Hoy viajaba en el bus. Una señora le reclamaba
a otra sobre su comportamiento. Le mencionaba su poco cuidado, ya que
estaba dejando basura en el vehículo. La reclamante expresó en voz alta:
Yo nací en el campo, pero uno no sabe adónde lo llevará la vida, y terminé aquí en esta caótica ciudad. ¡Yo soy serrana a mucha honra!
Yo iba sentado junto a a una viajera de mirada adusta, que asentía con
la cabeza las afirmaciones de la orgullosa serrana. Yo le conté que vi a
un escolar a quien quizás no le alcanzó la jornada en el colegio y se
puso a comer su refrigerio en la combi. Sacó el alumno un taper y un
tenedor y le dio trámite a su estofado de pollo. Terminado este, sacó su
botella de agua de manzana. Hasta se echó su chanchito.
Luego
le relaté que en otro viaje, un tipo sentado delante mío sacó una
rasuradora y púsose a darse una afeitada y así llegar presentable a su
cita. Hasta pretendió usar la luna de la ventana como espejo. La faena
esta era muy graciosa, pero no tanto como la que vi la mañana de un
lunes, en que una chica sacó de su bolso una cuchara sopera y comenzó a
alisarse las pestañas.
Y no solo en el bus, agregué, se ven
cosas interesantes. La señora volteó, y mirándome me dijo: cuénteme.
Pues le referí que en el pujante distrito de Los Olivos, en una calle de
veredas anchas donde habían cevicherías, pues estas adueñándose de la
calzada, tenían mesas para sus comensales con cobertor de sombrilla. La
brisa de la calle seguro les hacía pensar que estaban en el Caribe. Pero
ocurre que esa calle era también paradero inicial de combis, las que al
arrancar echaban su ecológico humito sobre el fresco ceviche, el cual
se convertía desde ese momento en plato fusión: pescado fresco, sazonado
con combustible diesel 2... la señora reía y reía. Le cambié el día. Ya
no tenía la adusta mirada. Me dio un consejo: "Todo lo que me ha
contado, debe escribirlo. Sería un éxito". Se despidió de mi mientras
decía: "¡Esquina bajo!"
