lo llamó y díjole:
-¿Quieres venir conmigo? Te voy a obsequiar en mi casa unos lindos juguetes.
El chico lo siguió sin que nadie lo viera y al día siguiente vino Faruk hecho un mar de lágrimas a refugiarse en los brazos de su amigo Amet en pos de consuelo.
-¿Pero qué te ocurre querido amigo? -le preguntó Amet, mostrándose sereno.
-Ha desaparecido mi hijo y nadie me da razón de él.
-Temo darte una mala noticia -díjole Amet- Ayer precisamente cuando salía de tu casa vi un gavilán que se llevaba a un niño. ¿No será el tuyo?
-¿Cómo se te ocurre Amet? Te burlas de mi congoja. Un gavilán que pesa media libra, ¿podrá llevarse por los aires a un niño que pesa por lo menos cuarenta?
-No se por qué no puede llevarse -le dijo Amet- un gavilán a un niño por los aires, en una ciudad donde las hormigas se comen cien libras de acero como si fueran chocolate.
Faruk comprendió que Amet jamás creyó el cuento del acero y las hormigas, y le dijo para enternecerlo:
-Amigo mío, yo siempre te quise.
-Yo también a ti Faruk.
-Quiero confesarte que en verdad las hormigas no devoraron tu acero.
-Tampoco el gavilán se llevó a tu hijo -repuso Amet.
-Yo, en verdad, vendí tu acero.
-Y yo, en verdad, robé a tu hijo.
-¡Devuélveme pronto a mi hijo!
-¡Dame mi acero!
-Así lo haré Amet, si me perdonas.
-Faruk, si me perdonas también tú, tendrás ahora mismo a tu hijo.
Faruk devolvió el acero sustraído y Amet entregó al hijo secuestrado. Y los dos hombres se abrazaron y volvieron a ser los mejores amigos del mundo.
Tomado de: Cuentos Escogidos, volumen VI. Ediciones Coquito, páginas: 47 a la 50.
Saludos amigos.
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